Oscar Tulio Lizcano
Noviembre 20 de 2009
Como es conocido por todos los colombianos, ha sido grande la preocupación que ha creado la posición asumida por el mandatario venezolano Hugo Chávez. Preocupación que no sólo sucede en el país, sino también en el contexto latinoamericano, hasta el punto de que el Senado del Brasil nuevamente prolongó la votación del ingreso de Venezuela a Mercosur, toda vez que consideraron fuera de tono las declaraciones de Chávez: “quien hable de guerra en América del Sur, es como mínimo, una persona peligrosa”, afirmó uno de sus senadores.
Ante lo sucedido, Colombia debe tomar con seriedad, la que, sin duda alguna, constituye la más grave amenaza desde la época del conflicto con el Perú. Como también hay que recordar que casi todas las guerras que han estallado en América Latina han corrido por cuenta de militares revestidos de poder como presidentes de sus respectivos países, cuya tensión de guerra es el resultado de grandes problemas nacionales. Tal es el caso de las Malvinas en 1982. Por lo tanto, no podemos los colombianos ser tan “tontos” en creer que el mandatario venezolano es un “loco” o un personaje lenguaraz al que no hay que prestarle atención.
Por el contrario, las actuaciones de Chávez nos conducen siempre a creer que cada vez son mayores las posibilidades de una provocación como lo señala un editorial de un importante diario de la capital “que puede ir desde un incidente fronterizo, hasta un ataque contra instalaciones civiles y militares”.
Un análisis responsable del discurso chavista, -cada vez es más amenazante y radical-, nos indica que no puede ser ignorado y no deja de ser como lo señala el senador del Brasil Arthur Virgilio: “una persona a quien hay que prestarle toda la atención”. Su demagogia militarista y la orden reciente de bloquear las importaciones colombianas sumadas al descontento venezolano por el deterioro de la economía y la postración de la “democracia”, apagones, cortes de agua, carestía, desempleo, entre otras, son sólo uno de los pretextos para buscar un enemigo exterior.
Lo que sí se tiene claro es que los gritos de guerra buscan crear una cortina de humo con respecto a los crecientes problemas locales de su país.
Mientras, todo esto viene sucediendo, es decepcionante y paradójico -como lo calificó el gobierno colombiano- es el silencio de Unasur frente al llamado para prepararse para la guerra que hizo Chávez sin tener en cuenta que una confrontación, por más corta que sea, no sólo causaría profundas heridas a ambos países que tendrían años en sanar, sino también se afectaría ostensiblemente la economía de las regiones fronterizas.
Ahora bien, nos preguntaríamos todos los colombianos frente a este reto; ¿Qué hacer? Primero, antes que todo, no olvidemos que el promotor de las mayores tensiones ha sido Chávez, mientras que el presidente Uribe ha procedido con mucha madurez, prudencia, respeto, serenidad y dignidad. Hace oídos sordos de quienes proponen contestar a las eventuales provocaciones de Chávez y no resta recordarles que este manejo corresponde única y exclusivamente al Presidente de
Una salida a esta crisis es el diálogo cara a cara entre los dos mandatarios porque la única manera que se entiende la gente es hablando.
Queda claro también que la mediación regional es otro camino sensato que queda para salir de esta encrucijada. No perdiendo de vista, sin ser alarmistas que sigue siendo la posición de Chávez una amenaza verdadera no sólo para Colombia sino para la región.
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