jueves, 19 de noviembre de 2009

Una gira mansa

Editorial

El Tiempo, Bogotá

Noviembre 19 de 2009

Quienes esperaban que la primera gira oficial de Barack Obama por el Asia fuera una piñata se muestran sorprendidos y hasta desencantados. El viaje, que ha llevado en los últimos días al presidente de Estados Unidos a Singapur, Japón, China y Corea, ha resultado bastante plano en materia de acuerdos y más bien soso en cuestión de noticias. Han abundado, en cambio, las lisonjas hacia sus anfitriones, particularmente los chinos, y las vaguedades. Uno de los pocos anuncios concretos se produjo en la cumbre de países asiáticos de Singapur, cuando Obama y sus colegas aceptaron que en la esperada reunión sobre el calentamiento global que se realizará en Copenhague en diciembre no habrá compromisos tangibles de reducción de gases contaminantes (ver editorial de ayer).

Aparte de esta mala nueva, pocas más merecen titulares destacados. En Japón se aguardaba algún acuerdo entre el ilustre huésped y el nuevo primer ministro, Yukio Hatoyama, sobre el desmonte de la base norteamericana de Okinawa. Hatoyama se opuso durante su campaña a esta vieja base, donde permanecen 25.000 soldados estadounidenses. Washington, en cambio, se niega a moverla. No hubo, sin embargo, pronunciamiento alguno, y la visita a Japón pasó sin grandes sucesos.

La etapa en China era, sin duda, la más interesante del periplo. Algunos predecesores de Obama en la Casa Blanca habían detonado verdaderas bombas desde Beijing. En 1972, Richard Nixon se reunió allí con Mao Zedong y dio un vuelco histórico al mapa geopolítico del mundo al reconocer la existencia de una populosa nación con aspiraciones legítimas en el escenario internacional. En 1998, Bill Clinton criticó, a pocos metros de la Plaza de Tiananmen, la sangrienta represión que había tenido lugar una década antes en el emblemático lugar.

La visita de Obama a China prometía un suculento plato para la prensa. Aterrizaba el primer presidente negro de la historia norteamericana y se reunía con los líderes de un país cuyo formidable desarrollo económico lo ha convertido en potencia mundial y acreedor multimillonario de los Estados Unidos. En el menú figuraban varios temas de vital importancia: el poder de la unidad monetaria china; la aventura atómica iraní; la apremiante contaminación planetaria; la represión política que ejerce en general el gobernante Partido Comunista y la opresión que sufren, en particular, algunas minorías étnicas, como los uigures y los mongoles. Pero no se produjeron discursos grandilocuentes ni hechos protuberantes. Una reunión de Obama con estudiantes en Shanghái tuvo manso desarrollo bajo el control de las Juventudes Comunistas. El huésped no cesó de expresar su admiración por la civilización china. Y solo en la rueda de prensa con el presidente, Hu Jintao, a la que comparecieron juntos pero no revueltos, hubo algunas admoniciones sobre la importancia de la libertad.

A pesar de la desilusión de quienes esperaban resultados más dramáticos, hay que decir que la gira ofrece razones propias para que se la considere histórica. A tono con el nuevo espíritu de la Casa Blanca, Obama se ha presentado sin arrogancias ni ínfulas de potencia mundial. Su interés ha sido el de oír en forma respetuosa y amistosa a los líderes asiáticos, en vez de cantarles la tabla o presionarlos en busca de determinados acuerdos. Afirman los funcionarios estadounidenses que, en privado y con buenas maneras, el Presidente ha expresado sus quejas y sus dudas.

Todo ello desinfla las expectativas públicas de anuncios concretos y frustra a empresarios chinos, políticos japoneses y dirigentes de otros países. Pero constituye un gesto de igualdad, que destaca la estatura de China como punto cardinal del siglo XXI y plantea una nueva diplomacia estadounidense, templada para períodos largos y enemiga de andar sacando chispas.

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