José Obdulio Gaviria
Revista Ahora No. 2, Bogotá
Octubre de 2009
En febrero pasado, cuando terminaba un Consejo de Ministros, abordé al Alto Comisionado para la Paz, Luis Carlos Restrepo. ¿Qué ha pensado? ¡Si va a hacer política, ya está encima el término de las inhabilidades!, le recordé. El diálogo fue corto, porque, evidentemente, Restrepo tenía muy claro que sí, que quería hacer política. A las once de la noche salimos juntos a hablar con el Presidente, quien aún estaba en el salón del Consejo rematando algunos temas con los ministros del Interior y el de Hacienda. Las resultas de esa conversación, los hechos posteriores, son bien conocidos: antes del 11 de marzo ya eran ex funcionarios, dirigentes como Restrepo, Juan Lozano, Camilo Montes, Marta Elena Bedoya. El Presidente, al despedirlos en las escaleras de Palacio, dijo que ellos eran la punta de lanza de un movimiento por un Congreso Excelencia.
Varios factores se conjugan para pensar con optimismo en la concreción de esa consigna, pero, también algunos hechos conspiran contra ella. A Uribe —al uribismo—, hay que verlo como un todo. No puede pensarse que el cuerpo de doctrina y el comportamiento político de Uribe sean válidos como normas de conducta para el Ejecutivo y no para el legislativo. Pero, en la práctica, en los hechos, en la vida real, ha habido una dicotomía entre gobierno de Uribe y mayoría uribista en el Congreso. Esa mayoría, hay que decirlo crítica y autocríticamente, a veces ha actuado como masa amorfa, indisciplinada y clientelista, porque nuestro discurso central, la Seguridad Democrática, no está incorporado como acervo doctrinal de esa mayoría. Hasta el punto de que hemos oído en el capitolio, defensas “uribistas” del modelo apaciguacionista o de la “solución negociada”. Y, ni para que entrar a debatir sobre las lealtades con el programa y la obra del Presidente Uribe, cuando han sido públicos los intentos (fallidos) de unos pocos de proponer cambalaches burocráticos contra aprobación de ciertas leyes.
La llegada de Luis Carlos Restrepo a la jefatura del Partido de la U debe interpretarse como una estrategia para corregir el rumbo de la bancada uribista. En el pulso que habrá de tener Restrepo contra la inercia de la presencia de los pedigüenos, debemos acompañarlo para que logre la promulgación de una LISTA EXCELENCIA para el Senado y de muchas para la Cámara de Representantes, versus la tendencia de algunos de imponernos unas listas de AVALADOS, es decir, de gente ajena a nuestra línea política . Hay un debate con algunos miembros de la dirección del Partido de la U. ¿Deben ser sus listas una sumatoria de pequeños feudos electorales, o ser unas listas excelencia? ¿Debe ser una sumatoria de candidatos sin cohesión entre ellos (avalados), o una lista de partido, triunfadora? Con el primer sistema se garantizan 20 curules en el Senado; con el segundo, 51, es decir, la mayoría absoluta.
En el primer caso se tendrá asegurado un modesto resultado, satisfactorio sólo para los líderes que “tengan” votos pero sin ningún bagaje político que nos permita dar los grandes debates parlamentarios; que permita desbaratar las trampas dialécticas del Polo y del liberalismo, cosa que hoy se hace a medias. En el segundo, la lista excelencia garantizará cabalgar en el lomo del programa, en el prestigio de la fi gura de Uribe, producir una avalancha electoral en favor del uribismo. Con el primer sistema se garantiza la satisfacción de los egos y un resultado mediocre (entre 1 millón y 1.5 millones de votos); con el segundo, obtendríamos entre 3 y 4 millones. Ese es el reto. La experiencia de Antioquia, cuando convencimos a Jaime Restrepo Cuartas para que se postulara a la Cámara de Representantes, fue un laboratorio que deberíamos replicar en 2010. Convencimos a los aspirantes que una cosa era TENER votos y otra, muy distinta, OBTENER votos. Que no podían ver a Restrepo como un competidor sino como el cochero de una gran troika. Los resultados están a la vista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario