lunes, 9 de noviembre de 2009

20 años de una lección no aprendida

Editorial

La Patria, Manizales

Noviembre 9 de 2009


Las imágenes están frescas en la memoria: miles de personas apostadas a un lado y al otro. Dos naciones separadas por la guerra, pero unidas por sus raíces tenían la oportunidad de encontrarse de nuevo. La noche del 9 de noviembre de 1989 es la fecha clave de la reunificación alemana, porque el muro de Berlín, que estuvo en pie por 28 años, literalmente se derrumbó a fuerza de los ciudadanos, que mientras despedazaban esta obra de la infamia le mostraban al mundo el paso más importante en la terminación de la guerra fría como se conocía hasta ese momento.

La reunificación de Alemania, concretada 11 meses después, permitió además dar un gran paso en lo que significa la riqueza distributiva. Cómo una potencia fue después capaz de integrarse económica y políticamente, a pesar de los lazos rotos durante tantos años. Fue muestra no sólo de la modernidad, sino de las posibilidades que ofrecen la democracia y el capitalismo como generadores de libertades y de riquezas. Un gana-gana del país rico y de su vecino pobre, habitantes de un mismo territorio.

Los alemanes, de oriente y de occidente, dieron así una lección al mundo, que no termina de ser aprendida. Rápidamente este gesto ayudó a concretar en definitiva la unificación europea, que dio su más importante paso con el Tratado de Maastricht en 1992, el mismo que permitió que las comunidades europeas, cuyas fundaciones se iniciaron en los años 50, dejaran atrás su interés netamente económico para pensar en una unificación de políticas públicas y montar a los países en un ideario colectivo.

A pesar de los testimonios de sufrimiento que narran las familias alemanas separadas durante años por el Muro y aunque las imágenes que por estos días se repiten en todas partes de hace 20 años son más que elocuentes, de desconocidos de un lado y del otro que se abrazan de alegría por superar un hecho de la historia de la humanidad que nunca debió ocurrir, la lección es como si no se hubiera aprendido.

Cada vez son más los muros, barreras, cercas que bajo cantidad de eufemismos y justificaciones se siguen levantando para separar pueblos hermanos, vecinos, amigos, contraviniendo de esta manera todo lo aprendido a través de los años y, principalmente, después de la segunda guerra mundial y de la terminación de la guerra fría, que ha encaminado al mundo hacia el multilateralismo político y económico, y últimamente jurídico.

En plena crisis económica mundial, Alemania mostrará que sigue siendo un poderoso económico, a pesar del duro costo que asumió para lograr la unificación. Se recordará con honores a personajes como Helmut Khol, canciller de la República Federal, quien lideró el camino para que una vez el Muro cayó se apresuraran las cosas para que en menos de un año se concretara este logro de su pueblo. A pesar de que posteriores escándalos han manchado su hoja de vida, nadie podrá olvidar la visión que tuvo este hombre al atreverse a visitar a su homólogo de la República Democrática en 1987 y propiciar en tan poco tiempo resultados tan visibles. Todo un ejemplo para muchos líderes en el mundo que conducen sus naciones más por el camino del odio, que por el del trabajo en conjunto.

Que más allá de las celebraciones, este aniversario se tenga en cuenta para reflexionar por el dolor de la guerra, de la separación, de la infamia. Naciones como la nuestra deberían fijar su atención en procesos como aquellos, en los que se supera el odio por los victimarios para construir un objetivo común. La guerra no es el camino. Sólo con la diplomacia, con el uso de los mecanismos democráticos y con líderes capaces de conducir su nación por el camino del trabajo colectivo podremos pensar en una reconciliación para el futuro. Ojalá cayeran todos los muros y no se hablara más de esa posibilidad en ningún lugar. Dirán que es difícil, pero basta repasar la historia de la postguerra de las dos Alemanias para ver que cuando hay verdaderos deseos de reconciliación todo es posible.

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