domingo, 22 de noviembre de 2009

Cobardía y sevicia

Sergio De La Torre

El Mundo, Medellín

Noviembre 22 de 2009

Con la voladura de los puentes la crisis con Venezuela escaló un peldaño más. No es que haya pasado de las palabras a los hechos (como creen algunos analistas, algo ligeros) pues la retórica altisonante de Chávez, que va in crescendo desde el comienzo de su reinado, siempre estuvo acompañada de actos agresivos, el primero de los cuales, probado y comprobado, es el apoyo diario y sostenido que le brinda, sin falta ni regateo, y con refugio incluido, a su socio las Farc.

A propósito de lo acontecido esta semana quiero adelantar dos comentarios sueltos, que probablemente ya se han hecho pero en los cuales no sobra insistir:

1) Uno no sabe si llorar o reír ante la extraña salida del vicepresidente Pedro Carrizales, que llama provocación al anuncio colombiano de llevar el caso de los puentes a los organismos internacionales. O sea que en labios de nadie menos que el segundo de a bordo en la jerarquía venezolana, nosotros, que somos las victimas de la provocación, resultamos ser los provocadores, solo porque reaccionamos como es debido y como las reglas lo establecen y autorizan. El mundo al revés. El mismo estilito del patrón, que sus áulicos imitan con un automatismo digno de mejor causa. El canciller Maduro, faltando a la circunspección y a la mesura que le impone su alto cargo diplomático, no contento con repetir al pie de la letra, como a diario lo hace, las diatribas del coronel, ahueca la voz, para mejor demostrar su devoción.

Las palabras de este par de personajes, que se indigna por la reacción colombiana (cauta y medrosa como siempre) son de tal naturaleza que rayan en el cinismo, a más de que reflejan muy a las claras el espíritu lumperil que se ha apoderado de la elite gobernante. O acaso son producto de la imbecilidad pura y simple que se alterna y entrecruza con la bellaquería en ciertas camarillas emergentes que se adueñan del poder político apelando al fraude, la trampa y la mentira.

2) La diplomacia tiene un lenguaje que no es dable soslayar en aras de la cortesía, sin grave perjuicio para quien lo hace. Hay que cuidar ese lenguaje, y saberse cuidar de él. Precaverse del mal uso que hagamos de las palabras, pues ese mal uso a veces se vuelve contra nosotros y acaba beneficiando a la contraparte. Si por azar se presenta en la frontera un choque, o colisión, de alcance limitado, a esto se le llama “incidente”. Pero cuando ella se repite, iniciada por la misma parte, originada en el mismo lado, en forma tan persistente que sugiera la existencia de un plan, pues deja de ser un incidente para convertirse en provocación, o en agresión continuada. Y como tal hay que encararla, precisamente para que no se repita y se trasmute en atropello constante.

A la masacre de los ocho jóvenes ocurrida el mes pasado, a la matanza luego de otros cinco compatriotas y, por último, al genocidio perpetrado esta semana en cabeza de tres colombianos, aquí le damos el piadoso nombre de “incidentes” cuando son crímenes que fríamente comete la Guardia venezolana. O, con la connivencia suya, las milicias bolivarianas, pues allá también hay paramilitarismo, solo que legalizado y soportado en el Presidente, que lo patrocina para de alguna manera disminuir el peso del viejo ejército regular y afianzar el dominio de este nuevo fascismo, de corte tropical, disfrazado de redención social y patriotería barata, como todos los fascismos al fin de cuentas.

Este curioso régimen insulta, amenaza, aplica represalias comerciales, llama a la guerra y convoca a la movilización popular, pero a la hora de la verdad no se confronta sino con la población civil inerme. El discurso incendiario y la actitud retadora de suyo son graves, están repudiados por la legislación internacional. Pero cuando ya hay muerte periódica, sistemática, casi semanal, de civiles colombianos al otro lado de la frontera, la cuestión es distinta y reclama atención inmediata y de otro tipo, por supuesto.

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