Por Saúl Hernández Bolivar
El Mundo, Medellín
Noviembre 2 de 2009
El dictador caribeño que gobierna la república hermana a la que estamos adosados irremediablemente cual siameses, ya no sorprende con sus operetas burdas y el aire desvergonzado de sus determinaciones. Es así que al mismo tiempo que exhorta a darse baños de tres minutos, como buenos revolucionarios, se asigna un presupuesto de 450.000 dólares para ropa, zapatos y tintorería, con lo que podría estrenarse a diario un buen traje de Armani, Gucci o Zegna, a una media de mil dólares cada uno, en vez de ponerse esas camisas rojas de tela cruda que fabrican en China a 20 dólares la docena.
Chávez le ha venido diciendo a su pueblo que ser rico es malo mientras él y todos sus parientes se dan una vida de familia real europea, y al tiempo que destruye el concepto de propiedad privada mediante confiscaciones aleatorias que llama ‘nacionalizaciones’ e invasiones tumultuosas de predios a la vista de unas autoridades que hacen ojos ciegos al pillaje.
Pero los lujos del innombrable no deberían inquietar a nadie porque esos centavos son un gasto menor en comparación con los 1.545 millones de dólares que manejará directamente
La chequera de Chávez maneja más recursos que ministerios como los de Energía y Petróleo, Alimentación, o Agricultura. Manejar recursos del Estado, como si fueran plata de bolsillo para comprar lealtades, es una de las típicas maniobras de los tiranos para permanecer en el poder. Otra de las más comunes consiste en inventar complots internos y conflictos con otros países; y mejor aun si es el combo completo (complot+conflicto). Todo ello es muy conveniente si las condiciones de gobernabilidad de un país —y hasta la aceptación externa de un gobierno— están en franco deterioro, como ahora.
En mayo de 2004, cuando Hugo Chávez afrontaba la posibilidad de un referendo revocatorio, cuyo plazo máximo para la validación de firmas era el 31 de mayo de ese año, el Comandante inventó una burda trama de telenovela barata según la cual un grupo de 56 paramilitares colombianos (que después se convirtieron en 88 y, finalmente, en 130) iban, según sus palabras, a asaltar el Fuerte Tiuna (principal fortaleza militar de Caracas) y a arrasar el Palacio de Miraflores para matarlo.
Pero el ‘peligroso’ grupo de mercenarios —unos jóvenes casi imberbes, desarmados y sin dinero— fue detenido por
La masacre de nueve colombianos que vendían maní y participaban en un campeonato de fútbol aficionado, con denuncias de complot y espionaje de por medio, tiene grandes semejanzas con el montaje de 2004. Motivos hay de sobra. Tanto en el nivel interno como en el externo, Chávez tiene un panorama muy complicado: la economía no marcha bien, la seguridad es un desastre, las promesas de mejorar el nivel de vida de los pobres no pasan de ser maquillaje. Afuera, pierde ascendencia en la región, son mal vistas sus relaciones con la guerrilla colombiana, genera desconfianza por su tolerancia con el narcotráfico y está en la mira por sus actividades nucleares con Irán. Todo eso será monitoreado por los E.U. con los aviones plataforma que operarán desde bases colombianas, y con ese acervo probatorio a Obama no le quedará una salida distinta que sacarlo a las malas, como a Manuel Antonio Noriega de Panamá.
El vicepresidente de Venezuela, Ramón Carrizales, expresó que los jóvenes asesinados eran paramilitares o infiltrados del gobierno colombiano. ¿Esa es una confesión de que fueron asesinados por fuerzas del Estado bolivariano o afines a él? ¿Por qué el único sobreviviente está retenido contra su voluntad en Caracas? ¿Será que es conocedor de una verdad incómoda, como testigo ocular de la tramoya?
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