Editorial
El Tiempo, Bogotá
Noviembre 24 de 2009
Ayer empezó en Brasil la gira de Mahmoud Ahmadinejad, presidente de Irán, por varios países suramericanos. La presencia del mandatario persa en el subcontinente es polémica por sus furiosos ataques a Israel, su negación del Holocausto nazi, su sospechoso programa de energía nuclear y su participación en un atentado terrorista contra una organización judío-argentina en 1994. Que uno de los dolores de cabeza de
Sin embargo, no sorprende que la cancillería iraní haya programado este periplo suramericano. En los últimos años, Irán ha seguido los pasos de China y Rusia en el despliegue de una ofensiva diplomática en América Latina como contrapeso a Estados Unidos. A punta de viajes oficiales, apertura de embajadas, ayudas económicas y acuerdos de cooperación técnica, Teherán ha construido una especie de "eje antinorteamericano" con algunos de los países más críticos de Washington: Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador.
Chávez, por ejemplo, ha visitado Teherán unas siete veces en diez años y ambos países han firmado un centenar de acuerdos de cooperación en energía y otros temas. El año pasado, los presidentes Rafael Correa, de Ecuador, y Evo Morales, de Bolivia, realizaron una gira por el país asiático, mientras que, en Nicaragua, las ayudas económicas de los ayatolás se destinan a construcción de viviendas y proyectos energéticos. Ahmadinejad logró aun que su país fuera incluido como "observador" en el Alba, bloque cercano a Chávez.
Pero el premio mayor de esta penetración diplomática es, sin lugar a dudas, ser abrazado por la nación más influyente de la región. La cumbre de Irán y Brasil -que el gobierno de Lula se apresuró a confirmar que tenía el visto bueno de Washington- constituye la inclusión del gigante suramericano en ese bloque de naciones amigas del régimen teocrático. Para Lula, la visita del presidente iraní se enmarca en la estrategia de impulsar el protagonismo internacional de Brasil y de traducir el poderío económico en capital diplomático. Para esto, los brasileños buscan jugar en uno de los escenarios internacionales más complejos y conflictivos del planeta: Oriente Medio. En pocos días, Brasil recibió a Shimon Peres, presidente israelí; a Mahmoud Abbas, jefe palestino, y a Ahmadinejad. En palabras de Lula, israelíes y palestinos podrían contar con su país para "la construcción de la paz" en la zona. No obstante, su apuesta es arriesgada. No es evidente que Brasilia cuente con el músculo diplomático y con el peso histórico necesarios para anotarse goles en el confuso y desgastante panorama político de Oriente Medio.
Las ganancias de Irán son más claras. Ahmadinejad está en busca de aliados ante el aislamiento internacional por su polémico programa nuclear y ya el presidente brasileño lo apoyó abiertamente.
Además, cultiva amigos políticos y comerciales en las mismas narices de Washington y con la bendición de la potencia regional. A esto se suma el hecho de que al presidente iraní le conviene mucho ser recibido en otras latitudes como jefe de Estado ante la crisis de legitimidad doméstica derivada de los disturbios electorales de este año.
Mañana, Ahmadinejad se encontrará con Hugo Chávez, su más cercano aliado en América. Esa imagen debería despertar preocupación en nuestro lado de la frontera. Al fin de cuentas, Irán es conocido por apoyar a grupos terroristas como Hezbolá -que ya organizó atentados antisemitas en Argentina y que podría estar interesado en estrechar lazos con las Farc-. Esa cercana amistad con los países vecinos no puede pasar inadvertida. En especial, en estos tiempos caldeados.
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