Libardo Botero*
El Mundo, Medellín
Noviembre 29 de 2009
Colombia parece resignada ante el chantaje económico del paracaidista presidente de Venezuela, decidido a reducir a cero el comercio binacional y expropiar las empresas colombianas si fuere del caso. Y conste que no es la primera vez. El gobierno se ha limitado a presentar una tímida queja ante la OMC por la manipulación de los controles fitosanitarios en la frontera para restringir la entrada de productos agropecuarios colombianos, y dejado constancias en ONU y OEA de las amenazas guerreristas del mandatario vecino.
Está bien asumir la actitud patriótica de los empresarios de afrontar los sacrificios que demande semejante agresión sin doblegarse. Del mismo modo que, honrando nuestra tradición pacifista es aconsejable abogar por una solución diplomática de las diferencias con el vecino y abstenerse de responder a sus provocaciones. Pero está visto que nada de eso basta. Porque no se trata de una rabieta de patán de cuartel, que pronto pasará: son los designios expansionistas del “socialismo del siglo XXI” para domeñar nuestra nación, cueste lo que cueste.
Y el Continente acepta complaciente la criminal coerción. ¿Quién la ha denunciado o rechazado? Con la fantasiosa teoría de que del acuerdo de cooperación militar que firmó Colombia con Estados Unidos es parte de un plan bélico de estos últimos contra Venezuela, Chávez se cree autorizado para declararnos una auténtica guerra económica. Unasur y la OEA, en tanto, no dicen esta boca es mía. Callan algunos de sus miembros por pagar petro-favores, otros por egoísmo, los de más allá por mentecatería, pero el hecho escueto es ese. Un gobierno cómplice del dictadorzuelo, sin reatos morales, no duda en lucrarse del bloqueo ofreciéndole sustituir las mercaderías colombianas por las suyas. ¿Recibirá Mercosur a un país que en cualquier momento, de manera arbitraria, puede romper las reglas de sano intercambio comercial entre las naciones?
Todos los países de la región corrieron acuciosos, sin embargo, hace apenas unos días, a aprobar la resolución anual de la Asamblea General de la ONU contra el bloqueo norteamericano a Cuba. Bastaría reemplazar en esa declaración el nombre de Estados Unidos por el de Venezuela y el de Cuba por el de Colombia, para retratar lo que nos aplica Chávez. ¿No hay una despreciable doble moral en esa actitud? ¿Es terrible bloquear a Cuba pero lícito hacerlo con Colombia?
Y si la causa de todo el embrollo, coronel Chávez, es “el imperio”, ¿por qué no rompe relaciones comerciales con él? ¡Cierre el comercio con EEUU! Pero vaya lógica: es un plan macabro de EEUU, mas al que hay que extorsionar es a Colombia. ¡Basura!
Aunque buscar mercados sustitutos puede paliar el problema, no es sensato esperar que allí se encuentre la solución definitiva. Por razones históricas, económicas, geográficas inclusive, el comercio colombo-venezolano no debe desaparecer, sino por el contrario multiplicarse, para bien de ambos países. Mucho menos compartimos la idea rodillona de que para aplacar la fiera hay que arrojar a sus fauces la presa del acuerdo militar con EEUU, que sería ni más ni menos que entregar en bandeja de plata nuestra soberanía.
Francamente el gobierno colombiano debiera llevar este contencioso ante los organismos internacionales. Primero ante la OEA, pues su Carta ordena en el artículo 20: “Ningún Estado podrá aplicar o estimular medidas coercitivas de carácter económico y político para forzar la voluntad soberana de otro Estado y obtener de éste ventajas de cualquier naturaleza.”
Y también a la ONU, cuya Carta reza casi lo mismo, y al tenor de la cual la Asamblea General aprobó la Resolución 2625 de 1970, sobre la igualdad soberana de los Estados, donde estableció que “ningún Estado puede aplicar o fomentar el uso de medidas económicas, políticas o de cualquier otra índole para coaccionar a otro Estado, a fin de lograr que subordine el ejercicio de sus derechos soberanos y obtener él ventajas de cualquier otro.”
Se trata de que asumamos la actitud digna de exigir ante la comunidad internacional que las diferencias políticas entre nuestros Estados se diriman pacíficamente, por vía diplomática, sin interferir las relaciones económicas, pero ante todo, que Venezuela cumpla los pactos y normas que ha suscrito tanto en la OEA, como en la ONU y en la OMC, que prohíben la agresión y el bloqueo económico y abogan por el libre intercambio entre las naciones. Que no es otra cosa que respetar la decisión secular de los conciudadanos de ambos países de efectuar fecundos intercambios comerciales e inversiones en busca de su común bienestar y progreso, sin la interferencia ni la prohibición arbitraria de ninguno de sus gobiernos.
* Economista y analista político
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