María Elvira Bonilla
El País, Cali
Noviembre 06 de 2009
En las imágenes que se repiten día a día en la frontera colombo-venezolana aparecen pobladores, comerciantes humildes y desesperados que, colgados de escaleras, arriesgan sus vidas para saltar las tapias que de manera formal separan a Cúcuta de San Antonio de Táchira y Ureña. Para el colombiano, llegar a los municipios venezolanos es casi imposible con el cierre temporal de los tres puentes que unen a los dos países. La gente se insulta, se golpea, se agrede, situaciones inaceptables entre naciones que históricamente son hermanas, con una relación fluida de intercambios comerciales, laborales, culturales y étnicos, de familia, con cada vez más vínculos de sangre. Pero bueno, así es el mundo, rabioso y agresivo para resolver conflictos: ¡A la brava!
El muro levantado por el presidente Chávez entre Venezuela y Colombia es artificial, producto de sus obsesiones mentales y sus delirios políticos que toman la forma de su fanatismo hostil. Artificial, pero a la vez es un muro real, que crece y bloquea, aleja y es cada vez más alto e infranqueable. Estamos inmersos en medio de una de esas locuras delirantes de gobernantes autoritarios que pueden terminar con alambres y ladrillos, barreras de concreto para impedir la circulación de manera drástica.
Los
Hace 20 años cayó el muro de Berlín, levantado por
Los gobernantes, y especialmente los autoritarios, suelen equivocarse. Conducen a sus naciones hacia despeñaderos o dolorosas sinsalidas, induciendo errores que luego son difíciles de reparar. No quiero ni pensar en el paredón que se puede levantar en la frontera con Venezuela con las consecuencias no sólo económicas sino de vidas humanas si no se construyen salidas por el camino del diálogo civilizado en el que la mediación de Brasil puede ser fundamental, tal como lo propuso Marco Aurelio García, el asesor internacional del presidente Lula da Silva. Sin odios ni retaliaciones, aprendiendo a ceder. De lado y lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario