jueves, 12 de noviembre de 2009

Chávez se fue a la guerra...

Ernesto Yamhure

El Espectador, Bogotá

Noviembre 12 de 2009

Decía el sátrapa venezolano que una invasión norteamericana a su país desataría una guerra como aquella que en la Edad Media libraron los ingleses contra los franceses durante más de cien años.

Desde que compró sus nuevos aviones de guerra —ya se le han desplomado tres—, tanques blindados, misiles y barcos, ha intentado estrenarlos a como dé lugar. No ha querido que la multimillonaria inversión en asuntos militares, que pasa de los 18 mil millones de dólares, pase de agache.

Hay quienes dicen que el chafarote sufre de esquizofrenia, que no hay que ocuparse de sus salidas en falso, que su incontinencia verbal es una simple estratagema para desviar la atención de unos tristes y desesperados gobernados a punto de rebelársele al régimen.

Tal vez sea cierto que el tirano de Venezuela padezca una terrible e irreversible psicopatía. Sus eternos e incoherentes discursos en los que habla de todos los asuntos como si se tratara del dueño de la verdad absoluta, hacen creer que el teniente coronel vive en un mundo de fantasía.

Chávez cabalga sobre su megalomanía. Habla, vocifera, amenaza, ordena, grita, designa, destituye, canta, declama, recomienda, sugiere, aconseja, dice y desdice. Todo en cuestión de segundos. Y su equipo, cual cuadrilla de mansos bueyes, cumple sumisamente la voluntad del malhadado gobernante que es el vivo retrato del supremo Gaspar Rodríguez de Francia.

Cuánto se parece el teniente coronel al sempiterno gobernante y padre de la patria paraguaya que un día cualquiera emitió el célebre decreto por medio del cual se declaró a sí mismo como el dictador perpetuo del país, comuníquese y cúmplase…

El poder absoluto enloquece. Calígula nombró a Incitatus, su caballo favorito, en el cargo de cónsul de Bitinia; Goebbels, aquel fanático y paranoico, fue el ministro estrella de Hitler. Stalin se rodeó de personas de la catadura de Ordzonikidze —un vulgar asesino— y el corrupto mariscal Voroshílov.

Chávez no se ha quedado atrás. Con sapiencia tiránica, ha integrado un equipo de trabajo que bien se parece a un torrente de parásitos acostumbrados a vivir de la savia oficial. Nombres hay de sobra: Lina Ron, el canciller Maduro, Diosdado Cabello, Iris Varela y Aristóbulo Istúriz, son los más rutilantes miembros del cartel chavista.

Aplauden desaforadamente a su líder cuando éste lanza sus amenazas bimestrales contra Colombia. Se emocionan frente a la perspectiva de una guerra y gritan jubilosos cuando el dictador rinde sentido homenaje a los terroristas colombianos.

Pero ellos no representan al pueblo. No hay que confundir a Chávez y su pandilla con los 27 millones de venezolanos que son gente decente, trabajadora y, sobre todo, pacífica. Ocho de cada 10 rechazan la posibilidad de una guerra porque son consecuentes con la historia.

Dos naciones que lucharon juntas para lograr su independencia jamás van a recurrir a las armas para superar sus diferencias. Los militares lo saben. Chávez podrá provocarnos con todas las batallas que se le ocurran, pero cuando llegue la hora definitiva, no habrá quién pilotee sus célebres Zukhoi, ni quién le mueva los aparatosos tanques de guerra.

Si Chávez quiere guerra, seguramente la tendrá, pero no será con Colombia, sino contra su propio pueblo que algún día hará caso de las palabras de Bolívar cuando dijo “nadie sino la mayoría, es soberana. Es un tirano el que se pone en lugar del pueblo: y su potestad, usurpación”.

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