José E. Mosquera
El Mundo, Medellín
Noviembre 26 de 2009
Hace un año en la Convención del Cambio Climático en Poznan (Polonia) se postergaron los aspectos más trascendentales sobre el acuerdo que sustituirá el Protocolo de Kioto como se pactó en el 2007 en la cumbre de Bali (Indonesia). Por ende, nada nuevo ocurrió en Poznan, un año después, delegados de los 189 países signatarios de Kioto se darán cita en Copenhague para abordar las negociaciones sobre los nuevos parámetros del tratado que reemplazará al de Kioto a partir del 2012.
Más allá de la retórica de los discursos cargados de buenas intenciones, la realidad es que la XV Conferencia de las partes sobre el Cambio Climático en Copenhague despierta más escepticismo que esperanzas. Porque en las discusiones preparatorias que se realizaron hace algunos días en Barcelona, en donde asistieron más de 400 delegados de los países signatarios para definir los parámetros de las deliberaciones en Copenhague, no hubo acuerdo concreto acerca de la firma de un tratado vinculante.
Hasta ahora no existe, ni consenso, ni cifras concretas sobre reducción de emisiones y menos sobre aportes económicos de los países industrializados de cara a la suscripción de un nuevo protocolo, todo se ha quedado en un cascada de anuncios sin resultados precisos. Por consiguiente, dos altos funcionarios de la Unión Europea han expresado dudas sobre lo que puede pasar en Copenhague, uno es el Coordinador de las negociaciones por parte de la UE, Artur Runge-Metzger, quién ha dicho: “Creo que es muy poco probable que de la conferencia salga lo que en la Unión Europea aspirábamos conseguir, un acuerdo íntegro”. El otro en exponer sus reparos es el Comisario para el Medio Ambiente, Stavros Dimas, al señalar que “la conferencia de Copenhague y la lucha para frenar los cambios climáticos sólo pueden resultar exitosas si nuestros socios del mundo industrializado y los grandes países con economías emergentes asumen sus responsabilidades”.
La Unión Europea aboga por un nuevo acuerdo vinculante, plantea reducir el 20% de sus emisiones para el 2020 y un 10% más si existen compromisos por parte de todos los países desarrollados y habla de aportar entre 32 mil millones y 75 mil millones de dólares para mitigar los efectos del Cambio Climático, pero el reparto interno de esas cifras genera controversia entre sus miembros.
Por lo tanto, la imagen de unidad que proyecta hacia afuera es más cosmética que realista, debido a las diferencias internas sobre cómo afrontar las metas que se han planteado. De manera que se han formado dos bloques, uno liderado por Alemania, Italia y Francia, que se oponen a que la UE asuma compromisos sin que Estados Unidos, China y otros países desarrollados tengan posturas claras en cuanto a un acuerdo vinculante que incluya cifras concretas de reducción de emisiones y de financiaciones. El otro, conformado por Polonia, Letonia, Lituania Estonia, Rumania, Bulgaria, Eslovenia y la república Checa, plantea que “la UE se abstenga de adoptar medidas que no respeten la diferencia de potencial económico entre los Estados miembros” y que “frente a la crisis económica no están dispuestos a pagar simplemente por ser miembros de la UE”.
Indudablemente que la postura que han asumido últimamente Estados Unidos y China hacen improbable que se lleguen acuerdos concretos en Copenhague, pues ambos países no están dispuestos por ahora a suscribir un tratado vinculante, sino que se inclinan en apoyar un compromiso global que establezca ciertos objetivos ambiciosos y determinados procedimientos para alcanzarlos en el futuros.
El Gobierno de Obama ha dicho que no firma ningún tipo de acuerdo hasta tanto el Congreso no apruebe la ley que recorta las emisiones. Y este es un punto crucial para las negociaciones de un nuevo protocolo, en virtud de que, en los once días que hacen falta para arrancar la cumbre en Copenhague es imposible que el Congreso de Estados Unidos apruebe dicha norma.
Entonces, se vislumbra que habrá otra cumbre más sin que el país que genera las mayores contaminaciones en el mundo haya asumido un compromiso real sobre las disminuciones de las emisiones de gases de efecto invernadero.
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