Santiago Montenegro
El Espectador, Bogotá
Noviembre 9 de 2009
Por acción o por omisión, todas las sociedades deben responder a dos tipos de preguntas que definen la naturaleza en que conviven sus miembros, sus organizaciones e instituciones.
El primer grupo de preguntas son del tipo ¿quién manda? O, ¿quién gobierna?; o, ¿me gobiernan otros, o Dios, o el partido? O, ¿gobierna el estado de la opinión pública? Estas son las preguntas que surgen de la libertad definida como autonomía o, más comúnmente conocida como libertad positiva. El segundo grupo de preguntas son del tipo ¿cuántas puertas están abiertas para mí?; ¿qué obstáculos encuentro en mi camino? Estas son las preguntas que provienen de la libertad negativa. Los dos tipos de preguntas son igualmente válidas y todas las sociedades, en una forma u otra, deben responderlas. Estas preguntas, tan aparentemente simples y elementales, fueron formuladas en un ensayo de 1957, por el filósofo e historiador de las ideas, Isaiah Berlin, en un ensayo que, de inmediato, se convirtió en estudio obligado en ciencia política en el mundo entero. Las respuestas que demos a estas dos preguntas son también muy relevantes en los países andinos y, en particular, en Colombia. Por eso, hay que celebrar que, para conmemorar cien años de su natalicio,
Según Berlin, los dos conceptos de libertad han sido torcidos y abusados. La libertad negativa es abusada y corrompida cuando se proclama que los zorros deben tener la misma libertad que las gallinas, porque los zorros terminan devorando a las gallinas. Es la libertad de los poderosos para explotar a los débiles y a los desprotegidos. Por eso, los trabajadores deben tener protecciones contra la explotación ilimitada por parte de los capitalistas y empresarios de las ciudades y el campo. Pero Berlin ha argumentado también que la libertad positiva ha tendido a ser más abusada que la negativa. Esto ha sucedido en aquellos regímenes en los cuales el líder, o el caudillo o el partido, claman tener la solución final a los problemas de la sociedad y juran liberarnos de la pobreza, de la injusticia o del imperialismo. Cuando los partidos o esas personas providenciales cuentan con dicha claridad y revelación no hay costos en los que no se pueda o no se deba incurrir para lograr la felicidad definitiva para todos. En los casos más extremos, estos proyectos de constructivismo social exigen cerrar el Congreso, o las cortes, o eliminar la oposición o, si es necesario, el paredón y la exterminación física de los adversarios políticos. Esos fueron los regímenes de Stalin, Hitler, Mao, Pol Pot o Fidel Castro. Pero también se abusa y se tuerce la libertad positiva cuando, como en el caso de Venezuela, el Ejecutivo controla al Legislativo, a las cortes, al poder electoral, o se cierran canales de televisión y se intimida a la oposición. Todo a nombre de la revolución bolivariana que avanza “hacia un mar de felicidad, de justicia social, de paz”, como ha dicho Chávez.
La libertad negativa y la libertad positiva son conceptos perfectamente válidos y debe haber un balance entre los dos. Pero, como con otros valores que entran en conflicto, no hay principios definitivos de escogencia. Todos los ciudadanos tenemos la obligación de velar por un adecuado balance entre los dos.
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