Moisés Naím
El Tiempo, Bogotá
Noviembre 8 de 2009
Sucedió de nuevo. La recuperación económica se produjo antes de lo esperado y fue tan sorprendente como el súbito colapso financiero. El trimestre pasado, la economía estadounidense creció al 3,5 por ciento. A comienzos de año, los titulares anunciaban que estábamos a punto de entrar en una depresión peor que la de los años 30 y que el estancamiento duraría una generación o más. Ahora sabemos que los expertos, los gobiernos y los inversionistas que no vieron venir el crash tampoco vieron venir la recuperación de la economía mundial. Claro, los pesimistas creen que la recuperación no es tal y que una nueva caída es inevitable. Los alarman -con razón- los enormes déficits fiscales, la deuda pública, las altas y crecientes tasas de desempleo y un sistema financiero aún muy frágil. Pero mientras los preocupados se angustian, las economías más importantes del mundo están creciendo más y mucho antes de lo que ningún experto había anticipado. Lo mismo sucedió durante los muchos accidentes financieros de la década de 1990. En Asia, América Latina y en Rusia, la recuperación fue tan rápida y tan sorprendente como los accidentes mismos. Pero si bien es obvio que la reanimación económica es preferible a la recesión prolongada, una rápida recuperación también tiene su costo: les quita a los políticos las ganas de hacer cambios necesarios para evitar futuras crisis.
Así pasó en las crisis financieras anteriores y me temo que volverá a ocurrir ahora. En el clímax de la crisis, los gobernantes de países más influyentes se reunieron de urgencia y declararon que "fortalecer la arquitectura del sistema financiero mundial" era una prioridad. También anunciaron su compromiso de "reducir los riesgos de crisis recurrentes en el futuro y mejorar nuestras técnicas para responder a las crisis cuando ocurran". ¿Suena bien, verdad? Lástima que este es el texto exacto del comunicado emitido por los líderes del mundo hace una década, cuando se reunieron en Reino Unido para decidir cómo responder a la crisis financiera asiática.
Poco después de esa cumbre, las economías asiáticas sorprendieron a todos cuando comenzaron a crecer a gran velocidad, eliminando la presión de reformar el sistema financiero. Así, diez años y una gran crisis después, los líderes siguen prometiendo reformar las finanzas globales. Y, al igual que a sus predecesores, a ellos la recuperación les está quitando las ganas de ir a fondo con las reformas. Esto no significa que no habrá cambios. Los bancos estarán más controlados, los pagos a sus directivos tendrán topes y los paraísos fiscales serán más vigilados. Pero estas y otras nuevas reglas no se aplicarán de la misma manera en todas partes. Cada país tendrá su propia legislación, interpretará las reglas a su manera y las ejecutará con distintos niveles de entusiasmo. Los reguladores de la banca alemana, por ejemplo, tendrán motivaciones algo distintas que las de, digamos, sus colegas de Mónaco. O de Rusia.
No va a haber una nueva arquitectura financiera global, sino una combinación de pocas y tímidas iniciativas multilaterales y muchos cambios a nivel nacional. Esto será así porque, si bien el dinero responde cada vez más a incentivos globales, los gobiernos siguen dependiendo de sus realidades locales. Y la regulación bancaria no sólo la determinan criterios técnicos, sino que, en todas partes, resulta de un proceso esencialmente político. Por tanto, el resultado será un sistema financiero mundial, donde el dinero seguirá operando sin fronteras mientras que los gobiernos seguirán operando primordialmente dentro de sus jurisdicciones nacionales. Este irregular mosaico mundial de reglas creará extraordinarias oportunidades para los especuladores. Los gobiernos podrán controlar a los bancos tradicionales y a otras empresas financieras. Pero no a todas. Ni todos los banqueros serán empleados de empresas reguladas por los gobiernos, ni los más ambiciosos y talentosos de entre ellos se quedarán trabajando en los bancos donde el Gobierno limita su remuneración. Va a aparecer, por tanto, un nuevo sistema financiero "en la sombra" que, sin ser ilegal, va a obtener inmensas ganancias gracias a las nuevas reglas. Un sistema mundial de regulación financiera formado por diferentes sistemas nacionales inevitablemente tendrá brechas, contradicciones e incongruencias. Aprovechar, por ejemplo, una oscura e ininteligible regla contable en Tailandia que crea oportunidades en Holanda, donde la regla es distinta, será un negocio muy lucrativo. O crear fondos de capital destinados a "arbitrar" las distorsiones producidas por las incongruencias regulatorias entre distintos países. Y hay muchos expertos financieros con el conocimiento, los contactos, las tecnologías y el capital que sabrán encontrar y aprovechar estas oportunidades para hacer mucho dinero. Hasta la próxima crisis...
* Editor de 'Foreign Policy'
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