domingo, 8 de noviembre de 2009

La caída del muro de Berlín y el fin de las utopías

Darío Acevedo Carmona

Ventanaabierta.blogspot, Medellín

Noviembre 8 de 2009

Hace ya veinte años que fue derrumbado el Muro de Berlín. Fue la primera gran señal de una crisis irremediable del comunismo soviético que dos años después se tradujo en la implosión de la otrora gran superpotencia, la URSS. Las consecuencias políticas, militares y económicas de ese desastre, que incluyó la deriva capitalista neoliberal del gigante chino, no tardaron en manifestarse. El fin de la “guerra fría”, el triunfo inobjetable del capitalismo en su versión de economía de mercado, la conversión a esta de todos los países de la “Cortina de Hierro” y de los que hacían parte de la URSS, procesos de democratización y de liberalización, derrocamiento de dictadores como Nicolae Ceasescu, recuperación de la soberanía por parte de Hungría, Checoeslovaquia y los países bálticos, renacimiento de los sentimientos nacionalistas y de las expresiones de religiosidad, privatización desordenada de los bienes estatizados décadas atrás, comienzo de un breve período de la gran hegemonía norteamericana (hasta el 2001), desaparición de los partidos comunistas en el mundo.

Se cumplen veinte años del comienzo de un acontecimiento que no puede pensarse como un traspié transitorio y remediable del comunismo. Sólo quedan Cuba y Corea del Norte, dos países sin economía, igualados en la miseria y en el ahogamiento de la libertad y la democracia y que no constituyen paradigma o espejo para ningún país gobernado con sensatez. No hay ninguna señal que permita avizorar alguna recomposición o renacimiento de un sistema sobre el que cada día conocemos más de sus horrores, que produjo millones de víctimas, en particular en la época del dictador Stalin y de su trágico proceso de colectivización forzada del agro, de las purgas en el seno del partido y de la imposición de un régimen tiránico y terrorífico. Lo que se insinúa en el mundo andino con Chávez, Correa, Evo y Ortega, no deja de ser un intento ramplón de imitación que tiene más de populismo que de socialismo.

Otro terreno en el que se revela con gran profundidad el fracaso del experimento utópico comunista es en el intelectual. Atrás, hundidas, quedaron postulados y desarrollos de intelectuales destacados que en diversos campos de las ciencias humanas crearon escuelas y tendencias de las que era casi imposible sustraerse. La intelectualidad marxista llegó al extremo de hacer creer que el pensamiento marxista tenía carácter científico y que el comunismo era un punto de llegada fatal en el desarrollo de la humanidad. En la teoría y en los comportamientos ser marxista era parte de un ritual de tipo religioso y un compromiso sagrado. Quien se saliera del mismo o quien lanzara alguna crítica era calificado de renegado y traidor. Como en las iglesias, a todo aquel que osara cuestionar, criticar o poner en duda el dogma se le tildaba de converso, era expulsado, perseguido y hasta condenado a muerte.

No había texto en historia, en antropología, en filosofía o en sociología que no tuviera el sello de la influencia de alguna de las tendencias marxistas, que además se peleaban por definir cuál era la interpretación más correcta y la más científica. El sistema universitario mundial fue profundamente influenciado por las tesis comunistas y marxistas en todas sus versiones. Los grandes episodios de la historia de la humanidad, los problemas más acuciantes de cada periodo o coyuntura específica e incluso, bordeando el límite del fanatismo, los problemas de las ciencias exactas y naturales, eran reducidos a explicaciones que se podían obtener usando el método del materialismo histórico. Nada escapaba a la doctrina marxista que se imponía cómo el bálsamo para todos los males y para todas las sombras y dudas en el vasto campo del conocimiento.

Había marxistas de todos los colores y de todos los pelambres, moderados y radicales, dogmáticos y liberales, militantes y simpatizantes. Es innegable que algunos de ellos descollaron con luz propia, como Althusser y Hobsbaum. Produjeron textos explicativos sobre muchos problemas, arrojaron luces en el conocimiento histórico. Pero, en el mundo académico e intelectual también tuvo lugar el ejercicio de la resistencia, algunas veces con osadía y hasta con riesgo vital frente a un ambiente que quiso imponerse como dogma: se era marxista o se era un don nadie. En la medida en que se conocían las atrocidades de los gulags (campos de concentración y reeducación para desviados, enemigos, críticos) soviéticos, en cuanto se tenía noticia de las atrocidades de la revolución cultural maoísta en China, la desilusión primero y la rebeldía y el rechazo, después, produjeron grietas en el muro de granito comunista. Había quienes pensaban que el problema del marxismo no residía en su propia esencia doctrinaria fatalista, utopista, determinista y reduccionista, sino en lecturas e interpretaciones desviadas y en revisiones deformantes. Suponían la existencia de una doctrina pura, inalterable e inmune al paso del tiempo como si se tratara de un molde, al estilo de la Biblia.

En el mundo de la política actual topamos con líderes que se declaran marxista-leninistas como Evo Morales, otros, más vergonzantes, se han escudado en movimientos antiglobalización, anticapitalistas, ecologistas y conservacionistas haciendo causa común con movimientos y tendencias tradicionalistas y reaccionarias. En Colombia existen aún unas guerrillas que posan de comunistas aunque cada vez están más desdibujadas por sus crímenes y por sus alianzas con el narcotráfico. No faltan en la academia los nostálgicos que hablan de un comunismo idealizado, democrático y libertario, un imposible en sus propios términos. Creen que el marxismo atraviesa por una dificultad temporal y que renacerá, como el ave fénix, de entre las cenizas.

La crisis del marxismo ha repercutido en el auge del escepticismo frente a las grandes teorías explicativas, los metarelatos y los paradigmas que condensaban en un solo discurso y en una teoría de la vida y del mundo todos los problemas del conocimiento y de la humanidad. Esto quiere decir que el marxismo no ha sido contestado por una teoría alternativa o por un sistema de pensamiento que haga las veces de reemplazo. Marx con su visión materialista se erigió en alternativa a la filosofía idealista hegeliana, pero él, como su maestro, pensó que el hombre tenía una misión en la tierra y que esta se cumplía según un derrotero que tenía un principio y un fin. Los intelectuales y científicos sociales de hoy en día han perdido la fe en este tipo de teorías totalizantes y teleológicas. El amplio mundo del conocimiento se presenta como un abigarrado cuadro fragmentado en el que no obstante el peligro a que induce la excesiva especialización, las disciplinas asumen su ámbito, su espectro y su impacto sin las ampulosidades del pasado.

En los últimos 20 años, después de la hegemonía del marxismo no aparece en el horizonte un gran pensador de esta estirpe ni se ha editado un libro que se convierta en paradigma y esto es así porque la crisis del marxismo es la crisis de los grandes paradigmas y los grandes metarelatos, es la crisis del reduccionismo y finalmente es la crisis de las utopías que se inspiraron en teorías totalizantes como el comunismo y el nazismo con todas las tragedias que produjeron. Hoy admitimos más nuestra relatividad nuestras limitaciones y somos más pragmáticos, el mundo de hoy es más incierto que el de la guerra fría, pero, al menos, desconfiamos de los paraísos terrenales a los que nos conducirían las razas, los pueblos y las clases superiores.

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