Mario Fernando Prado
El Espectador, Bogotá
Noviembre 20 de 2009
Vuelve y juega este pobre departamento, olvidado, calumniado, pobre y jodido.
De ser lo que fue (remember el Cauca Grande) pasó a convertirse en un estorbo para el alto Gobierno, un hermano pobre para la economía, una piedra en el zapato para el Ejército, y por ello mismo una gran oportunidad para la guerrilla.
Su anterior gobernador por pantalonudo y frentero terminó calumniado y por poco muerto y sepultado. Y el actual se debate entre dos fuegos: los indígenas, quienes dicen estar amenazados y exigen respeto y protección, y la guerrilla —o los milicianos—, que por estar infiltrados en la población civil —y la indígena también— tienen un fuero especial de la mano de los derechos humanos, manejados en su mayoría por simpatizantes de los grupos insurgentes al margen de la ley.
Lo de Toribío es sólo la punta del iceberg: por allí se maneja el negocio de la coca y de las armas, y es la parte angosta del embudo que tiene en esa cordillera más de 5.500 guerrillos, amén de los santuarios de la burocracia guerrillera.
La gran ofensiva del Ejército Nacional, destacando 2.500 soldados de la patria más helicópteros, aviones, tecnología e inteligencia, tiene una difícil misión: ganar o ganar, y desde que
Empero, era inaplazable esta decisión que involucrará —repito— a los indígenas en una trampa perversamente tendida por las Farc y el Eln que los convertían en carne de cañón. Así las cosas, lo que se viene es de extrema gravedad para el orden público y para una región deprimida y olvidada que se merecería mejor suerte.
Alguien afirmó que en el Cauca empezó la guerra y allí va a terminar. Menos mal que este departamento no es limítrofe con Venezuela, pero sí vecino al Valle y a Cali, en donde muchos no se dan por enterados de que cuando llueve en la cordillera, se inunda la planicie.
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