lunes, 2 de noviembre de 2009

"Héroes de la democracia"

Rafael Nieto Loaiza

El País, Cali

Noviembre 01 de 20009

Esas fueron las rimbombantes palabras que usó Tom Shannon, subsecretario de Estado, para calificar a los negociadores de Micheletti y Zelaya que lograron un acuerdo que en principio permitiría una salida a la crisis en Honduras. Excesivas, quizá, para describir a quienes sólo llegaron al arreglo porque los Estados Unidos les forzaron la mano y porque estaban políticamente agotados.


Sin la presión activa de la administración Obama es dudoso que las partes se hubiesen avenido. A Zelaya sólo le interesaba su regreso al poder como fuera. Y Micheletti no hubiera dado su brazo a torcer para impedir incluso la eventualidad de semejante cosa si los gringos no hubieran cerrado los créditos al pobrísimo país centroamericano y hubieran revocado las visas de algunos de los altos funcionarios de su administración,
la Corte Suprema y el Congreso.


Ganaron los gringos, que demostraron que, más allá de los errores y vacilaciones de su política exterior, aún pueden jugar un papel decisivo. También obtuvieron un triunfo parcial los que buscaron que Zelaya no se perpetuara en el poder y se instalara un régimen chavista en tierras de los catrachos.


Porque contrario a lo que sostienen algunos interesados, en especial aquellos de la izquierda más recalcitrante, el acuerdo no dice que Zelaya vaya a ocupar de nuevo
la Presidencia. Lo que hace es entregarle al Congreso la decisión sobre su regreso. Las partes se obligan a allanarse a lo que el Parlamento decida. Así lo ha reconocido el mismo Shannon, quien ante las insistentes preguntas de periodistas se mantuvo en que la comunidad internacional deberá respetar “lo que los hondureños decidan” y se negó a afirmar que Zelaya debe ser reinstalado. Un giro, sin duda, en relación con la posición inicial de Obama. Y una advertencia tácita a quienes quisieran imponer a Zelaya a cualquier costo.


La historia y la lógica llevarían a concluir que los congresistas se negarán a devolverle el poder a Zelaya. Basta recordar que
la Corte Suprema ha sostenido que la restitución es inconstitucional y que todos los diputados votaron unánimemente su destitución. Pero las presiones serán muchas.


El Teniente Coronel y sus aliados del comunismo del Siglo XXI harán hasta lo indecible no sólo para que Zelaya vuelva sino para que se quede. Importará poco que el acuerdo alcanzado sostenga, ahí sí de manera inequívoca, que quien ocupe
la Presidencia no podrá citar a ninguna constituyente ni intentar de manera alguna modificar la regla constitucional que prohíbe la reelección. La actitud del propio Zelaya es impredecible. ¿Qué ocurrirá si el Congreso, ahora en receso, decide mantenerse en sus cinco y no restituye al defenestrado?


Lo cierto, sin embargo, es que a la comunidad internacional le quedará muy difícil mantenerse en la tesis de no reconocer al ganador de las elecciones del próximo 29. Tesis estúpida y profundamente antidemocrática, por cierto. Hacía imposible la vía más fácil para superar el embrollo y le negaba al pueblo hondureño la posibilidad de escoger libremente su gobernante y reintegrarse a la comunidad internacional.


Tesis, además, contraria al derecho internacional que reconoce la posibilidad de sucesión de gobiernos, sin importar el régimen político que los rige. Y a la historia, que muestra que la mejor de las salidas a las dictaduras, si es que ésta lo fuera, es precisamente a través de la celebración de elecciones.

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