domingo, 22 de noviembre de 2009

Corrupción y legitimidad

Alfonso Monsalve Solórzano

El Mundo, Medellín

Noviembre 22 de 2009

EL MUNDO y otros diarios editorializaron sobre la clasificación de Colombia en el Índice de Percepción sobre la Corrupción 2009, realizado por Transparencia Internacional, en el cual descendimos del puesto 70 al 75 entre 180 países, por debajo de Chile y Uruguay, aunque por encima de muchos referentes latinoamericanos como Perú, Argentina, Ecuador, y Venezuela. El siguiente es mi punto de vista.

Este índice es realizado luego de la aplicación de 13 encuestas hechas a empresarios y expertos de cada país, pero mi primera hipótesis es que refleja la opinión de muchos colombianos sobre ese fenómeno. En un gobierno que se jacta –con razón- del apoyo masivo de los ciudadanos durante tanto tiempo, por primera vez en siete años ve disminuido de manera significativa, el porcentaje de opinión favorable de los colombianos al presidente- del 70% al 64% - según la última encuesta Gallup sobre percepción política realizada en Colombia, aunque conserve, de lejos, todavía, el consentimiento de la mayoría. Y no es casual que esto ocurra en medio de recurrentes escándalos relacionados con la corrupción: la misma encuesta señala que el 51% de los colombianos están descontentos con el manejo de este tema por parte del gobierno.

Hay que distinguir, por supuesto, entre la percepción y la realidad de un asunto o tema, Una cosa es la temperatura y otra, la sensación corporal que se tenga de ella. Igualmente, puede no coincidir la apreciación que un grupo social tenga sobre cual es el problema principal de seguridad que lo afecta y el que realmente está incidiendo de manera decisiva en ella. La percepción es un asunto de opinión, y ésta siempre es moldeable, mientras que la realidad simplemente es.

El punto es que no necesariamente son divergentes, porque la opinión está, hoy, mejor informada, y por lo tanto, tiene una mejor capacidad para formarse conceptos más adecuados de los hechos. Esta aseveración tiene consecuencias en el campo de la política. Por ejemplo, uno no puede defender que las encuestas –que son la medición de una percepción- muestran la realidad del apoyo al gobierno, de manera abrumadora, pero al mismo tiempo concluir que la gente se equivoca al señalar como un tema grave, crecientemente preocupante, el de la corrupción.

De hecho es posible pensar, y esa es mi segunda hipótesis, que la gente defiende la popularidad del gobierno a pesar de percibir síntomas de corrupción porque prioriza los problemas y mide las ejecutorias y encuentra que el ejercicio de la política de seguridad democrática es la estrategia más relevante para el problema central que aqueja el país, la amenaza de la soberanía interna, a la que ahora se suma y conjuga en clara alianza, la proveniente de la frontera nororiental. Y la defiende por encima y en contra de quienes repetidamente, en todos los medios y de todas las maneras la critican. La gente no es tonta, como suelen pensar quienes se sienten frustrados porque sus opiniones son recurrentemente inadmitidas por los ciudadanos; simplemente no está sesgada por rayones ideológicos que distorsionan el pensamiento de quienes aspiran a conquistar el apoyo mayoritario. (De paso, la inconsecuencia teórica de estos forjadores de opinión consiste en que si fuesen ellos quienes tuvieran el soporte popular y el grueso de la población pensase según sus orientaciones, el pueblo sería inteligente; tienen el síndrome del rey filósofo platónico: se auto conciben como destinados a gobernar a la masa ignorante).

Si crece la percepción de corrupción, como ocurre hoy, hay que ponerle cuidado. No existe un gobierno perfecto: Las señales enviadas hasta ahora sobre la ilegitimidad del gobierno en este campo tienen que ser analizadas y es necesario tomar medidas para contrarrestarlas. Las largas permanencias en el poder pueden conducir a que los gobernantes también tengan el síndrome de Platón y creer que no se equivocan, y pueden llevar a aflojar las medidas de control y transparencia. Grave error. Ya se produjo una alerta temprana con las encuestas mencionadas.

Es necesario dar explicaciones convincentes y tomar medidas de control drásticas, en lugar de justificar a los responsables. Como decían los romanos, la mujer del Cesar además de ser casta debe parecerlo. La política del avestruz no sirve. Las agresiones del presidente venezolano consistan la unidad nacional pero sólo desvían momentáneamente la atención de los colombianos sobre los temas de corrupción presunta o real que se señalan como una falla del gobierno. La legitimidad democrática exige transparencia, además de la regla de mayoría porque el sistema se diseña para servir al pueblo y manejar de manera pulcra los recursos del estado.

Los ciudadanos son muy sensibles al mal uso de los dineros públicos porque éstos vienen de los impuestos que todos pagamos, la inmensa mayoría con un gran sacrificio. Si los colombianos perciben que la corrupción es un problema creciente, será el fin de la popularidad del gobierno de Uribe, porque, inteligentes como son los colombianos, terminarán por concluir que puede haber seguridad sin corrupción.

Esto, sin tener en cuenta que también los ojos de la comunidad internacional están encima de Colombia y de su presidente, evaluando sus actuaciones en la perspectiva de un posible tercer período, posibilidad que ha sido vista con desconfianza y desaprobación en el exterior no solo por ONGs sino por mandatarios de estirpe democrática, nada cercanos a Chávez.

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