Luis Germán Restrepo
Blog Debate Nacional, Medellín
Noviembre 1 de 2009
(Apartes principales del discurso pronunciado por Luis Germán Restrepo Maldonado, Presidente del Sindicato de Sintraempaques, en la conmemoración de los 55 años del sindicato).
Compañeros y compañeras, amigos y amigas invitados a este acto:
Con motivo de cumplirse 55 años de existencia del Sindicato de Trabajadores de la Compañía de Empaques, nuestra organización decidió realizar este evento conmemorativo, con dos fines principales. El primero y obvio, celebrar el onomástico, enaltecedor y honroso para los trabajadores tanto de nuestra empresa como del país. El segundo, intentar un balance de la trayectoria del sindicalismo en este último medio siglo y tratar de avizorar su porvenir. Por tal razón hemos convocado, además de nuestros afiliados, a distinguidos dirigentes sindicales de todo el país, líderes empresariales, representantes del gobierno, políticos, académicos y otros caros amigos.
(…)
Efectuada esta sumaria reseña de nuestra organización, pasemos a presentar un balance del sindicalismo colombiano en este último medio siglo, y a tratar de vislumbrar algunos derroteros para su futuro. Permítanme decirles que este análisis que ofrezco a ustedes ha sido elaborado por un equipo de dirigentes sindicales y de profesionales, que venimos batallando entre los trabajadores por sacar avante lo que ha venido a denominarse Nuevo Sindicalismo. Yo simplemente soy su vocero.
Lo primero que podría observarse es que nuestro movimiento sindical ha perdido el vigor de años pasados. Llegó a representar un 12% de la fuerza de trabajo en los años 70 del siglo pasado, luego de más de dos décadas de auge, para empezar a decaer en términos relativos hasta llegar a un escaso 4 o 5% en la actualidad, con alrededor de 800 mil afiliados.
Siempre hemos adjudicado a factores externos esa caída, como la actitud regresiva de empresarios y gobiernos, la violencia o cambios económicos y crisis. Pocas veces nos hemos interrogado sobre nuestra propia responsabilidad. Pero la violencia no es nueva en el país, los gobiernos y empresarios de hoy difieren poco de los de antaño, crisis económicas se presentan ahora como antes, cuando crecíamos. Si uno revisa las cifras encuentra que más que perder efectivos lo que ha ocurrido es que hemos sido incapaces de ganar los millones de nuevos trabajadores que han entrado a la economía.
Lo que sí nos revela la historia es que, luego de arraigarse en el sector público en una primera etapa, el sindicalismo colombiano vivió su esplendor al expandirse al sector industrial y agroindustrial, a partir de la mitad del siglo pasado. Fue la época de una economía protegida, donde el impacto de las reivindicaciones laborales en los costos de los productos y servicios podía fácilmente trasladarse a los precios, y las convenciones colectivas se volvían más y más abultadas después de cada negociación. Cuando nuestra economía empezó a vincularse estrechamente al mercado mundial, dentro del proceso creciente de globalización y cambio científico y tecnológico, en las dos últimas décadas del siglo pasado, vino un reto tremendo para las organizaciones sindicales. Cambio que nosotros no estimamos negativo, pues significa la forma de progreso actual que nos conduce a la denominada “sociedad del conocimiento”. Nuestro problema no es la globalización, sino cómo afrontarla.
Pues bien, en casi todas partes el movimiento sindical respondió de manera equivocada. Apegado y acostumbrado a significativas reivindicaciones, despreocupado de la suerte de las empresas y del país y solo centrado en sus propios intereses, se opuso tozudamente a los cambios y trató vanamente de contrarrestarlos. Cuando encontró que no podía devolver la historia, empezó a retroceder como cangrejo asediado, defendiendo con terquedad las viejas convenciones que declaró intocables y sagradas, y refugiándose cada vez más en el sector público donde es más fácil conservar ciertos privilegios y abandonando a su suerte a los trabajadores del sector privado. Así se fue encogiendo como piel de zapa. La vieja guardia sindical, en su mayoría, prefirió enterrar el movimiento a transformarlo.
El caso de Colombia es patético. De una fuerza laboral de más de 18 millones, solo unos 800 mil están sindicalizados. Pero aún más grave. Mientras al servicio del Estado encontramos apenas un poco más de un millón de personas, los sindicalistas llegan a casi la mitad de esa cifra, para una tasa envidiable de afiliación seguramente superior al 40%. En cambio en el sector privado el panorama es desolador: de unos 17 millones de trabajadores solo encontramos unos 300 mil sindicalizados, apenas entre el 1 y el 2 por ciento.
¿Es inevitable esta situación? ¿Y el sindicalismo es una simple víctima, sin responsabilidad en los acontecimientos? No lo creemos así. Déjenos exponer algunas consideraciones sobre cuatro temas que tienen que ver con la situación actual y le futuro del movimiento laboral: primero, la liberad sindical; segundo, la contratación colectiva; tercero, los derechos humanos; cuarto, los tratados comerciales.
1) Libertad sindical
La libertad sindical se refiere a la capacidad de los trabajadores de crear sindicatos y afiliarse a ellos voluntariamente. Es un derecho fundamental, amparado por convenciones internacionales, y por la máxima organización que regula y vigila el trabajo en el mundo, la OIT. En ese terreno hemos conquistado avances innegables en Colombia, tras una larga batalla. Pero hay lunares ostensibles que opacan y deforman este derecho.
Las centrales obreras abogaron por años por una interpretación del mismo que propicia más bien el libertinaje y que, desafortunadamente la Corte Constitucional avaló. Hoy es posible que cada trabajador se afilie a la vez a cuantos sindicatos quiera, así como crear en cualquier empresa un número ilimitado de sindicatos, teniendo todos la misma capacidad de negociación sin consideración por el número de sus afiliados. No solo es antidemocrática esa interpretación de la libertad sindical, sino que es fuente propicia de la corrupción en nuestras filas, y provocará secuelas nefastas en la organización y productividad de las empresas. El viejo sueño de un sindicalismo vigoroso, compuesto por unos pocos sindicatos de industria, ha sido suplantado por la vergüenza de centenares de minúsculas organizaciones disputándose una masa cada vez menor, en una rebatiña absurda. El Nuevo Sindicalismo no comparte ni propicia ese espectáculo extravagante y está comprometido a desecharlo de sus filas, y aspira a que el movimiento obrero en general corrija semejante extravío.
La extralimitación y el abuso en el empleo de la libertad sindical han provocado el desprestigio del sindicalismo ante los ojos de la mayoría de la población. Ya el país está cansado del grotesco espectáculo de vandalismo de los desfiles del 1º. de mayo y otras movilizaciones, plagadas de destrucción, violencia, atentados, bombas, y otros atropellos. Que no es ajeno a la peligrosa vinculación, que por décadas se ha tolerado por ciertas cúpulas obreras, de grupos extremistas de distinto pelambre con los sindicatos, con nefastas consecuencias en la vida de muchos afiliados y dirigentes. El Nuevo Sindicalismo rechaza con energía estas prácticas dañinas, al igual que la utilización de las organizaciones gremiales de los trabajadores por fuerzas violentas.
Necesitamos un sindicalismo donde se respete el pluralismo y la libertad de cada uno de sus afiliados para tomar decisiones en el campo de la política, sin que se le presione con la adhesión de sus sindicatos a ciertos partidos y candidaturas. Qué bueno sería que la CGT, la central a la cual pertenece mi sindicato, por respeto a sus afiliados, así como permite que en el debate sindical interno se expresen distintas corrientes, decidiera adoptar una posición de irrestricta independencia y autonomía en el panorama político nacional.
2) Contratación colectiva
Al igual que en la afiliación, en la contratación colectiva se ha observado un ostensible deterioro, tanto en Colombia como en el mundo.
Digamos, de entrada, que entre nosotros el fenómeno no es de los ribetes catastróficos que pregona por ejemplo la Escuela Nacional Sindical, fuente regular de algunas confederaciones. Compartimos en este particular la apreciación más sensata de Julio Roberto Gómez, presidente de la CGT, quien descarta la afirmación falaz de la ENS de que solo hay 50.000 trabajadores cubiertos por convenciones, y sitúa la cifra en alrededor de 500.000, diez veces más.
Es cierto que hay una tendencia en el país, como en el mundo, a transformar las relaciones laborales por distintos caminos. En nuestro medio encontramos desde el uso inapropiado de las cooperativas de trabajo asociado, hasta la utilización inmoderada de contratos civiles con terceros que sustituyen los contratos de trabajo, pasando por el “outsourcing” y la tercerización de algunas actividades de las empresas. Comportamiento que se acentuó a finales del siglo pasado y comienzos del actual, bajo el aguijón de la anterior crisis económica internacional. Sabemos que en numerosos casos se apela a estos mecanismos como estrategia para burlar derechos de los trabajadores y sobreexplotarlos, por el afán desmedido de ganancias. Pero tampoco desconocemos que en cierta medida la transformación ha obedecido a necesidades imperiosas de las empresas de sobrevivir en agudas crisis, o de efectuar necesarias modernizaciones para enfrentar los retos de la competencia; y que los sindicatos, en la mayoría de los casos, no han facilitado otra alternativa.
¿Cuánta responsabilidad no le cabe a la dirigencia obrera, por intransigente, en el cierre de numerosas empresas y entidades como Única, Grulla, Shellmar, Eade, Quintex, Telsa, Pepalfa, Satexco, para solo mencionar algunas al azar? Sobra decir que con las empresas fenecieron los sindicatos. ¿Y cuánta responsabilidad no le cabe a sindicatos arrogantes y radicalizados, en su misma desaparición o la reducción vertical de sus afiliados, por negarse a propiciar la necesaria transformación de entidades como el Instituto de Seguros Sociales, la Caja Agraria o Telecom?
Pero, en medio de ese panorama desalentador, también hay lugar al optimismo.
Tenemos a la vez ejemplos muy alentadores de sindicatos que no dudaron en efectuar sacrificios para salvar sus empresas, con ellas su propio empleo, y con su empleo de contera los mismos sindicatos. Un caso muy conocido fue el de Acerías Paz del Río, donde los obreros optaron por trocar en acciones el pasivo pensional, apostándole al futuro de la empresa, que supo retribuirles su gesto con creces en poco tiempo. Otro es el que ya narré brevemente de la Compañía de Empaques, donde el cambio de criterios del sindicato, en medio de la crisis económica de fines del siglo pasado y comienzos del presente, ha generado una dinámica nueva que le ha permitido a la empresa sobrevivir y desarrollarse. Y cómo no destacar el caso de Coltejer, salvada hace apenas un año por la orientación responsable de nuestra corriente del Nuevo Sindicalismo, bajo la batuta del compañero Gerardo Sánchez, aquí presente, contando con el respaldo masivo de la base que decidió renunciar a sus conquistas convencionales, para abrirle paso a la venta de la empresa y así iniciar una nueva etapa de la misma en condiciones de viabilidad, rechazando los llamados irracionales del viejo sindicalismo radical que a la postre trocó sus altisonantes exigencias por un plato de lentejas. La retribución no se ha hecho esperar: la mayoría de los empleos se ha salvado pese a la crisis que vive el país, una nueva convención se ha firmado y el sindicalismo campea vigoroso en la textilera insignia de la industria colombiana.
Necesitamos un sindicalismo moderno, interesado en el futuro de las empresas, comprometido con el diálogo y la concertación. Y que además transforme su vieja actitud de cifrar su capacidad de servicio a los trabajadores solo en pedir y pedir a las empresas y al gobierno, por una actitud gestionaria, que rebase el marco gremial, para volcarse a ser protagonista en el desarrollo de proyectos de bienestar en el terreno educativo, de salud, de vivienda, de seguridad social, entre otros aspectos. El que se llama hoy un sindicalismos profesional y de servicios.
En este particular, reitero el llamado que el Nuevo Sindicalismo hizo a empresarios, gobierno y trabajadores, el 1º. de mayo del año pasado aquí en Medellín, para adelantar los pasos conducentes a un Pacto Social que, a tono con lo que predica la OIT, podríamos calificar de componente básico de un acuerdo por un trabajo decente. El señor Presidente de la República aceptó, a nombre del gobierno, nuestra propuesta, expresando textualmente ese día lo siguiente: “Que sea un primer punto del Pacto Social la firma de un compromiso, en el cual los gremios acepten que en aquello de contratación empresarial de servicios o de tercerización o desagregación del proceso productivo, los contratos se harán preferentemente con organizaciones sindicales y con organizaciones de los propios trabajadores.”
El propósito de este primer paso sería vincular a la contratación laboral, una masa de varios cientos de miles de trabajadores que hoy están en cooperativas, o bajo otras formas de vinculación inapropiada. Para lo cual se podría utilizar, de acuerdo a las circunstancias, no solo la herramienta tradicional de las convenciones colectivas, sino sobre todo la del contrato sindical, prevista en el Código del Trabajo. Esta última se viene aplicando con éxito en distintos sectores con inocultable éxito, sirviendo simultáneamente a los requerimientos de las empresas en un entorno competitivo exigente, y a los de los asalariados de contar con empleo estable y bien remunerado con cubrimiento pleno de la seguridad social. Y, naturalmente, con el resultado claro del fortalecimiento de los sindicatos.
Nosotros celebramos que en materia de contrato sindical el Nuevo Sindicalismo tenga una coincidencia significativa con la CGT, central que ha manifestado claramente a través de Julio Roberto Gómez, su presidente, que propicia que se promueva. Si bien es deseable que un Pacto Social cubra a todos los gremios empresariales y sindicales, es sabido que en ambos no hay unanimidad frente a la materia. Entre las centrales obreras solamente la CGT avala con claridad el contrato sindical. Es evidente que si el Pacto despega, con la participación entusiasta de esta central, el resultado será el acrecentamiento de sus destacamentos, fortaleciéndose como un baluarte comprometido con la democracia y el progreso social.
En el pasado no se pudo convocar a una negociación del Pacto por el disentimiento de algunos de sus posibles integrantes. Señor Presidente: ¿por qué no iniciar ahora el proceso sin más dilaciones, convocando aquellos gremios del capital y el trabajo que estamos de acuerdo? Los otros verán que actitud asumen luego, pero destrabamos el proceso e iniciamos la marcha sin esperar que los obtusos de todas las épocas continúen bloqueándolo.
3) Derechos humanos
No puedo dejar de referirme al asunto de los derechos humanos, y en especial al de la violencia, en el caso del sindicalismo, una de las muletillas preferidas por la mayor parte de la cúpula de nuestras centrales y distintas ONG, y replicada y amplificada por sus pares en el concierto internacional. A nombre del Nuevo Sindicalismo, y basado en análisis de nuestro asesor el economista Libardo Botero, quiero formular una visión diferente por entero, atenida a la realidad de lo que acontece en nuestro medio, sin desdibujarla por mezquinos intereses.
Se dice equivocadamente que hay una especie de genocidio contra el sindicalismo, que somos el país más peligroso en el mundo para el ejercicio de nuestra noble actividad, y que los causantes de semejante tragedia son el Estado y el empresariado. Desmenucemos un poco el problema.
Colombia ha sufrido una espiral de violencia tremenda por más de cuatro décadas y el movimiento sindical ha sido también víctima de sus coletazos. Pero se falsea la causalidad de ese fenómeno. Paradójicamente son los grupos terroristas de extrema, calificados de “izquierda”, los que le dieron origen, en los años sesenta del siglo pasado, y a quienes cabe la mayor responsabilidad histórica por nuestra tragedia. Y fueron ellos quienes primero interfirieron con el movimiento sindical, bien tratando de utilizarlo para su aventura violenta, bien tratando de amedrentarlo como sucedió con el vil secuestro y asesinato de José Raquel Mercado, presidente de la CTC, por uno de esos grupos demenciales. Así se inició el largo camino de violencia contra el sindicalismo. Uno solo de esos grupos, las Farc, unicamente en Urabá, para tratar de apoderarse del principal sindicato bananero, asesinó a cerca de quinientos humildes trabajadores. La barbarie guerrillera y la desidia estatal engendraron la reacción diabólica del paramilitarismo, que por supuesto también golpeó las filas sindicales de manera inmisericorde. Ese fue el panorama por décadas y esos fueron sus protagonistas.
Sin embargo la situación ha sufrido un vuelco total. Es innegable que en los dos últimos períodos presidenciales, bajo la batuta del Presidente Álvaro Uribe y su política de Seguridad Democrática, se ha revertido esa espiral de violencia. Tanto paramilitares, como guerrilla, como narcotráfico, han sido severamente golpeados, y Colombia vive un mejoramiento ostensible de la seguridad y avizora un futuro sin semejantes factores de desasosiego. Eso es indiscutible, pese a que se persista en tratar de mostrar lo contrario.
No hay una campaña de exterminio contra el sindicalismo, como se afirma perversamente. Se cita todos los días un número de 2.700 sindicalistas asesinados en los últimos 25 años como prueba. Se omite que en ese mismo período los homicidios en Colombia fueron de más de 530 mil. Si los sindicalistas han sido entre el 2 y 3 por ciento de la población, los sindicalistas asesinados no han sido ni siquiera medio punto porcentual del total de homicidios. Por tanto la intensidad de la violencia homicida contra nosotros, si tenemos en cuenta el número total de afiliados a los sindicatos y el tamaño de la población del país, es cinco o seis veces menor que la violencia promedio en Colombia.
Si efectuamos otras pocas comparaciones encontramos grandes sorpresas. La tasa de homicidios en Colombia era de 70 por cien mil habitantes a finales de los años noventa, y hoy se ha reducido a 33 por cien mil habitantes. En cambio la tasa de homicidios de sindicalistas en el país ha caído de 22 por cien mil sindicalistas a solo 4 o 5 por cien mil hoy, similar a la de los países más pacíficos del mundo, como los del norte de América o de Europa. Luego esta no es la actividad más peligrosa, sino una de las más seguras en Colombia. En 2005, por ejemplo, según la Fiscalía, fueron asesinados unos 1.294 comerciantes; es decir, en el país cada dos años son asesinados tantos comerciantes como sindicalistas cada 25 años.
Como ya dijimos, no son el Estado ni los empresarios los responsables de la inmensa mayoría de los homicidios. De los casos que se tiene conocimiento, no llega a un 5% la responsabilidad de funcionarios estatales o patronales. Mientras que más de la mitad corresponde a los grupos armados al margen de la ley. Y hay una prueba contundente de que el Estado en lugar de ser una amenaza es la muralla de protección mayor con que contamos, y es que somos el sector más y mejor protegido del país. De cerca de 10.000 personas que gozan de esquemas de seguridad en Colombia, casi dos mil son sindicalistas, y en ellos se invierte el 30% del presupuesto para ese fin. Y algo más diciente: desde hace algo así como 8 años ningún sindicalista con protección del Estado ha sido asesinado. ¿No es eso prueba suficiente de la falacia de que el Estado es el mayor peligro para la vida de los afiliados a sindicatos?
Se insiste entonces en que hay un manto deliberado de impunidad en el caso de asesinato de sindicalistas, pues más del 90% de los casos no han sido juzgados y fallados. Se olvida decir que ese es el desafortunado panorama de nuestra justicia en relación con todo tipo de homicidios. Pero luego de un acuerdo tripartito avalado por la OIT, que ya cumplió tres años, el gobierno y las autoridades judiciales vienen trabajando a fondo en este terreno, con resultados alentadores. Probablemente en ningún otro sector se han tenido resultados comparables. El Fiscal anterior Mario Iguarán expresó lo siguiente en abril pasado: “En los dos últimos años se ha proferido más del 73 por ciento del total de las sentencias condenatorias que por asesinato de sindicalistas se han dictado en la historia judicial de este país. Y los culpables son las Auc, la guerrilla y la delincuencia común. Si bien se han asesinado sindicalistas en razón de su actividad, debe anotarse que en un buen número de casos son ultimados por causas ajenas a su calidad de sindicalistas. En otros casos, hemos concluido que la responsabilidad es atribuible a miembros de la Fuerza Pública, pero no hay un solo caso donde se evidencie que ello es una política del Estado o del empresariado colombiano”.
Se dice que Colombia es el campeón mundial de homicidios de sindicalistas. Nosotros, como integrantes del Nuevo Sindicalismo, disentimos de esa afirmación por irresponsable e injusta. La Central Sindical Internacional (CSI) publica anualmente un registro de sindicalistas asesinados, pero en virtud de su actividad sindical, que es lo que reportan casi todos los países. Salvo uno, Colombia, donde se ha especializado la ENS, con apoyo de las centrales obreras, en llevar la contabilidad de todos los asesinados, buscándolos con lupa a diario en un empeño morboso y cruel, así la gran mayoría fallezcan por motivos ajenos a la actividad gremial, pero presentándolos como prueba de una cruzada criminal para exterminar el sindicalismo.
Esa es una práctica infame, contra la cual nos declaramos en rebeldía. En nuestros sindicatos, como es el caso particular del mío, ocurre de vez en cuando que uno de nuestros afiliados muere asesinado, en la casi totalidad de los casos sin relación de causalidad con su afiliación o actividad gremial. Pues bien, nosotros hemos decidido, por respeto a las víctimas y sus familias, y por respeto a la verdad, no reportarlos a nuestras federaciones ni confederaciones para evitar la explotación indecorosa de sus muertes con fines políticos protervos. Y creemos que el gobierno, de cierto modo debiera hacer lo mismo. No podemos caer en la celada que nos tienden los enemigos de las instituciones. Para qué seguir empeñados en una especie de puja por las cifras, cuando de todos modos los consolidados se toman siempre como prueba de una cruzada de exterminio que no se detiene.
Para que ustedes tengan una idea del desalmado uso de esas cifras, con propósitos oscuros, les narro esta anécdota. En uno de los viajes a EEUU de una delegación del Nuevo Sindicalismo, con el fin de defender la aprobación del TLC, nos entrevistamos con una comisión de la dirección nacional de la AFL-CIO, principal central y opositora reconocida del mismo. Su negativa se centraba en el asesinato de sindicalistas en Colombia. Entonces tuvimos el atrevimiento de hacerles esta pregunta: “Bueno, ustedes no aceptan nuestros avances en derechos humanos y protección laboral. Pero si el asesinato de sindicalistas en Colombia se redujera a cero, ¿ustedes respaldarían el TLC?”. La respuesta fue: “No”.
Para rematar, permítanme esta idea, que en especial quiero que sirva de reflexión a la dirección de mi central, la CGT. Además de que la prédica constante de que sufrimos una campaña de exterminio no es cierta, además de que le hace tremendo daño a la imagen del país en el exterior, ¿no han pensado ustedes el tremendo perjuicio que esa infamia le causa al mismo sindicalismo? Hablamos a toda hora de fortalecer nuestras organizaciones gremiales, ¿pero no conseguimos exactamente lo contrario cuando pintamos la afiliación a los sindicatos como la inscripción en una lista de candidatos al paredón? ¿Cómo pretendemos atraer trabajadores a nuestras filas si sumarse a ellas es como colgarse una lápida en la espalda? Tras fines políticos insanos, quienes así proceden están ayudando a sepultar el sindicalismo. Nosotros no le hacemos ni le haremos el juego a esa estrategia.
4) Tratados comerciales
Las centrales obreras han sido tal vez las más férreas opositoras, no solo al Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, sino al firmado con Canadá y al que se negocia con la Unión Europea. Ese ha sido a su turno un puntal para que confederaciones sindicales de esos países, a la vez que ONG y sectores políticos, se declaren contrarias a tales tratados.
La corriente del Nuevo Sindicalismo en cambio ha defendido la necesidad de los convenios comerciales, sin renunciar a señalar aquellas cosas que pueda considerar inconveniente en el curso de las negociaciones. Por tal motivo, dentro de ese panorama, no podemos sino saludar con alborozo que la dirección de la CGT, en cabeza de su presidente, Julio Roberto Gómez, haya anunciado en los últimos meses su disposición a reconsiderar su rechazo a esos tratados, con el fin de adoptar una posición meditada, ajena a prejuicios o esquemas preconcebidos.
Señala la CGT en recientes pronunciamientos que está en disposición de respaldar tratados comerciales que no se enmarquen dentro de los preceptos del neoliberalismo. Quiero expresar que nosotros compartimos ese enfoque. Y que estamos convencidos que los tratados que ha venido concertando el país no responden a dicho esquema. Entendemos, como lo expresó alguna vez el Presidente Uribe, que hay una confusión evidente en su denominación: “Estos acuerdos de comercio están equivocadamente denominados, se les llama acuerdos de libre comercio cuando no lo son: tienen cuotas, tienen contingentes, tienen períodos de desgravación, tienen exclusiones técnicas, tienen barreras parafiscales, tienen barreras fitosanitarias, etcétera. Llamarlos ¢acuerdos de libre comercio¢ es generar un gran debate ideológico, una carga ideológica, es provocar una contradicción dañina. Estos acuerdos son acuerdos de acceso a mercados, acuerdos para buscar poder entrar a mercados, atraer inversiones, generar recursos, mejorar el nivel de vida de nuestros pueblos”.
Nosotros hemos disentido de una argumentación reiterada de las confederaciones sindicales colombianas y de los países con los que se han negociado tratados, como Estados Unidos. Aquí se dice que estos acuerdos golpean nuestro trabajo y crean desempleo al abrir el mercado a la competencia ruinosa de los productos extranjeros. En Estados Unidos los sindicatos atacan los tratados con el mismo argumento: que generan desocupación entre ellos, pues se tenderá a reemplazar el trabajo de allá por el de acá que es de bajo costo. Es obvio que no pueden ser ciertas las dos cosas a la vez, que se genere empleo en uno y desempleo en el otro. Nosotros pensamos, por el contrario, que aumentar el mercado posibilita construir empleo y calidad de vida en ambos lados.
Entre otras cosas, porque lo evidente es que nuestras economías son complementarias y no competitivas, y así es nuestro comercio. Más del 80 por ciento de lo que importamos no se produce aquí: maquinarias, equipos o materias primas que apoyan decisivamente nuestro desarrollo industrial y agrícola. A la vez, más del 80 por ciento de lo que producimos y exportamos, no se produce allá o se produce de manera insuficiente, como es el café, el banano, las flores, el azúcar, el tabaco, el petróleo, las confecciones y otros bienes. Y el TLC con Estados Unidos contempla esa situación, desgravando aquellos bienes en los cuales no hay competencia, y fijando cuotas y períodos largos de desgravación en aquellos que pueden tener algún riesgo.
Nosotros defendemos estos tratados por razones prácticas, económicas. Y sentimos en sus opositores un tufillo político bastante dañino. Nosotros, por ejemplo, admiramos tanto a China como a Estados Unidos. Pero es claro que el principal competidor de nuestra industria es el primer país, mientras que el segundo es su mercado principal. No reconocer esa realidad, y empeñarse a la vez en combatir a Estados Unidos y nuestro comercio con él, silenciando los problemas que nos provoca la competencia oriental, es una clara doble moral, movida por rígidas posturas ideológicas, por quines no tienen empacho en sacrificar el bienestar de los trabajadores en el altar de sus delirios. Como a la vez, por razones puramente políticas, los sindicatos del sector público, cuyo empleo no depende del mercado y de las exportaciones y por tanto nada arriesgan en esta lid, son los opositores más enconados del TLC.
Pues bien, cuando hablamos de los tratados comerciales hoy, hablamos de convenios de última generación, que contemplan las denominadas “cláusulas sociales” con detallados componentes de orden laboral, ambiental, de salud, entre otros aspectos. De ese tipo son los que viene firmando Colombia, a tono con la mayoría de países del orbe. No es de extrañar entonces que Chile, país que ha firmado el mayor número de acuerdos comerciales en el Continente y tiene más vinculación con el comercio internacional, sea a la vez el que ha tenido un crecimiento económico más estable y sólido en los últimos años, el que ha reducido en grado más alto la pobreza, el que cuenta con el ingreso per cápita más elevado de la región.
Refirámonos un momento al tema laboral en el TLC firmado con EEUU, similar a los demás. Las partes contratantes consagran en el Capítulo 17 sus obligaciones como miembros de la OIT y su compromiso de cumplir los convenios que hayan suscrito. Reafirman el respeto a sus Constituciones y el derecho de cada uno a adoptar o modificar su propia normatividad laboral, siempre que sea consistente con los derechos laborales internacionalmente reconocidos. Y se prohíbe menoscabar los derechos laborales para favorecer intereses económicos así: “Las Partes reconocen que es inapropiado promover el comercio o la inversión mediante el debilitamiento o reducción de la protección contemplada en su legislación laboral interna”. El Tratado tiene previsto, como los demás, con ligeras variantes, un sistema de sanciones y/o apoyos a los países por el incumplimiento de esta normatividad.
Hay una realidad evidente, incontrovertible, que corrobora lo anterior, aún antes de entrar en vigencia el tratado con Estados Unidos. Dado que se ha requerido un acercamiento mayor a los principios y disposiciones de la OIT para facilitar que su aprobación, el país ha observado avances sustantivos en la normatividad laboral en los últimos años. Díganlo si no las nuevas regulaciones sobre empresas de servicios temporales, sobre cooperativas de trabajo asociado, sobre trabajo infantil, sobre oralidad y celeridad en los juicios laborales, sobre derecho de huelga y arbitramento, sobre contratación colectiva en el sector público. No hay duda que el mejor ambiente al que podemos aspirar para que sean reconocidos y aplicados nuestros derechos laborales es aquel en que se tienen pactos internacionales, como los comerciales, que aseguran una vigilancia y presión permanente para su observancia.
Naturalmente que hacer presencia duradera y significativa en el mercado mundial implica unos prerrequisitos. En particular, hay que buscar la competitividad, a través del aumento constante de la productividad, de la modernización del aparato productivo, de la búsqueda de la calidad. Y aquí entra a jugar el lazo estrecho que se requiere entre capital y trabajo, empresarios y trabajadores, para el buen suceso de este empeño. Así como exigimos unos derechos y unas condiciones laborales justas, que implican la correspondiente determinación de los empresarios para cumplirlas, se requiere de nuestra parte el compromiso real para con el buen suceso de las empresas, con su competitividad, no solo en los momentos de auge sino también en los de vacas flacas. Es, en el trasfondo, el gran compromiso mutuo del Pacto Social que proponemos, el factor que permitirá incursionar con éxito y de manera permanente en ese escenario de oportunidades y riesgos que es el mercado internacional.
La definición sobre estos puntos cruciales no da espera, amigos trabajadores, compañero Julio Roberto, compañeros sindicalistas en general. Nosotros, desde el Nuevo Sindicalismo los estamos invitando a todos, a la CGT y a los demás sectores del movimiento sindical con los que tenemos afinidades, a dar el paso sin temores, convencidos de que esa es la verdadera senda para el mejoramiento de los trabajadores y el progreso del país. Defendiendo los legítimos anhelos de los trabajadores, pero también apostándole al avance de las empresas, ayudaremos a construir un país más desarrollado y equitativo. Y le inyectaremos, con seguridad, una dosis nueva de energía y vigor, para otro medio siglo por lo menos, al decaído movimiento sindical colombiano.
(…)
Muchas gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario