sábado, 21 de noviembre de 2009

Colombia-Ecuador

Editorial

El Heraldo, Barranquilla

Noviembre 21 de 2009

Las estridencias cada vez más frecuentes producidas por el verbo del presidente Chávez han logrado acaparar la atención de la opinión pública nacional.

Y los motivos son suficientes. Hablar de la posibilidad de una guerra entre nuestras naciones es una locura que a millones de colombianos y venezolanos les quita el sueño. Como lo dijimos en editorial reciente, sería un acto de insensatez que no nos perdonarían las futuras generaciones.

El ruido de sables originado por las palabras del mandatario ha tenido, además, el efecto de eclipsar otro hecho internacional que toca a Colombia y que es de la mayor importancia y trascendencia para el país, como también lo es para Latinoamérica en su conjunto.

Nos referimos al proceso de normalización de relaciones diplomáticas y comerciales con Ecuador.

En efecto, en lo que se puede considerar como un excepcional triunfo de la diplomacia del diálogo, los gobiernos de Bogotá y Quito han dado ya los pasos decisivos para el pronto restablecimiento total de relaciones entre ambas naciones.

Como se sabe, Ecuador decidió romper las relaciones en marzo del año pasado en respuesta a la incursión de nuestras Fuerzas Armadas en su territorio para dar de baja a Raúl Reyes, miembro del Secretariado de las Farc.

Esa decisión condujo a una profunda crisis que se fue ahondando con el correr de los días, y que se manifestó en un momento dado con la desaparición de todo canal de comunicación entre las cancillerías.

Así mismo, los ataques del presidente Correa contra el país y contra nuestro mandatario arreciaron, sin que faltaran alusiones a una respuesta militar de parte de Ecuador, si se volvía a presentar nuevamente una incursión como la que tuvo lugar a comienzos de marzo de 2008.

En medio de una crisis que parecía coyuntural, salieron a relucir de parte de Ecuador viejos resentimientos acumulados por espacio de muchos años contra Colombia que no hicieron sino agravar aún más el conflicto.

Empero, en medio de todo había que prestar atención a los reclamos que hacía, no tanto Correa, como los voceros de otros estamentos ecuatorianos, si de verdad se quería llegar a un restablecimiento sólido de las relaciones. Era claro que, detrás del incidente del 1º de marzo, había una lista de asuntos pendientes por zanjar.

Que no se podían abordar desde los micrófonos, sino en escenarios más apacibles y con la discreta intermediación de actores que gozaran de la plena confianza de ambas partes.

Lo primero que había que entender era lo obvio: por un lado, a ninguno de los dos países le convenía el rompimiento de relaciones; y, por otro, habían –y hay– muchos problemas conjuntos que no se podían –ni se pueden– enfrentar de manera aislada por cada uno de los países.

En forma reservada se hicieron los debidos contactos y las aproximaciones necesarias para restablecer los canales de comunicación entre los funcionarios de las cancillerías.

En esa tarea jugaron un papel muy importante figuras como el ex presidente estadounidense Jimmy Carter, el gobernador Antonio Navarro, el Departamento de Estado de los Estados Unidos, miembros de la academia y de la sociedad civil y, más importante aún, la OEA.

Por fortuna, una vez restablecido el diálogo las cosas empezaron a fluir, lo que no significó que fueran fáciles ni exentas de fricciones, pero se habían tendido puentes y roto el hielo. La sensatez, la comprensión y los compromisos fueron aflorando poco a poco.

Lo paradójico es que esto ocurría al tiempo que las relaciones con Venezuela entraban nuevamente en una crisis, que se agravaba día a día y de la cual no se vislumbra ninguna solución.

Frente a ese panorama, lo que procede es culminar exitosamente el restablecimiento de las relaciones con Ecuador, sacar el mayor provecho de la crisis, aprender las lecciones del caso y asumir con seriedad el cumplimiento de los compromisos que se hayan acordado.

Por supuesto que las circunstancias que rodearon la crisis con Ecuador son muy distintas, y que algo va de Chávez a Correa, pero hay muchas cosas por corregir en el manejo de nuestros asuntos internacionales, que en buena hora el actual Canciller ha emprendido.

Se alivia, pues, la tensión en el Sur. Procede ahora concentrar los esfuerzos, el temple, el valor, la sabiduría y la prudencia para aliviar la del Oriente.

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