Eduardo Durán Gómez
El País, Cali
Noviembre 28 de 2009
Es realmente preocupante el panorama que se cierne sobre la prensa en América Latina, cuando muchos gobiernos quieren y exigen medios de comunicación sometidos a los dictados gubernamentales y alejados de lo que debe ser el libre ejercicio de informar y opinar.
El presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, Enrique Santos, ha sido claro al denunciar con nombre propio esos hostigamientos, que se traducen en amenazas verbales, cierre de emisoras y de canales de televisión y agresivos ataques a los medios escritos que cumplen con el deber de llevar a sus escuchas, televidentes o lectores la imagen real de los hechos que marcan el diario acontecer.
La situación de Venezuela, agresiva y desafiante como la que más, es copiada por otros países como Nicaragua, Bolivia, Ecuador y Argentina, que sueñan con una prensa sometida, arrodillada y aduladora, alejada de sus deberes y entregada a los intereses personalistas de quienes ejercen el Gobierno.
Se les olvida a los que posan de bolivarianos que una de las frases más impactantes del Libertador decía: “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”.
Y la ignorancia es precisamente lo que quieren, buscan y tratan de imponer a la fuerza. Saben que para construir un medio de comunicación hubo que hacer una inversión económica a través de muchos años y amenazan con destruirla y con colocar de ejemplo esa infamia y ese crimen para buscar el sometimiento de los demás.
Cuando un gobernante opta por esconder la información, por tergiversar los hechos y por perseguir a la opinión libre, no retrata otra cosa que el abuso del poder, la corrupción y la negación del interés general frente al particular: destruye y corrompe y quiere además que se le adule y aplauda su desfachatez y su abuso.
Este panorama es el principal indicador que señala que la democracia en nuestro continente va en serio retroceso y que el daño que se causa se refleja cada vez más en atraso y desmejoramiento de las condiciones de vida de la población.
La SIP tiene que alistar una firme defensa de las banderas de su ideario para reclamar de la opinión pública continental una mayor decisión en la defensa de los derechos consustanciales con su existencia. Y también demandar, sin contemplación alguna, una rectificación de aquellos mandatarios erráticos que, amparados en regímenes democráticos, quieren valerse de las gabelas que ofrece la misma democracia para tratar de acabar con ella.
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