Editorial
El Colombiano, Medellín
Noviembre 4 de 2009
Buscando que alguien pique el anzuelo al otro lado de la frontera, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, mandó toda la artillería de provocaciones y acusaciones contra Colombia y puso en fila india a su ejército de áulicos: el vicepresidente, el ex vicepresidente que tiene programa de radio, el canciller, el ministro del Interior, los militares y, por supuesto, los ventrílocuos del vecindario.
No contaba Chávez, y eso lo saca aún más de casillas, con que Colombia hace rato aprendió la lección de no acudir a la diplomacia del micrófono, si es para responder insultos, calumnias y cortinas de humo, tal como viene sucediendo con Chávez a quien, con la misma rapidez con que se le cayeron los precios del petróleo, se le trepó la inseguridad y le crece el descontento popular.
Lo otro, y era previsible porque cada uno de sus súbditos quiere quedar bien con el jefe, es que ni el vicepresidente venezolano, Ramón Carrizález, ni el ministro del Interior, Tarek El Aissami, se han podido poner de acuerdo sobre la autoría de la masacre de los ocho colombianos en Táchira, hace dos semanas, y de los dos guardias, en la zona fronteriza con Cúcuta, antier. Mientras Carrizález señaló como responsables del primer hecho a los paramilitares, El Aissami dijo no tener información, y Chávez se despachó contra el gobernador del Táchira cuando éste culpó de los hechos a la guerrilla del Eln.
Es más, vista la forma en que se adelantan las investigaciones en el vecino país y ante la negativa de permitir la presencia de los organismos judiciales de Colombia en Venezuela, queda claro que dar con los responsables no es la prioridad de Chávez, porque tendría que encontrar otra excusa para atacar al Presidente Álvaro Uribe y seguir vendiendo la idea de que hay un "plan desestabilizador" contra su país, orquestado por Estados Unidos desde el nuestro.
No es coincidencia, ni mucho menos una posición de demócrata, como la quiere vender en la región, que toda esta alharaca de Chávez se haya dado antes, durante y después de que Colombia confirmara su intención de firmar un acuerdo complementario de cooperación en defensa y seguridad con Estados Unidos, como instrumento para combatir el narcotráfico y el terrorismo. Eso es, de fondo, lo que tiene al "Comandante" disparando con regadera, lo que no es menos peligroso que querer esconder una realidad: la presencia en su territorio de grupos armados ilegales y narcotraficantes que están huyendo de la persecución implacable y sostenida del gobierno colombiano.
Hace rato, con total diplomacia y seriedad, Colombia ha entregado a Venezuela información precisa y detallada de la presencia de líderes de la guerrilla al otro lado de la frontera. La respuesta ha sido la agresión verbal y las amenazas de romper relaciones comerciales y diplomáticas, cuando todo el mundo espera acciones contundentes y claras contra las Farc, el Eln y todos los grupos delincuenciales que aprovechan esa frontera porosa.
O por lo menos, que toda esa fuerza bélica que ahora ha ordenado desplazar a la línea limítrofe con Norte de Santander para arremeter contra los ciudadanos de a pie de ambos países, hubiera sido la misma que llevara a la frontera con Arauca, cuando se fugó alias Pablito, del Eln, o a la zona del Perijá, horas después de que alias Iván Márquez, de las Farc, abandonó el Palacio de Miraflores como negociador en la liberación de algunos secuestrados en su poder.
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