jueves, 18 de marzo de 2010

Un legado hacia tierra firme

Editorial

El Colombiano, Medellín

Marzo 18 de 2010

En sentido figurado, Colombia era en 2002 una especie de barco en aguas turbulentas, con un capitán que había entregado el timón a piratas con ansias de poder. Sometido a una violencia de alta mar y con pocas esperanzas de revertir el rumbo en lo político, lo económico y lo social, y con un panorama internacional nublado y hostil.


Hoy, a poco menos de 145 días de que el Presidente Álvaro Uribe ceda el timón, el país siente que hay tierra firme a la vista, no libre aún de turbulencias internas y externas, pero con una posición de liderazgo y reconocimiento que nadie podrá desconocer ni ocultar en el camino de la consolidación de un legado que ya tiene el sello de un hombre trabajador, sincero y con profundo amor por Colombia.


No sería posible fijar la mirada en el puerto de llegada que significa para el Gobierno el próximo 7 de agosto, sin mirar hacia atrás y poder dimensionar sin mezquindades ni egoísmos lo que este barco llamado Colombia ha podido superar y consolidar en poco menos de ocho años del Manifiesto Democrático de Uribe.


Este espacio editorial es demasiado corto para plasmar con hechos y cifras el legado que dejará Uribe y que, sin duda, deberá ser parte de la plataforma de Gobierno de quien asuma la Jefatura de Estado. Sin embargo, y sin menoscabo del reconocimiento que merecen quienes han honrado con su dedicación y transparencia el haber sido y ser parte de este Gobierno, quisiéramos destacar que en estos ocho años Colombia logró ser protagonista de primer orden en el ámbito internacional y regional en asuntos como los derechos humanos, la lucha contra el terrorismo, la internacionalización de la economía y la transformación de las tecnologías aplicadas a la educación, la ciencia y a los códigos de Buen Gobierno.


Colombia ha afrontado con decisión y valentía el fenómeno endémico de la violencia, con sus múltiples manifestaciones terroristas y el narcotráfico como combustible. A las denuncias sobre violación de derechos humanos, el Gobierno ha respondido con claridad y reconocido los posibles errores cometidos por algunos miembros de la Fuerza Pública. También mostró de cuerpo completo ante la comunidad internacional la diplomacia paralela de la guerrilla: mientras secuestraba, asesinaba y hacía terrorismo en Colombia, se pavoneaba por la geografía mundial como un "Robin Hood".


Hoy el mundo sabe de las violaciones a los derechos humanos no por las denuncias de algunas ONG y grupos afines a la subversión, sino porque el Gobierno las puso en la agenda de la comunidad internacional y en el debate, incluso, del Consejo de Seguridad de la ONU, porque no le teme al escrutinio de sus actuaciones.


Contrario a lo que sucedió con la llamada apertura económica neoliberal, Colombia abrió sus puertas al comercio internacional, pero exigió que también se abrieran en el exterior. Pasó de tener un comercio como de plaza de mercado a contar ahora con no menos de 42 tratados de libre comercio para llegarles con nuestros productos a cerca de mil 400 millones de consumidores en todo el mundo. Aún así, no es suficiente y el reto inaplazable es conseguir la firma del TLC con Estados Unidos, Canadá, Europa, Panamá y, de paso, asegurar el ingreso al Acuerdo de Cooperación Asia-Pacífico (Apec).


El país, después de estar en los últimos lugares (casilla 11), ocupa hoy el primer puesto del ranquin latinoamericano de Gobierno en Línea, una herramienta fundamental de vigilancia y seguimiento a la contratación pública. El acceso a internet estaba en el tres por ciento en 2002 y ahora es del 50 por ciento. La banda ancha cubría menos del uno por ciento y hoy cubre el 44 por ciento. Ahora, nueve de cada 10 colombianos tienen celular.


La inversión social en el sector de telecomunicaciones pasó de 50 mil millones a 700 mil millones en el último año, con especial impacto en la educación y la salud. Una muestra pequeña, pero contundente, de que el barco ha tenido capitán y que la tierra firme que ahora se divisa no puede sucumbir ante las aguas tormentosas que persisten dentro y fuera de nuestras fronteras.

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