lunes, 23 de noviembre de 2009

La fuerza o la razón

Editorial

El Espectador, Bogotá

Noviembre 23 de 2009

Si la agresividad verba, las declaraciones destempladas, las acciones de provocación y el uso permanente de los micrófonos, para proferir amenazas a diestra y siniestra de uso de la fuerza, fueran los pilares de la convivencia entre los pueblos, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, sería un serio aspirante al Premio Nobel de la insensatez.

Por fortuna, sin embargo, el mundo evolucionó lo suficiente como para que las normas del Derecho Internacional hayan permitido desarrollar formas civilizadas de tratar los inevitables conflictos que puedan surgir entre estados. Más aún, si éstos comparten una extensa y viva frontera. Aunque lo anterior haya terminado por convertirse en un lugar común cuando se analizan las relaciones entre Colombia y Venezuela, no por ello deja de ser una verdad de a puño, que al parecer no tiene asidero en la agenda internacional de Hugo Chávez, así se autoproclame como adalid de la paz.

Hechos tan condenables como la voladura de dos puentes peatonales entre el Táchira y Norte de Santander, buscando lograr un difuso efecto mediático, no contribuyen en nada a despejar el oscuro panorama binacional. Tras la salida en falso al tocar los tambores de guerra contra Colombia y la obligada rectificación ante la adversa reacción de la comunidad internacional y las complicaciones para su ingreso al Mercosur, el mandatario venezolano acude ahora al peligroso expediente de las provocaciones focalizadas.

Sin embargo, en este episodio las cosas tampoco le salieron bien. El presidente Uribe y el canciller Bermúdez han continuado con un manejo prudente y serio. No se han desgastado, en su acercamiento a la ONU y la OEA, en buscar una condena hacia Venezuela, sino sencillamente han hecho visible el despropósito de su gobernante y, a la vez, con toda razón, el Canciller ha cuestionado el complaciente silencio de Unasur.

Regresando a Venezuela, hasta finales de los noventa se decía con frecuencia que allí el único tema que aglutinaba a la inmensa mayoría de la población era el de la relación con Colombia. Sin embargo, con la llegada de Chávez al poder y la polarización que ha generado, ese alineamiento no existe más. La mayoría de los venezolanos sienten a Colombia como un país con el cual hay que mantener la mejor relación posible.

Una reciente encuesta llevada a cabo en el país vecino mostró que un 80% de los encuestados rechaza totalmente una acción bélica contra Colombia. Allá, como acá, la mayoría de la gente vive pendiente de sus problemas cotidianos y por ningún motivo está dispuesta a acompañar semejante disparate. La violencia callejera que se cobra, tan sólo en Caracas, cincuenta vidas cada fin de semana; los reiterados cortes de agua y luz como fruto de las deficientes políticas energéticas; un desabastecimiento permanente, debido a la política populista de control de precios, que se ha visto acrecentado por las medidas comerciales adoptadas en contra de nuestro país, y una inflación galopante que afecta de manera directa el bolsillo de todos los venezolanos, son motivos más que suficientes para que la gente les dé la espalda a las políticas guerreristas. No podría ser de otra forma.

Los hechos continuarán demostrándole a Hugo Chávez que la fuerza de la razón, al buscar el diálogo y la concertación, está del lado colombiano y que quien juega con candela puede terminar quemándose.

Nunca es tarde para rectificar, como él mismo lo ha demostrado en ocasiones anteriores, y la Cumbre de Manaos es una excelente oportunidad para hacerlo. ¿Se atreverá esta vez?

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