Álvaro Valencia Tovar
El Tiempo, Bogotá
Noviembre 20 de 2009
La extraña personalidad del caudillo venezolano aflora con una de sus más significativas facetas en el odio explosivo contra Colombia y su Presidente. La utilización de bases áreas nuestras por aviones militares de los Estados Unidos ofrece dos interpretaciones de las cuales pueden desprenderse objetivos y propósitos que oscilan entre la simple, vitriólica vociferación y la demencia de un conflicto armado.
Injuriar, ofender, buscar pendencias y camorras parece columna vertebral del caudillismo chavista. Aló, Presidente, transmitido al mundo, no parece programa presidencial sino discurso de barriada. Una audiencia de áulicos en camisa roja como su jefe aplaude hasta rabiar cualquier exabrupto, lo cual sobreexcita al orador y aviva el fuego de su diatribas que se despojan de los últimos rezagos de sensatez. Quienes tenemos la oportunidad de escuchar o al menos de acompañar fragmentos de sus intervenciones, nos preguntamos hasta dónde las locuaces trepidaciones se traducirán en hechos.
El Jefe de Estado no aparece por ningún lado, oculto tras el demagogo impenitente. Pero los demagogos encumbrados en las cimas del poder, los Hitler, Musolini, Fideles y Ghadafis han causado al mundo y a sus pueblos daño incalculable. La embriaguez megalómana del mando absoluto suele romper los diques de la prudencia en un desmesuramiento que llega a perder la conciencia de lo realizable. Lo grave es que gobernantes y dirigentes nacionales y mundiales subvaloran el discurso desenfrenado, le restan importancia, tienden a considerar que la palabrería amenazante no pasará la frontera entre el verbo y la acción. Hitler, en Mi lucha, anunció punto por punto sus intenciones geopolíticas. Locuras de un desquiciado mental que tras los muros de una cárcel escribe páginas delirantes. Cuando quienes así pensaron con miopía política y obnubilante pacifismo desde solios presidenciales fueron claudicando candorosamente para terminar aplastadas por
Para el sueño chavista de una hegemonía latinoamericana lograda bajo el rótulo del Socialismo Bolivariano del Siglo XXI, Colombia ha representado un obstáculo interpuesto en su ruta hacia el sur y el presidente Uribe el gestor de una resistencia inspirada por "el imperio". Por eso lo insulta, le aplica epítetos impensables en boca de un jefe de Estado y rompe relaciones comerciales, inconsciente del daño que causa a los pueblos de los dos países. Por la misma razón, sostiene que tras el acuerdo sobre las bases aéreas y navales se oculta una agresión armada contra su país, lo cual le brinda argumentos para compras desorbitadas de armamento. Bien sabe la falacia oculta tras este razonamiento. Ni Colombia se prestaría para semejante juego, ni el formidable poder militar de Estados Unidos lo necesita. Entonces, ¿para qué el desmesurado gasto militar? Aquí sí cabe la duda: allanar el obstáculo representado por Colombia y su Presidente. Lo que el belicoso comandante no se detiene en considerar es que su furibundo anticolombianismo le está causando daño en medio de una desastrosa situación económica, donde los cantos de guerra suenan demasiado adversos donde hay hambre y necesidad entre tinieblas y racionamientos.
Para Colombia y su gobierno, Venezuela es un país amigo y hermano. Nos necesitamos recíprocamente, pero los esfuerzos de enmendar las deterioradas relaciones se estrellan contra un muro ciclopeo. Chávez rehúsa cualquier acercamiento o mediación. Está bien no responder injurias y llevar a organismos internacionales y la conciencia mundial las declaraciones guerreristas y los exabruptos políticos de Chávez. ¿Pero esto bastará cuando arribe a Venezuela el formidable arsenal adquirido en Rusia, y los juguetes bélicos dejen de serlo?
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