jueves, 19 de noviembre de 2009

Respuesta a Heinz Dieterich

Eduardo Mackenzie

Blog Debate Nacional, París

18 de noviembre de 2009

Lo que ocurrió en octubre de 1917 no fue una revolución socialista, fue un golpe de Estado urdido y ejecutado por una minoría audaz que aprovechó un momento de crisis y revolución para imponer en Rusia un régimen terrorista que no tenía posibilidad alguna de subsistir sin utilizar la violencia extrema, la destrucción física y política de sus adversarios y la abolición radical de las libertades conquistadas por la revolución “burguesa” de febrero de 1917.

La pregunta no es si América Latina “necesita un Lenin” y una “revolución socialista”. La pregunta es si el régimen erigido por el partido bolchevique en 1917 significó un progreso para Rusia, para Europa y para la humanidad. Por lo que demuestra con creces la Historia, la respuesta a eso es un triple no. Si el balance de la dictadura leninista es tan negativo, hasta el punto de que ni los leninistas que quedan por ahí, perdidos y sin partido, o en grupos que renunciaron al nombre (no siempre al concepto) para poder seguir existiendo de alguna forma, se ofuscan cuando se les dice que son leninistas, ¿por qué América Latina necesitaría caer en esa tragedia y convertirse en un nuevo Gulag leninista?

Heinz Dieterich, periodista alemán muy amigo de La Habana y de Caracas, y de la marxista chileno-cubana Marta Harnecker, es promotor de esa idea y de la propuesta, no menos brillante, de que el presidente Hugo Chávez se convierta, de una vez por todas, en un nuevo Lenin para dirigir el continente latinoamericano hacia una era de abundancia y felicidad comunista. (1) Dieterich vive inmerso, evidentemente, en un universo conceptual caduco.

Octubre del 17 no fue, como Dieterich pretende, “un salto cualitativo al proceso de modernización burguesa del régimen zarista”. El comunismo jamás fue una “modernización” de nada. Ni siquiera lo fue respecto de la autocracia zarista. Fue la instauración de un régimen totalitario, mil veces peor desde el punto de vista intelectual, político y policiaco que el zarismo.

El régimen del “hombre nuevo” contribuyó a generar en Europa, sobre todo en Alemania, como respuesta, y al mismo tiempo con ayuda del bolchevismo, incluso antes del pacto nazi-soviético de 1939, una corriente nacionalista, revanchista y racista extrema. La lógica expansionista de esos dos totalitarismos, el comunismo soviético y el nazismo alemán, desató la segunda guerra mundial. Esa guerra y la continuidad de la dictadura comunista, la cual se extendió a varios países del mundo más allá de 1948, llevó a la humanidad a una fase de postración material, moral e intelectual que ésta pena aún hoy al momento de sobrepasar verdadera y definitivamente esa pesadilla. Como dijo Claude Lefort: “La destrucción del régimen soviético y del modelo que había representado para decenas de millones de hombres en el mundo, no nos dispensa de observar que los cimientos de todas las sociedades fueron resquebrajados, que la humanidad no sale indemne de esa aventura, que un umbral de lo posible fue violado”.

El intento chavista de sumir a Venezuela y a Latinoamérica en una dictadura leninista es un ejemplo más de las dificultades que tiene la humanidad para desembarazarse de las utopías más criminales.

Heinz Dieterich afirma que el acto genial de Lenin en abril de 1917 fue haber convencido a su partido para que diera el “salto cualitativo al proceso de modernización burguesa del régimen zarista, redirigiéndolohacia una civilización poscapitalista: en contra de la burguesía y del imperialismo”. La síntesis que propone Dieterich es simplemente grotesca. Al describir la dictadura leninista-estalinista como una “civilización” Dieterich se ríe de los cientos de millones de personas que el sistema opresivo y retrógrado soviético llevó a la muerte y a la mutilación física y espiritual.

Las Tesis de Abril que Dieterich evoca con reverencia, contenían el germen del mayor error de Lenin. La visión que Lenin tuvo de la lucha contra la autocracia zarista fue siempre sectaria y terrorista. Desde 1905, el partido bolchevique habló de instaurar una “dictadura democrática del proletariado y del campesinado”, no un gobierno democrático. Plejanov, el padre del marxismo ruso, y los mencheviques (fracción moderada de la socialdemocracia rusa) denunciaban eso como una “falsa idea”. Ellos estimaban que no se podría hacer una revolución burguesa sin la burguesía, al menos en la primera etapa de la revolución. Eso es lo que admite un testigo menchevique-bolchevique de la época, Trotsky, en su historia de la revolución rusa.

Dieterich confunde la historia de la revolución rusa con la versión bolchevique de la revolución rusa, la cual es una falsificación.

Lenin pretendía que la burguesía rusa era “incapaz de dirigir su propia revolución”. Nunca Lenin dejó de pensar la revolución en otra cosa que no fuera una dictadura. La misma revolución “democrática” sería, según Lenin, una dictadura de las supuestas mayorías: el proletariado y el campesinado. Lenin preconizaba la hegemonía de una clase social (“el proletariado”) sobre la revolución democrática, es decir sobre la sociedad toda.

Lenin nunca entendió que sin burguesía no podía haber modernización política y económica alguna. Lenin era marxista. Por eso tampoco juzgó que no podía haber civilización sin colaboración de clases, sin que todos los componentes de la sociedad entraran libremente al proceso, sobre todo en las esferas de la producción, de la política, de la vida intelectual y cultural. La “modernidad” para él (si ese término puede ser empleado aquí) era instaurar un gobierno minoritario, violento, dirigido por un sólo partido, y un sólo líder, que dirigiera el proceso de destrucción de las clases sociales “reaccionarias”. Lenin, de hecho, no tardó en redactar los decretos más violentos que pondrían en pie el sistema-Gulag, de destrucción de masas enteras, que duró hasta 1989-1991.

No fue Stalin quien inventó el terror rojo, ni el Gulag. Sin embargo, Dieterich sirve el plato de la supuesta inocencia de Lenin frente al miserable Stalin, quien es caracterizado, no como un buen comunista, sino como un “centrista terrorista” que “destruyó la vanguardia que había creado el proyecto histórico del Socialismo del Siglo XX”. Ningún estudio histórico serio confirma esa tesis.

Tras la caída del zarismo, la idea de Lenin fue aprovechar la insurrección obrero-campesina desatada por la calamitosa guerra contra Alemania para tomar el poder y dar el asalto directo hacia un régimen socialista. Esa idea no era aceptada hasta ese momento por los bolcheviques. En febrero de 1917, cuando vio que la revolución rusa de febrero instauraba un gobierno “burgués” y realizaba de algún modo la idea bolchevique de la “dictadura democrática”, y que ese gobierno abría las cárceles y daba las libertades políticas, que convocaba a la elección de una asamblea constituyente y aparecía como la antesala de un régimen parlamentario burgués, Lenin entró en pánico: pensó y ordenó el asalto al poder para barrer de la escena a la odiaba burguesía, a las mayorías liberales, mencheviques, populistas, social revolucionarios, etc. Todo eso con el pretexto de que ese gobierno, el de Kerensky, no había resuelto (en solo ocho meses) el problema de la paz y de la tierra.

En el gobierno salido de la revolución de febrero los bolcheviques estaban condenados a quedar aislados y ser vistos como lo que eran, una peligros minoría fanática. De hecho, ellos perdieron, meses después, las elecciones para la Asamblea Constituyente, la única elección libre que hubo en Rusia hasta el fin de la era Gorbachev. Engañando a las fracciones más radicales de los soldados y desertores que habían participado en la revolución de febrero, Lenin le ordenó a Trotsky organizar con esos sectores el asalto al Palacio de invierno. Ese golpe fue hecho sin el apoyo de las masas, ni siquiera de los soviets existentes. Útil en esos momentos fue el invento leninista de una categoría tramposa: la de “vanguardia proletaria”. Esta podía, según Lenin, substituir a la clase revolucionaria y encaramarse en el poder en nombre de ella, para después imponerle al proletariado y a las demás categorías sociales una feroz dictadura.

Meses antes, los jefes bolcheviques disentían con eso del asalto prematuro a la dictadura socialista. En la conferencia bolchevique de abril de 1917, Rykov, reflejando las posiciones mayoritarias, dijo, en síntesis: “Hay que llevar a cabo la revolución democrática hasta sus últimas consecuencias, sólo el triunfo del socialismo en Occidente podría justificar la dictadura del proletariado en Rusia”. Aunque minoritario, Lenin logró convencer a los jefes bolcheviques de que tal tesis carecía de sentido y de que la línea que se imponía era la suya.

Hoy sabemos que las Tesis de Abril llevaron a Rusia a un callejón sin salida.

Plejanov, Kamenev, y los jefes mencheviques, tenían razón: ellos sostenían que una revolución socialista no se decreta si las condiciones materiales, la economía del país, sobre todo, no han logrado un determinado grado de desarrollo. Ese era el caso en la atrasada Rusia. Pensaban que todo intento de quemar esas etapas llevaría a la catástrofe. Hoy sabemos quién tenía la razón. Dieterich piensa que los mencheviques se equivocaban.

Heinz Dieterich piensa que la revolución venezolana debería dar ya mismo el gran “salto cualitativo”; que Hugo Chávez debería meterse en el chaleco mental del Lenin de abril de 1917. Es decir, que Hugo Chávez debería declarar ya el socialismo y abocar la destrucción rápida de toda la propiedad privada, de los partidos “burgueses” y de las clases sociales “agónicas”. En el párrafo más alucinante de su artículo, Dieterich lamenta que Chávez haya dejado pasar el tiempo sin embarcarse en esa tarea “histórica”. Chávez, dice, “ha perdido la oportunidad de oro del salto cualitativo en su prolongado cenit de poder (2004-2009), y no parece probable que la pueda recuperar, porque en unos ocho meses comenzará la fase virulenta de la agresión militar colombo-estadounidense”.

El texto de Dieterich está destinado al debate interno que precede el congreso del Movimiento continental bolivariano, que se celebrará en diciembre en Caracas, donde las fracciones más lunáticas de esa corriente, dirigidas en realidad por las FARC, someterán al déspota de Caracas a una crítica en regla, en el mejor estilo leninista, por la supuesta falta de audacia del gran líder, si antes no son cazados por la policía chavista.

En doce líneas, Dieterich pretende despachar, por otra parte, el tema de Bolívar y del significado de su obra emancipadora en Suramérica y, aún peor, trata de demostrar que Bolívar fue una anticipación de Lenin.

Dieterich caricaturiza a Bolívar al decir que dirigió una “una revolución social”, en Venezuela. Nada es más falso.

Veamos. El periodista señala que Bolívar “importó” un esquema que nadie conocía ni quería en ese momento: “la revolución burguesa europea”. Dice que Bolívar “lo acondicionó a las condiciones sudamericanas y lo implementó”. Todo eso es inexacto --pues Bolívar no fue, ni en Venezuela y ni en la Nueva Granada, el único patriota inspirado por el republicanismo francés y el liberalismo europeo--, pero vamos al punto. Al mismo tiempo, Dieterich asegura que Bolívar, “al igual que Lenin, dio el salto cualitativo hacia una nueva civilización, convirtiendo un conflicto de hegemonía en una revolución social”.

¿”Revolución social”? Dieterich se enreda los pies y cae de bruces estrepitosamente. ¿Quién puede creer que el modelo que “importó” Simón Bolívar, es decir la “revolución burguesa europea” era simplemente una “revolución social”? La llamaba “revolución burguesa europea” fue una magnifica revolución política. Eso lo sabe todo escolar latinoamericano. Quienes preconizaban la “revolución social” eran los enemigos de Bolívar, los Boves, los Piar, etc. El odio de Tomás Boves por la aristocracia criolla lo llevó a hacer la guerra por su cuenta y a combatir en el campo realista y en el campo republicano. El creía en la guerra de razas. El atizó el odio de los “pardos” y de los llaneros, contra los patriotas, contra los propietarios blancos, republicanos o no. Piar, después, en el campo patriota, cayó en lo mismo. Piar era un héroe patriota, el vencedor de El Juncal y de San Félix. Bolívar, sin embargo, lo hizo detener. Piar fue defendido, juzgado y fusilado. Pero antes, Bolívar escribió un manifiesto importante que fue leído en todas partes donde explica por qué la revolución no era una guerra de razas, ni una revolución social. Dieterich debería leer a Bolívar.

Por eso el odio de razas y de clases que impulsan Evo Morales en Bolivia, Hugo Chávez en Venezuela y Rafael Correa en Ecuador, es la negación más abyecta del pensamiento de Bolívar.

Conceptualmente imbécil, históricamente falso, intelectualmente opaco, el análisis de Heinz Dieterich pretende hacer pasar la historia de Venezuela y de Colombia por el ojo estrecho de los esquemas marxistas, es decir de una ideología que jamás pudo dar cuenta racional del sentido de la obra del Libertador. El primero en equivocarse al respecto se llamaba Karl Marx.

Igual disparate comete Dieterich cuando dice: “El Libertador latinoamericano vio en vida la destrucción de la transición democrático-burguesa por la anihilación (sic) oligárquica de la vanguardia; el Libertador europeo vio nacer el Thermidor de la contrarrevolución interna, pero su muerte imposibilitó la salvación vanguardista de la transición socialista”. ¿Cómo interpretar esas obscuras palabras? ¿Qué mensaje está enviando Dieterich con ese análisis? Es obvio que Dieterich está persuadido de que Bolívar ha debido aniquilar la oligarquía gran colombiana para que ésta no aniquilara la “transición democrático-burguesa” hacia el socialismo. Es decir para proteger un régimen que Bolívar jamás había concebido. Como Chávez debe aniquilar ya mismo la oligarquía venezolana y “neogranadina” para que su revolución no sea derrotada. Dieterich insiste en eso al sugerir que “el Libertador europeo” (ese debe ser Robespierre) ha debido aniquilar “la contrarrevolución”, es decir, el Directorio y la Convención, para que no impidieran “la transición socialista”. Sin embargo, el proyecto de una república comunista solo germinó, tardíamente, en la mente de un iluminado, Gracchus Babeuf, dos años después del fin del Terror. Desarticulada la conspiración de Babeuf en 1796, tal esquema de revolución igualitaria y clasista no prosperó nunca más. Ni Bonaparte, ni Napoleón III pensaron en eso. Dieterich debería decir si, en su opinión, Napoleón III, estuvo a punto de realizar, también él, un leninismo sin Lenin y si la “contrarrevolución” prusiana se lo impidió tras la derrota de Sedán. En fin, nada de eso es serio. Estamos ante una serie de anacronismos, ante la manía de atribuir a una época usos, nociones y prácticas que sólo existieron después.

Dieterich ve, de todas formas, la causa del bolivarismo chavista perdida. Habla de una “derrota estratégica política, psicológica y militar en Honduras y Colombia”. ¿Qué hacer entonces? Lanzarse con todo a la guerra contra Colombia y Estados Unidos. Simple. Pues, dice Dieterich, “la equivocada política del appeasement ante Uribe y Obama, en ambos conflictos, se pagará cara en el futuro cercano.” Ese planteamiento no se distingue en nada del de las FARC.

Es curioso ver cómo Dieterich tiene una respuesta para todo. En cada solución que propone, la noción de guerra, de aplastamiento, de aniquilación, está presente. Se ve que Dieterich es un buen discípulo de Federico Engels, el inventor del aniquilamiento de razas enteras, de la liquidación de pueblos “moribundos”, como los checos, los dálmatas, los vascos, los eslovenos, los poloneses y los escoceses, entre otras civilizaciones que había que “empujar a las llamas”, pues constituían, según el padre del “socialismo científico” “residuos históricos”, pueblos “sin futuro” que jugaban un papel reaccionario. El texto donde Engels dice eso, escrito en enero-febrero de 1849, en La Nueva Gaceta Renana, no fue el único aporte en ese sentido. Karl Marx escribirá otro en 1852 (algunos dicen que fue escrito por Engels pero firmado por Marx) no menos nauseabundo, en el que propone la extinción de los criollos franceses y españoles de Centroamérica. Refiriéndose a los textos de esa época, George Watson concluye que “esa franqueza brutal es, quizás, la principal herencia de Marx y Engels a Hitler y Stalin”.

En todo caso, el mensaje que Heinz Dieterich envía a los jefes de la revolución bolivariana es claro: el momento ha llegado de “aniquilar” las oligarquías venezolana y neogranadina y el imperialismo para que la revolución socialista venezolana pueda sobrevivir. Vasto programa.

Lo más curioso es que el texto de Dieterich podría ser otra cosa aún más grave: un recado que La Habana no podría hacer sino por vías indirectas al jefe de la revolución bolivariana para que se lance a lo irreparable, al ataque de Colombia y de las clases sociales, empresa y medios de comunicación en Venezuela que le resisten. Es decir, los hermanos Castro querrían que Hugo Chávez pase el Rubicón y haga algo idéntico a lo que hizo Fidel Castro en 1960 cuando lanzó la ruptura cuasi total con Estados Unidos al ordenar la confiscación de las grandes empresas norteamericanas en Cuba, luego de haber obtenido garantías de apoyo soviético.

El problema es que el mundo actual no es bipolar, que Chávez no está convencido de que las fuerzas militares de su país lo seguirán ciegamente, ni que la Rusia no comunista de Medvedev, a pesar de los lazos especiales tejidos en estos últimos años, saldrá a defenderlo con la vehemencia que tuvo Khruschev ante las aventuras de Castro en agosto de 1960 y abril de 1961.

(1) Ver, Heinz Dieterich, Bolívar, Lenin y Hugo Chávez en la Revolución bolivariana, www.analitica.com, 8 de noviembre de 2009.

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