domingo, 8 de noviembre de 2009

Aniversario en Berlín

Editorial

El Tiempo, Bogotá

Noviembre 8 de 2009


El mundo celebra mañana veinte años de la caída del Muro de Berlín, cuando los sometidos al gobierno comunista de la República Democrática Alemana (RDA) pudieron por fin pasar libremente a la parte occidental de la ciudad, a cargo de la República Federal Alemana (RFA) y empezaron a demoler la sólida pared de hormigón. Levantado en 1961 para impedir que huyeran a Occidente los cerebros y la mano de obra que quedaron en la zona soviética tras la división de la ciudad y el país entre los vencedores de la II Guerra Mundial, el muro de 155 kilómetros y 3,60 metros de altura encerró a los alemanes del Este durante casi tres décadas y fue símbolo de la Guerra Fría. Cerca de doscientas cincuenta personas murieron en el intento de saltarlo.

Al visitar la ciudad en 1963, John F. Kennedy señaló ya al muro como metáfora: de este lado se hallaba media ciudad que representaba el mundo libre y el capitalismo; del otro, el comunismo con su sistema opresivo y gris. Para los de Europa del Este, según dijo el escritor albanés Bashkim Shehu, el Muro era una prisión y para los occidentales, un espejo donde miraban los valores de su identidad y los antivalores que combatían. Menos filosóficamente, el líder soviético Nikita Kruschev había expresado: "Berlín es los testículos de Occidente; cada vez que quiero hacer gritar a Occidente, le doy un apretón a Berlín".

En la RDA vivía desde temprana edad la joven científica Ángela Merkel. Aquel 9 de noviembre de 1989, al enterarse de que las autoridades comunistas habían abierto las puertas y los berlineses circulaban libremente, se acercó a ver la apoteósica escena. Pero tras un breve rato se marchó a dormir porque al día siguiente debía dictar una conferencia. Merkel entró poco después en la política; desde hace cuatro años es Canciller alemana y mañana preside la celebración del vigésimo aniversario del histórico acontecimiento.

Habrá en ella conciertos, festejos, discursos y cumbre de personajes. Pero la verdad es que el muro que separaba al mundo comunista y el democrático empezó a caer meses antes, cuando otros países sometidos, como Polonia, Hungría y Checoslovaquia, rompieron amarras con Moscú y se dieron a instaurar regímenes democráticos. Mijaíl Gorbachov, el último de los líderes soviéticos, entendió que el socialismo real marchaba en contravía de la Historia e instauró una política de transparencia y democracia que reventó las cabuyas del sistema.

A pesar de la celebración, muchos alemanes consideran más importante la fecha del 9 de octubre de 1989 que la del 9 de noviembre. Un mes antes de que cayera el Muro, la ciudad de Leipzig presenció una manifestación multitudinaria, sin precedentes en la RDA, durante la cual los ciudadanos gritaron consignas a favor de Gorbachov y en contra de la odiosa policía secreta -la Stasi- y proclamaron que "el pueblo somos nosotros". Según el periodista alemán Franz Schulze, habían aprendido la lección de las protestas chinas, ahogadas cuatro meses antes a bala en la plaza de Tiananmen, así que se abstuvieron de toda violencia. "Nuestra victoria -afirma- consistió en reunir a tanta gente y que no hubiera ningún idiota útil que tirara piedras".

Caído el Muro, los acontecimientos se sucedieron velozmente. Contra la opinión de soviéticos, franceses e ingleses, el gobierno federal de Helmut Kohl aceleró la unificación, sin reparar en costos económicos ni políticos. Fue una transición de dictadura a democracia tan sosegada como la que sorteó España 15 años antes, pero mucho más rápida. La RFA absorbió en un santiamén a la RDA. Poco después, otros problemas desviaban por completo la atención de Europa, entre ellos la carnicería desatada en los países de la antigua Yugoslavia ante la inmovilidad de los vecinos occidentales.

Veinte años más tarde, la Unión Europea alberga a 27 países otrora divididos por la Cortina de Hierro. Alemania es uno de los líderes del mundo y sus habitantes no se arrepienten de lo ocurrido. El 86 por ciento piensa que la unificación fue positiva, aunque el 48 por ciento opina que la sociedad es más injusta que antes. En cuanto a los antiguos súbditos de la RFA, el 60 por ciento sostiene que la unificación ha beneficiado más sus compatriotas orientales que a ellos. Solo uno de cada cuatro ciudadanos de la antigua RDA comparte esta opinión. En las últimas elecciones apareció fortalecido un partido que evoca los tiempos del comunismo.

Con pésimo criterio de inoportunidad, Estados Unidos acaba de aguarles la fiesta a los alemanes. La jarra yerta ha sido la decisión de incumplir un acuerdo por el cual la General Motors debía vender la automotriz Opel a Magna, empresa que cuenta con apoyo teutón. Hace apenas un año la primera rogó a los alemanes que le compraran la segunda, y sobre esta propuesta Merkel montó un proyecto industrial que iba a reducir el desempleo y vigorizar la producción en su país. En él invirtió 2.200 millones de dólares. Ahora, de repente, la GM sospecha que la Opel puede resucitar y se desdice. Lo peor es que el gobierno estadounidense -dueño del 61 por ciento de GM tras girarle 50.000 millones de dólares para que no se hundiera en la crisis de los últimos años- permite la ruptura del acuerdo sin decir esta boca es mía.

Así, los alemanes comprueban que lo del Muro es dicha pasada y que deben seguir haciendo historia en la dura lona de la realidad cotidiana.

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