José Obdulio Gaviria
El Tiempo, Bogotá
Noviembre 11 de 2009
El que sabe, sabe, informan Tola y Maruja que comentaron los caníbales saboreando la carne de un antropólogo.
Algunos creen que los procesos políticos son irracionales; que en las competencias por la presidencia puede ganar uno u otro candidato casi que de chepa... Están equivocados. Los procesos políticos tienen resultado predecible, si se utilizan adecuadamente en el análisis las herramientas de la ciencia y de la tecnología. Ahí es cuando se demuestra que el que sabe, sabe.
Cuando un apostador experto llena el formulario para una competencia hípica, introduce en sus cálculos conocimientos que los demás mortales ni soñamos que existen: él conoce la sangre de cada caballo hasta la décima generación, su preferencia por la pista de arena o la de grama, el peso exacto del jinete, los tiempos que hizo en cada entrenamiento, si rinde más en carrera corta o en carrera larga. Todos sabemos que los pronósticos de los conocedores siempre tienen un alto margen de probabilidad de acierto, mientras que los apostadores del montón, simplemente especulan.
En estos días he discutido largamente con expertos electorales y analistas políticos sobre nuestras elecciones 2010. Ellos (al contrario de los legos, que están todos confundidos) ven un mapa electoral simple. Mientras que el común ve multitud de nombres de candidatos, los expertos describen solo dos corrientes dominantes. Como los matemáticos, simplifican: en lugar de describir virtudes y defectos individuales, ubican a cada candidato dentro de una corriente.
Los expertos no imaginan nombres de personas corriendo por la Presidencia, sino corrientes (dos, máximo tres, como ocurre en la actual campaña chilena). Dentro de esas corrientes, ahí sí, sopesan las posibilidades de cada nombre. En una campaña presidencial, dicen, hay dos carreras paralelas: la interna por el liderazgo de cada corriente (cosa que dirime sabia y espontáneamente el propio electorado) y la carrera externa o el embalaje final entre los líderes de cada corriente.
La primera gran corriente que describen nuestros analistas es el uribismo, tendencia a la que asignan, en el peor de los casos, una intención actual de voto de entre el 60 y el 65 por ciento. ¿Quién representará a esa corriente de pensamiento y acción política? -Que perdone don Pedro Grullo-, Álvaro Uribe. Su liderazgo es firme y sólido, aunque, aclaran, no es hegemónico. Tres jefes de su propio movimiento se lo disputan: Noemí Sanín, Germán Vargas Lleras y Martha Lucía Ramírez.
En el libro La confrontación política, de Maraval, me recuerda uno de los expertos, se puede consultar sobre modelos cómo ha terminado resolviéndose la pugna por el liderazgo interno de partidos o movimientos: primero, vía confrontación (como hizo la Thatcher con Heath), caso en el cual Uribe, seguro, dejará tendidos en la arena a sus tres contendores; segundo, vía sucesión no antagónica (Rajoy con Aznar), caso en el cual Uribe nomina a su sucesor. En la segunda corriente, el antiuribismo, los expertos describen matices que van desde el azul claro hasta el rojo oscuro: Pardo (liberales), Petro (Polo Democrático), los varios independientes. Todavía no se atreven a pronosticar cuál de ellos logrará la hegemonía, aunque sí garantizan que esa corriente irá unida en una eventual segunda vuelta.
La inscripción de Uribe para correr por la Presidencia en el 2010 debe todavía superar el requisito legal de la declaración de exequibilidad y el posterior triunfo en las urnas del referendo. Logrados esos éxitos, el triunfo de la corriente uribista estará rodeado de una legitimidad indiscutible y magnífica. A esa tarea están abocados hoy los jefes más connotados del uribismo, los mismos que, en el caso improbable de un accidente constitucional que impidiera la inscripción de Uribe, van a estar disponibles para su relevo en el tiquete electoral: Santos, Rivera, Holguín y Arias.
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