jueves, 12 de noviembre de 2009

Dime qué comes y te diré qué serás

José Amar Amar

El Heraldo, Barranquilla

Noviembre 12 de 2009



Estimado lector, si su progenitora consumió menos de 400 miligramos de hierro al día durante su embarazo, olvídese de la posibilidad de ser ingeniero o físico, o cualquier otra profesión que implique las matemáticas. Y es muy probable además que desde la primaria usted haya presentado problemas de aprendizaje en esta área, que ni el más diestro profesor podría solucionar.


Éste es uno de los miles de descubrimientos que centros de investigación especializados en el mundo, en el tema de nutrición y desarrollo, han realizado para mostrar la importancia de una adecuada alimentación en la salud y en las capacidades mentales, al punto que podríamos ya con seguridad afirmar que, si se mantiene una óptima nutrición de madre y niño en sus primeros años, podríamos prevenir muchas enfermedades y asegurar un desarrollo normal en su vida física, mental y social. Así que, quienes mal se nutren, no sólo debilitan su sistema inmunológico, aumentando la propensión a enfermedades, sino que también, producto de esta malnutrición, se afectará el desarrollo cognitivo, el rendimiento escolar y la futura productividad en el trabajo.


Lo mínimo que se puede esperar de una sociedad es garantizar un buen comienzo en materia de nutrición a todos sus niños, ya que no hacerlo puede tener efectos devastadores. Robert Meyer asegura que, si se brindara a los niños un comienzo justo, sería posible reducir las desigualdades socioeconómicas. Los niños de familias pobres muchas veces quedan rápida y crecientemente rezagados respecto de sus pares más aventajados, porque una mala nutrición desde el embarazo los limita para su rendimiento escolar, y más tarde para ser adultos productivos. Diferentes evidencias investigativas indican que las naciones con mayor productividad y calidad de trabajo son aquellas donde los niños, desde antes de nacer, tuvieron un buen cuidado nutricional, en su salud y en su desarrollo psicosocial.


Infortunadamente, el informe de la situación alimentaria del país es tremendamente preocupante, especialmente en Chocó y en la región Caribe, donde muchos niños se están muriendo, literalmente, de hambre. Agravada esta situación porque el precio de los alimentos ha subido tanto que se necesitarían muchos recursos para contrarrestar el problema. Es lamentable reconocer que en los últimos años el despojo de la tierra y el desplazamiento generado han agravado más la inseguridad alimentaria de millones de niños en el país.


Hace algunos años, en la Universidad del Norte hicimos un estudio en Magdalena y Sucre, donde encontramos que aproximadamente el 30% de los niños entre 3 y 7 años tenían algún nivel de deterioro de sus funciones cerebrales, como consecuencia directa de la malnutrición durante el embarazo de la madre. Estos niños, si llegan a adultos, serán personas que necesitarán alimentarse, vertirse y consumir, y tendrán muy limitadas, o casi nulas, sus posibilidades de producir, lo que, aparte del problema ético, representa una carga económica que alguien tendrá que asumir.


Gran cantidad de trabajos demuestran que, cuando se alimenta bien al niño en sus primeros años de vida, hay un significativo ahorro en los costos para las naciones: hay menos repitencia y abandono en las escuelas, se rebajan sensiblemente los gastos en salud, se reducen las pérdidas laborales y, en general, el país está mejor preparado para generar riquezas.


Como se puede deducir, estimado lector, este no es un problema sólo humanitario y que no se soluciona dando limosna en cada esquina donde haya un niño mendigando. Hay que reconvertir la estructura agraria del país, y el Estado debe hacer una inversión muy fuerte para mejorar las condiciones de vida de las familias.

Desnutrición es casi sinónimo de pobreza, y los países que con más fuerza emergen en el mundo de hoy han desarrollado programas muy exitosos que han permitido reducir el número de personas que viven en pobreza. En Colombia no podemos seguir siendo indiferentes ante el hambre que acosa a millones de niños.


De hecho, el 56% de la mortalidad materno-infantil está asociada a la desnutrición; es decir, la mitad de los fallecimientos de los niños menores de 5 años podrían evitarse técnicamente si tuvieran una adecuada alimentación.

Ojala algún día todos los colombianos comprendamos que, si queremos una seguridad democrática sostenible, debemos tener como prioritario asegurar al menos la comida de nuestros niños y sus familias.

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