jueves, 18 de marzo de 2010

Brasil, el país del futuro

Michael Shifter

El Colombiano, Medellín

Marzo 17 de 2010

El viaje de Luiz Inácio Lula da Silva a Israel, Jordania y los territorios palestinos, que lo convierten en el primer jefe de Estado brasileño en visitar esta región, pone aún más en evidencia que el "país del futuro" finalmente ha llegado.


Después de 16 años de liderazgo efectivo, ocho de Fernando Henrique Cardoso y ocho de Lula, el desorden político y económico ha dado paso al ascenso notable de Brasil en el escalafón mundial.

En el transcurso de las dos décadas pasadas, Brasil se ha convertido también en una potencia regional respetada.

No hace mucho, la creación del Consejo de Defensa Suramericano, liderado por Brasil, habría sido difícil de imaginar. Pero ahora, como el país más grande y acaudalado de América Latina, Brasil ha estado jugando un papel activo en la mediación de disputas y la promoción de cooperación pragmática por todo el continente.


La Unión de Países Suramericanos (Unasur), que empezó durante el periodo de Cardoso y fue lanzado formalmente por Lula, es la culminación de un largo proceso político orientado hacia la integración regional.

El activismo regional de Brasil es producto de sus logros domésticos, pero también está motivado por claras ambiciones en materia de política extranjera. Forjar alianzas con sus vecinos es una forma de evitarles a los Estados Unidos la tentación de cualquier paso expansionista.


Brasil quiere buenas relaciones con los Estados Unidos pero también quiere mantener su distancia.


En muchos asuntos, Brasil ha logrado remplazar a los Estados Unidos como la potencia dominante en el continente aunque sigue enfrentando retos importantes. Unasur y el Consejo de Defensa han sido criticados por expresar aspiraciones políticas sin propósito práctico. Además, los esfuerzos de Brasil hacia la integración regional se han visto limitados por las altas tensiones y profunda desconfianza que persisten entre muchos gobiernos Suramericanos.


El ambiente político en América Latina hoy no es de gran unidad.


El papel de Brasil como mediador supremo, un gobierno que evita tomar partidos o posiciones fuertes, tiene sus límites. Lula, por ejemplo, ha sido criticado por ser demasiado pasivo e indulgente en cuanto al comportamiento antidemocrático de Chávez y especialmente en los últimos días que su caluroso abrazo al régimen cubano coincidió con la muerte de un disidente en huelga de hambre.


El compás moral de Lula ha sido cuestionado aún más por su coqueteo con Irán (piensa viajar a ese país en mayo) y el hecho de negarse a respaldar sanciones más duras en contra del programa nuclear de ese país.

Sin embargo, es preferible tener instituciones débiles a la ausencia total de instituciones, y Unasur ha sido capaz de desempeñar un papel útil en el manejo de algunos conflictos.


La iniciativa brasileña ha ayudado a aliviar tensiones entre Colombia y Venezuela, en parte porque Lula fue visto como un árbitro verosímil tanto por Uribe como por Chávez. Brasil también intervino en una Bolivia severamente polarizada para evitar una profundización del conflicto político y aumento en la violencia.

La mayoría de los países Latinoamericanos parecen reaccionar con cierta ambivalencia al papel más asertivo de Brasil.


Mientras le dan la bienvenida a esta fuerza creciente, capaz de convenir foros regionales y asegurar un vecindario relativamente tranquilo, muchos quieren abrirse espacio para diseñar políticas extranjeras más independientes.

En este mundo complicado y multipolar, un Brasil en ascenso querrá evitar los impulsos imperialistas que, como pueden atestiguar los Estados Unidos, frecuentemente pueden crear problemas para una potencia hemisférica.

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