domingo, 15 de noviembre de 2009

Más allá de Chávez...

Mauricio Botero Caicedo

El Espectador, Bogotá

Noviembre 15 de 2009

Hugo Chávez desequilibrado y pendenciero, confirma cada siete días su condición de psicópata.

La semana pasada les advirtió a los venezolanos (hastiados hasta la médula por falta de electricidad y agua) que se prepararan para la guerra; esta semana les informa que no habrá guerra y que todo ha sido una manipulación mediática. Con sus delirantes aspiraciones de ser la reencarnación de Bolívar y jugar un papel determinante en la geopolítica mundial, el narcisista no se percata de que él no pasará de ser un desafortunado accidente en la historia venezolana y un asterisco insignificante en la historia universal.

El problema de Venezuela no es sólo Chávez: es, utilizando el lenguaje de los economistas, un grave problema estructural y no un accidente coyuntural. El problema de fondo es que desde hace cerca de un siglo Venezuela se transformó en una sociedad rentista, aquella en que el Estado deriva la inmensa proporción de sus recursos de la venta de un producto en los mercados internacionales, recursos que sustituyen los ingresos tributarios. Las sociedades rentistas están expuestas a todo tipo de riesgos. Según Andrés Mejía Vergnaud, en su excelente libro El destino trágico de Venezuela (Tierra Firme Editores, 2009), “Una democracia rentista sufre de una enorme debilidad: será estable y será legítima —a ojos de la población— en la medida en que pueda distribuir los recursos de la renta hacia dicha población o hacia sectores vitales de ésta. Si pierde la capacidad de hacer tal cosa, ya sea por el agotamiento del recurso que da origen a la renta, o porque las condiciones de su comercio en el mercado mundial se tornan desfavorables, o simplemente porque los recursos no alcanzan para atender las demandas de la población —que suelen ser crecientes e insaciables—, sobrevendrá un debilitamiento muy profundo del sistema político y de la legitimidad que éste inspire en las gentes”.

El petróleo, para Venezuela, se convertiría en “el excremento del diablo”, según la profética sentencia del fundador de la OPEP, Juan Pablo Pérez Alfonso. Hoy, el país se hunde en dicho excremento. Para 2010 las perspectivas económicas de Venezuela son dramáticas: la inflación va a pasar del 37,4 al 50% anual, el desempleo se acercará al 17% y el déficit fiscal va a ser el 8,2% del PIB.

El previsible ocaso del petróleo está sólo a dos o tres lustros en el horizonte. (El mundo desarrollado está evolucionando hacia otras fuentes de energía en el sector del transporte, sector que consume el 78% de los derivados del crudo). De la misma forma en que la edad de piedra —no por falta de piedras— llegó a su fin, la edad del petróleo llegará a su fin, aun existiendo gigantescas reservas de hidrocarburos. Mejía Vergnaud agrega: “…desaparecido o menguado el bálsamo (el petróleo), la intranquilidad social podría trastornar la vida de Venezuela y dar una faz trágica al inexorable tránsito hacia una vida más allá del petróleo”. Dicho de otra forma, el “Caracazo” es un juego de niños al lado de la violenta detonación social de una población acostumbrada a que el Estado multimillonario les preste todo tipo de concesiones y subsidios.

Colombia y América Latina deben seguir con mucho cuidado la evolución del vecino país, porque todo parece indicar que cuando los venezolanos se den cuenta de que su inmensa riqueza es una vana ilusión, y que durante nueve décadas los políticos se robaron el país, va a estallar una enorme revuelta social. El dilema de Venezuela, repito, no es sólo Chávez, y la hecatombe social que se avecina puede ser mucho más peligrosa y desestabilizadora para el continente que las bufonadas histriónicas del coronel. Los países, a medida que se agravan los problemas internos, tienden a desahogarse acusando a los vecinos de ser los causantes de sus de penurias. No hay razón para pensar que en el caso de Venezuela la reacción sea diferente.

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