Editorial
El País, Cali
Noviembre 25 de 2009
Mientras el ambiente con el Gobierno de Venezuela continúa enrarecido por las agresiones verbales de su presidente, Colombia registra los intentos salvajes de las Farc por tratar de mostrar su cada vez más menguado poder de destrucción. Sabiendo que los dos temas no pueden ser desligados, los colombianos reciben con buenos ojos que el Gobierno Nacional haya anunciado su aval para la liberación del cabo Pablo Emilio Moncayo y el soldado Josué Daniel Calvo, así como la entrega de los restos del mayor Julián Ernesto Guevara.
Frecuentes ataques contra las poblaciones del Cauca, entre las cuales sobresale Toribío, y el incendio de una buseta en Nariño que dejó seis muertos son la prueba indiscutible de los intentos de la guerrilla por demostrar su capacidad de daño, dentro de lo que una organización no gubernamental llamó el ‘Plan Renacer’. Aunque en escalas muy reducidas, sus feroces arremetidas, supuestamente dirigidas contra
Está claro entonces que las Farc conservan alguna capacidad de perturbación, por lo cual las autoridades deben estar al tanto y continuar con el esfuerzo para neutralizarlas. Es lo que se debe hacer en la cordillera Central, donde se concentran su jefe máximo y algunos de sus reductos más importantes. Quizá eso puede explicar que el norte del Cauca, corredor obligado para llegar a sus resguardos, se haya convertido en escenario de sus ataques. Por eso son oportunos los cambios que el Gobierno Nacional dispuso para fortalecer el contingente y la capacidad de los destacamentos militares en la zona.
El otro frente importante está en los límites con Venezuela, donde algunos de los cabecillas más importantes de las Farc y el ELN se benefician de la protección que les ofrece el régimen bolivariano y del ambiente de zozobra que insiste en promover el Gobierno vecino. Ese es uno de los elementos a tener en cuenta al momento de analizar lo que ocurre en esa frontera. Nada tiene de extraño que la alianza de esos grupos con partidarios del presidente Hugo Chávez esté presente en los hechos que han puesto a los colombianos en la mira de las autoridades venezolanas.
Hay pues un intento por crear perturbaciones, que coincide con los llamados a la negociación expresados hace pocos días por alias Alfonso Cano. Es la repetición de la ya gastada estrategia de pedir diálogos mientras se dispara contra la población civil. Y en el medio siguen los policías y soldados secuestrados, reclamando que se haga todo lo posible para conseguir su libertad.
Ese clamor hay que escucharlo, por lo cual se debe respaldar la decisión de disponer lo necesario para que tanto Moncayo como Calvo regresen a sus hogares y los restos del mayor Guevara reciban al fin cristiana sepultura. Cualquier esfuerzo que termine con la tragedia de los secuestrados no puede ser interpretado como una claudicación y, por el contrario, siempre será reconocido por la sociedad colombiana.
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