Augusto Beltrán Pareja*
El Universal, Cartagena
Noviembre 28 de 2009
Por lo general quienes comienzan una trifulca suelen ser los primeros en apartarse del peligro.
El problema se lo dejan a otros. Algunas veces la belicosidad irresponsable confunde la prudencia del ofendido con la cobardía. Por eso arrecian el conflicto con agravios y amenazas, cuando la sorpresa ha sido el factor más “inteligente” para infringir la derrota. “Guerra avisada, no mata soldado”.
A estas reflexiones coloquiales se suma el análisis que hace la historia. Desde el amanecer de los tiempos las guerras las declaran los ancianos, pero quienes mueren en ellas son los jóvenes.
Ahora la matonería de un exaltado nos hace rechazar sus ofensas. Parece confiado en que no habrá reacción a sus excesos verbales. Cree tenernos sobrecogidos por el miedo. Pronto pasará de decir a hacer.
Imagina persecuciones absurdas. Sus bravatas llegan a niveles preocupantes. Los insultos, las ofensas y las amenazas van en ascenso.
Ha perdido todos los márgenes de gobernabilidad. Ha llevado un país rico a la ruina con todas las penurias: carestía, escasez, una inflación galopante, y un desabastecimiento de alimentos. Si lo anterior fuese poco, padece un apagón de energía eléctrica y de agua potable. Adopta como salida, como distracción: una guerra. Cuando se canse de corrernos la madre, y de amenazarnos con sus aviones Sukoi, puede ocurrírsele un Pearl Harbor. Todos los buques de nuestra Armada concentrados en la bahía lo deben tener obsesionado.
La sofisticación de los aviones Sukoi es de tal magnitud que hace poco los mejores tripulantes de la aviación rusa incurrieron en fatal equivocación durante unas maniobras. Los recién entrenados pilotos de la Revolución del siglo 21 acabarán con la ciudad más bella del planeta, pero probablemente no impactarán ninguna corbeta anclada en su bahía.
Esa receta de “patria o muerte”, calcada de otra revolución con 50 años de fracasos, puede tener cumplido efecto. Muchos se preparan para la destrucción mutua. Las obras de aliento, y los polos de desarrollo convertidos en objetivos militares, el ahorro y los esfuerzos de siglos asolados por un misil que no han terminado de pagar.
Esto no es Nintendo. En una guerra nadie gana. Si los petrodólares consiguieron aviones y artilugios de combate, unas fuerzas armadas más numerosas con probada experiencia algún daño causarán.
Nadie pelea guerra ajena. Las altisonantes proclamas de Gadafi y los iraníes contrastarán con los fríos comunicados de los gringos. Estarán de asesores, porque en la batalla estaremos solos los dos países hermanos. Desaparecerán acueductos y hospitales, Mamonal y Pdvsa, puentes y puertos, fábricas y sitios de trabajo. ¿Podremos recuperarnos algún día? La solución: ¿traer a Jimmy Carter o a Óscar Arias? ¿Al Papa Benedicto para que lo ultraje un demente? Castro, senil y perturbado, no es alternativa. Por desgracia este coronel sí que no tiene quien le escriba.
El proceso seguirá su curso diabólico. Vamos al abismo. La retórica incendiaria dará paso al apocalipsis. El enemigo público número uno se siente Bolívar, y no llega a ser Páez. Un “facho” pendenciero que encarna la nueva izquierda. ¡En lo que terminó la utopía! Los niños seguirán cantando “Mambrú se fue a la guerra… no sé cuando vendrá”. Pero parece que no se demorará en atacarnos.
*Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario.
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