viernes, 6 de noviembre de 2009

El muro de Chávez

María Elvira Bonilla

El País, Cali

Noviembre 06 de 2009

En las imágenes que se repiten día a día en la frontera colombo-venezolana aparecen pobladores, comerciantes humildes y desesperados que, colgados de escaleras, arriesgan sus vidas para saltar las tapias que de manera formal separan a Cúcuta de San Antonio de Táchira y Ureña. Para el colombiano, llegar a los municipios venezolanos es casi imposible con el cierre temporal de los tres puentes que unen a los dos países. La gente se insulta, se golpea, se agrede, situaciones inaceptables entre naciones que históricamente son hermanas, con una relación fluida de intercambios comerciales, laborales, culturales y étnicos, de familia, con cada vez más vínculos de sangre. Pero bueno, así es el mundo, rabioso y agresivo para resolver conflictos: ¡A la brava!


El muro levantado por el presidente Chávez entre Venezuela y Colombia es artificial, producto de sus obsesiones mentales y sus delirios políticos que toman la forma de su fanatismo hostil. Artificial, pero a la vez es un muro real, que crece y bloquea, aleja y es cada vez más alto e infranqueable. Estamos inmersos en medio de una de esas locuras delirantes de gobernantes autoritarios que pueden terminar con alambres y ladrillos, barreras de concreto para impedir la circulación de manera drástica.


Los
1.123 kilómetros de muralla entre Tijuana y San Diego, construida por Estados Unidos para cerrarles el paso a los emigrantes mexicanos e impedir su entrada al país del Norte. Una muralla que, como la de Chávez, en nada refleja la realidad social de convivencia que han tenido las gentes del común en los países. En el caso de Estados Unidos no se concibe que su economía pueda funcionar sin el aporte latinoamericano y especialmente mexicano, una economía de dos pisos en la que los oficios más humildes están a cargo de éstos y los más visibles y mejor remunerados en manos de los norteamericanos. En Venezuela son miles los colombianos establecidos, que es mucho lo que le han aportado a su desarrollo, con su trabajo al país.


Hace 20 años cayó el muro de Berlín, levantado por
la Alemania comunista para impedir la libre circulación entre ciudadanos, todos alemanes. Un muro que irónicamente bautizaron de protección antifascista. Su caída fue el símbolo del comienzo del fin del totalitarismo soviético y representó el cierre de la guerra fría y el comienzo de la unificación política de la nación alemana, hoy más consolidada que nunca. Pero los totalitarismos y los autoritarismos no sucumben fácilmente. Sobreviven y se imponen revigorizados cada vez que las circunstancias lo permiten, como se está viviendo en América Latina.


Los gobernantes, y especialmente los autoritarios, suelen equivocarse. Conducen a sus naciones hacia despeñaderos o dolorosas sinsalidas, induciendo errores que luego son difíciles de reparar. No quiero ni pensar en el paredón que se puede levantar en la frontera con Venezuela con las consecuencias no sólo económicas sino de vidas humanas si no se construyen salidas por el camino del diálogo civilizado en el que la mediación de Brasil puede ser fundamental, tal como lo propuso Marco Aurelio García, el asesor internacional del presidente Lula da Silva. Sin odios ni retaliaciones, aprendiendo a ceder. De lado y lado.

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