Armando Montenegro
El Espectador, Bogotá
Noviembre 29 de 2009
El gobierno de Chávez ha decidido volar, poco a poco, los pequeños puentes que las comunidades de ambos lados de la frontera han construido durante muchos años como resultado de su creciente integración familiar, económica y cultural.
Con esta medida se trata de suspender un proceso orientado a borrar la ficción de que existe una línea imaginaria que divide a un grupo humano uniforme. La frontera, en realidad, no es más que una construcción artificial, que ha sido el resultado de las divisiones, guerras y disputas de los políticos y los militares de ambos países, que se interpone entre los vecinos, familiares y amigos de ambos países que comparten una historia y una vida común (el caso más claro es el de los wayuú de la gran Guajira que pertenecen primero a su etnia y luego a Colombia o Venezuela).
Ante las disputas colombo venezolanas, Luis Carlos Galán, con razón, sugirió hace décadas que se pospusiese la discusión de los límites marinos y submarinos y que los esfuerzos binacionales se concentraran en la integración económica y cultural. La idea era que cuando se fortalecieran y ampliaran los lazos económicos, las disputas territoriales formales pasarían a un segundo plano. Hoy los problemas del golfo son apenas un recuerdo.
El gran hito de la integración lo establecieron los presidentes Gaviria y Pérez, cuando en 1991 decidieron bajar de un golpe los aranceles a cero y permitir que las mercancías, los capitales y las personas fluyeran con libertad dentro de un solo gran país económico. Desde ese momento, cuando se desmontó la tramitología de la CAN que nada produjo en 25 años, el comercio dio un salto espectacular, y la frontera, como se esperaba, comenzó a desdibujarse por una infinidad de poros que conectaban a las comunidades y creaban trabajo y oportunidades. Con la libertad, los caminos, las trochas y los puentes se convirtieron no sólo en legales sino necesarios.
Los ministros de ambos gobiernos eran conscientes de que la formación de una sola economía requería una red de infraestructura de transporte que acelerara el proceso de integración. Se debía construir una troncal por el Llano, carreteras en los Andes y, sobre todo, docenas de puentes principales sobre los ríos. Esta iniciativa encontró la resistencia de los militares venezolanos, quienes sostuvieron que los puentes eran un asunto de interés estratégico. Es posible que esto también alentara sus suspicacias, minara la razón de ser de su profesión y, posiblemente, de sus negocios.
No sólo los militares venezolanos se sintieron amenazados por la integración. Muy rápido los ministros de Agricultura de ambos países, dominados por los lobbies, comenzaron a establecer cuotas y permisos. Siguieron los transportadores venezolanos que, en lugar del tráfico libre, impusieron los descargues y los transbordos en las fronteras. Y, luego, Chávez comenzó a utilizar el embargo comercial de la misma forma que Estados Unidos lo hace con Cuba, algo que allá él considera inmoral.
Lo que está pasando no es más que otro intento de los militares y políticos de Caracas de evitar la integración real de las comunidades de los dos países. La esperanza es que las gentes de ambos lados, que se aprecian y se necesitan, pasen por encima, como en otras oportunidades, de los controles y alcabalas y continúen con el intercambio y con su vida común.
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