Por Alvaro Montenegro
El Tiempo, Bogotá
Noviembre 4 de 2009
En Colombia, como en otros países, es común que los costos de la educación y la salud tiendan a subir más que la inflación. Por esta, y otras razones que discutimos a continuación, el Gobierno y el Congreso siempre deberían asignar presupuestos crecientes y adecuados a estos sectores.
La explicación de tal tendencia es que hay gran demanda y poca oferta. Todo el mundo quiere más educación y salud pero no hay suficientes profesores ni médicos. Estos son servicios que dependen fuertemente del capital humano, profesionales cada vez más capacitados y entrenados, con mayores títulos, como el Ph. D. o el doctorado, que tardan años en formarse, posiblemente en el exterior. Dependen, también, de la permanente y onerosa actualización de instalaciones, laboratorios y demás infraestructura necesaria para la actividad académica.
Todo esto ha generado un desfase en las finanzas del sistema educativo, como lo dice un reciente editorial de EL TIEMPO, en especial para las universidades públicas, que deben competir con las privadas sin la facilidad de elevar matrículas a la par, por su misión de atender a estudiantes de los estratos socioeconómicos menos favorecidos.
Según estadísticas norteamericanas, en los últimos 30 años los costos de la educación han superado en promedio el crecimiento del índice de precios, incluso más que los costos de la salud. En Colombia sucede algo similar: en lo corrido de este año, los rubros de educación y salud ya superan al índice de precios.
La actividad económica de un país y, en particular, la transferencia tecnológica dependen del nivel de educación. Sin ella, los trabajadores ni siquiera podrán entender las instrucciones de los manuales de operación y mantenimiento que vienen con las máquinas, ni los administradores, completar los trámites de exportación.
Por otro lado, la educación mejora la salud. Se ha encontrado que una de las armas más efectivas en la disminución de la mortalidad infantil y en el control de enfermedades como la malaria es educar a las madres, porque así pueden leer y comprender los mensajes de prevención y poner en práctica sus recomendaciones en el hogar; esto ha resultado más efectivo que educar a los maridos de las zonas tropicales, quienes, según las investigadoras, tienden a ser más disolutos y borrachos.
Tan importante es la educación en el desarrollo de un país, que fue escogida por Naciones Unidas como una de las tres únicas variables que entran con igual ponderación en su Índice de Desarrollo Humano (las otras dos son la longevidad y el ingreso per cápita).
Cuanto más educado un pueblo, mejores son los indicadores de distribución del ingreso. Infortunadamente, según los indicadores, Colombia tiene una de las peores distribuciones de ingreso del mundo, así que, bienvenido lo que hagamos para mejorarla. Un mayor nivel de educación produce una fuerza laboral más flexible y le brinda a la gente la oportunidad de hacer trabajos mejor remunerados. Pero, para lograr esto, la educación no puede ser privilegio de unos pocos porque el efecto sería al contrario: el de concentrar la distribución del ingreso.
Por lo tanto, el Estado debería garantizar a toda la población el acceso a la educación de calidad, lo que implica impulsar y financiar con entusiasmo la educación pública, ya que el sector privado, aunque tenga buena voluntad, carece de incentivos para ofrecerla universalmente.
Ahora falta que más políticos tomen conciencia de que el subsidio no es un regalo ni desperdicio, sino una obligación del Estado, de manera que, hacia el futuro, podamos esperar que el Congreso y el Gobierno sean siempre generosos con el presupuesto para la educación pública.
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