Editorial
El Mundo, Medellín
Noviembre 9 de 2009
De la pretendida reunión colombo-venezolana sólo queda esperar que el presidente brasilero salga sin hacer un gran ridículo.
Para nadie es un secreto que el presidente Lula Da Silva busca un cargo en la burocracia internacional que le permita afianzar su aspiración de convertir a Brasil en la nación más poderosa de Latinoamérica. Tampoco es motivo de asombro reconocer que en estos momentos apela a todas las armas para mostrarse como líder regional tan consolidado que puede congregar a los países amazónicos en torno suyo o facilitar el entendimiento de Colombia con el gobierno Chávez. Sus deseos, que cuentan con panegiristas entre académicos y algunos escritores públicos, chocan con la voluntad de los países que pretende cubrir con su égida.
Con la Cumbre de Manaos, que convocó tras su reunión con el presidente Uribe el pasado 19 de octubre, el presidente Da Silva pretende lograr un consenso de los países que conforman la inmensa cuenca amazónica que sea su carta de presentación en la Cumbre de Copenhague, prevista para el próximo diciembre. Sin embargo, más que enarbolar la defensa del pulmón del mundo o el río que lo nombra, el presidente brasilero busca llegar a la cita como merecedor de una membresía plena en las grandes ligas internacionales, pretensión todavía temprana para una nación a la que el mundo aun cataloga como miembro del club de países emergentes. Sin abaratarle su deseo, y confesando nuestra esperanza de que se logre llegar a un acuerdo para el desarrollo sostenible de la región motivo del debate, vemos muy difícil que los presidentes García de Perú; Morales de Bolivia; Uribe de Colombia, y Correa de Ecuador, se plieguen a una cartilla impuesta desde el Palacio de Planalto para manejar considerables proporciones de sus geografías nacionales.
Durante una gira europea en la que promocionaba la Cumbre de Manaos, al presidente Lula se le ocurrió que no sólo podía idearse una solución común a las diversas problemáticas de la región amazónica sino que también era capaz de deshacer el nudo gordiano de las relaciones colombo-venezolanas, y que puede hacerlo aun después de haber cometido el gravísimo error de notificar a través de los medios de comunicación sobre un paso que compromete las más serias posturas de los gobiernos interesados. El solo hecho de que haya presentado su idea en entrevistas en medios de comunicación de Inglaterra y España, antes que en diálogo directo con las partes, da cuenta del madrugón del presidente brasilero. Así las cosas, no deja de ser curioso que el motivo de la intervención sea, según propias palabras, combatir “la diplomacia de micrófono”.
Si de la Cumbre de Manaos se podría esperar que intenten crear bases para garantizar la protección y mejoramiento del complejo territorio amazónico, de la pretendida reunión colombo-venezolana sólo queda esperar que el presidente brasilero salga sin hacer un gran ridículo. Las reacciones de los gobiernos frente al anuncio del presidente Lula ya presagian el fracaso. En efecto, apenas conoció la iniciativa, la Cancillería colombiana pidió a la española, que goza de la confianza del coronel-presidente, que explore “mecanismos de verificación y monitoreo de la situación que se vive en la frontera con Venezuela, así como de los casos de los colombianos que en los últimos días han sido asesinados y detenidos en ese país”. Ello para no mencionar la agresiva explosión del mandatario venezolano ayer en su programa “Aló Presidente”, que de lo insultante no merece ser comentada en nuestro país.
Hemos sentido simpatía por la carrera brillante del presidente Lula; vemos con interés los logros de su gobierno en materia económica y social, y deseamos, aunque no lo vemos muy posible, que el intercambio comercial colombo-brasilero crezca con equilibrio. Por ello, lamentamos que en su carrera por hacerse a un lugar entre los países del Primer Mundo e incluso por erigirse como el nuevo imperio de Latinoamérica, se atreva a pensar que podía intervenir con éxito para resolver las agrias relaciones de sus vecinos; convocar a los jefes de Estado obteniendo su beneplácito e incluso salir de tan honda crisis sin pasar por un proceso. Han errado los asesores del presidente Lula al no mostrarle el cuidadoso tejido que vienen realizando las cancillerías de Colombia y Ecuador para buscar el restablecimiento pleno de relaciones entre las dos naciones, que todavía aparece lejano.
Hemos recibido con interés el principio de acuerdo de Colombia y España para el monitoreo fronterizo por una verdadera autoridad internacional y esperamos que éste fructifique en acciones que den tranquilidad a ambos lados de la frontera, pero especialmente en el colombiano, que sigue recibiendo las principales agresiones del vecino. Mientras tanto, y dado el contexto actual de las relaciones con el gobierno de Hugo Chávez así como la pretensión imperialista del presidente Lula, consideramos que la posición que Colombia debe asumir frente a la invitación para el 26 de noviembre sería una ausencia diplomática y bien excusada del presidente Uribe de la Cumbre de Manaos y –si se considera necesario- su reemplazo por un ministro que mantenga la cordialidad de las relaciones sin comprometer el Norte de la política internacional de Colombia.
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