Harold James*
El Tiempo, Bogotá
Noviembre 24 de 2009
El caos monetario está de vuelta y esto aviva los reclamos de una revisión del orden monetario internacional. La rápida caída del dólar y la libra, pero también del renminbi -hoy más atado al dólar que nunca- está alimentando las tensiones. Algunos de los fantasmas de los años 30 también han regresado -en particular, el miedo de ventajas comerciales injustas causadas por la devaluación competitiva-. El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner, ya ha acusado a China de manipulación monetaria.
Existen dos estrategias alternativas y marcadamente contrastantes para poner las monedas en orden. Una es organizar una conferencia internacional en la que los expertos puedan sugerir modelos para calcular los tipos de cambio, y los políticos puedan negociar acuerdos. La única instancia exitosa de un acuerdo de este tipo es la conferencia de Bretton Woods, en 1944, pero aún entonces, los tipos de cambio que se fijaron allí resultaron ser poco realistas, y pronto hizo falta una ola importante de alteraciones paritarias (así como mantener controles de divisas).
Otras conferencias centradas en la moneda fueron fracasos rotundos. El presidente Richard Nixon calificó el acuerdo smithsoniano de 1971 como "el acuerdo monetario más importante de la historia del mundo". Pero en poco tiempo estaba hecho jirones, y el mundo avanzó hacia la flotación generalizada.
En 1987, en la conferencia de Louvre, ni siquiera hubo un acuerdo sobre cuáles habían sido las conclusiones. Algunos participantes pensaban que habían acordado una suerte de tipos de cambio semifijos en zonas objetivo, pero el poderoso Bundesbank alemán nunca compartió esa interpretación.
La historia sugiere que es improbable que una negociación colectiva sobre las monedas y una nueva estrategia para abordar la cuestión de las reservas vayan a tener éxito.
El segundo enfoque, y mejor que el anterior, reside en acuerdos en cada país sobre cuál debería ser la base apropiada para la política monetaria. Si tales acuerdos tienen una amplia aceptación y consistencia mutua, el resultado será un sistema monetario internacional estable.
Han existido dos modelos para este tipo de consenso. En el primero, hace un siglo, la confianza estaba apuntalada por el oro; en la ola más reciente de globalización, dependía del poder del intelecto humano para solucionar problemas de política. El fin de la inflación y "la gran moderación" de las últimas tres décadas fueron fundamentales para la liberalización de grandes partes del mundo y para una confianza, un comercio y una prosperidad mayores.
La búsqueda de un régimen monetario durante el período más reciente tuvo dos etapas: en el primer intento de construir los cimientos para una política monetaria estable, el énfasis estaba puesto en la meta monetaria. En la segunda fase, más exitosa, una creciente cantidad de países adoptaron metas de inflación, explícitas o implícitas.
Pero las metas de inflación nunca fueron un concepto obvio, y la crisis financiera lo desacreditó. En el 2003, Ben Bernanke, por entonces gobernador de la Reserva Federal de Estados Unidos, declaró en un discurso que muchos norteamericanos consideraban las metas de inflación "extrañas, impenetrables y posiblemente un tanto subversivas". Ese sentimiento es más fuerte hoy.
Siempre hubo incertidumbre respecto de hasta dónde los bancos centrales debían intentar corregir o limitar las burbujas de los precios de los activos cuando no había ningún aumento que se correspondiera en el nivel general de la inflación. Los crecientes precios de los activos conducen a un incremento general del poder adquisitivo, porque muchos tenedores de activos están dispuestos a pedir más dinero prestado, y pueden hacerlo. Muchos europeos intentaron argumentar en los últimos años que la política monetaria también debería tener en cuenta el desempeño de los precios de los activos, mientras que estrategas políticos y académicos norteamericanos, en gran medida, rechazaron esta táctica.
El problema es que los precios de los activos y la inflación de los precios al consumidor pueden avanzar en diferentes direcciones, como lo hicieron en los años 2000, y que sopesar ambos factores produciría recomendaciones políticas inconsistentes. En consecuencia, los bancos centrales corrieron el riesgo de ya no parecer seguir un lineamiento de políticas formulado claramente. La credibilidad asociada con una regla simple desapareció.
Después de la crisis financiera, nos hemos hecho más sabios. La formulación de la política monetaria se ha vuelto un proceso más complejo, pero también más politizado, razón por la cual es probable que se haga más caótico, con marcadas diferencias entre las estrategias nacionales. Sigue siendo poco probable que la Fed y el Banco de Inglaterra se preocupen por el surgimiento de nuevos tipos de burbujas de activos en los mercados accionarios o las materias primas. Pero el Banco Central Europeo (BCE) estará más preocupado.
Mientras las divergencias se vuelven más explícitas, se hará más intensa la demanda de un debate político más amplio sobre política monetaria y de una participación política en su formulación. El Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra muchas veces ha sido presentado como pionero a la hora de transparentar la política monetaria. Pero, desde el principio, la transparencia que resultó de la temprana publicación de quiénes votaron a favor y en contra de los aumentos de tasas llevó a una identificación pública de los miembros del comité como halcones o palomas.
Si resulta evidente quién votará a favor de qué medida, habrá una mayor demanda de un debate público sobre quién se debería elegir: ¿por qué no elegir al Comité de Política Monetaria, ya que efectivamente es un gobierno monetario? En Europa, un debate similar sobre la responsabilidad política de los bancos centrales europeos se viene gestando incluso desde antes de que se creara el BCE. Las tensiones entre los defensores de soluciones políticas diferentes derivarán en una demanda de una mayor participación política.
Este ejercicio parece una repetición dramática de la historia de entreguerras, cuando resultaba imposible llegar a un consenso sobre políticas y marcos de políticas mutuamente consistentes. En aquel entonces, también, a los bancos centrales se los responsabilizó cuando su marco de política (en ese momento, el patrón oro) se desintegró. En consecuencia, la nacionalización del banco central se volvió una plataforma importante de la izquierda británica o francesa.
Eso, a su vez, despejó el camino para la manipulación de las monedas en beneficio de exportadores, empresarios y sindicatos. El resultado fue un caos monetario internacional -precisamente la pendiente que hoy estamos transitando-.
*Profesor de Historia y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y profesor de la cátedra Marie Curie en el European University Institute, Florencia. Su último libro es The Creation and Destruction of Value.Copyright: Project Syndicate, 2009. Traducción de Claudia Martínez.
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