sábado, 20 de marzo de 2010

Las venas abiertas de Caracas

Editorial

El Heraldo, Barranquilla

Marzo 20 de 2010

Definitivamente han corrido muchas aguas turbias, teñidas con sangre de gente de carne y pueblo, con sangre de injusticia social acumulada por centurias, bajo los puentes de la bella ciudad donde nació El Libertador Simón Bolívar, dramáticamente se han abierto más las venas de esa metrópoli latina desde que Piero cantaba con esa ingenuidad tan característica de los sesenta: “Caracas, Caracas, El Ávila, el baile, El Pulpo, La Araña, tu Sabanagrande”. Ya lo señalaba ese texto clásico que cuenta la historia de nuestro desaforado urbanismo, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, de José Luis Romero: lo propio de nuestras grandes metrópolis es el contraste. Y el contraste, desde el punto de vista del lenguaje simbólico de la arquitectura y los espacios públicos, de los rascacielos y las chozas, de las autopistas y las calles de arena, de los carros importados y la desnutrición vernácula, el contraste de nuestras ciudades expresa claramente la inequitativa distribución de la riqueza, la apropiación voraz de los bienes de producción y consumo por parte de unas minorías, el predominio impune de una plusvalía criminal que genera sociedades de criminales.

Caracas, en la quimera del oro de los años sesenta, y aún al inicio de la siguiente década, era el paraíso para los inmigrantes. Los panaderos portugueses, el italiano que vendía helados en la esquina, la chilena que había huido de la dictadura militar de su país y escribía novelas casi como si cometiera un adulterio —claro, Isabel Allende—, pero también, por supuesto, los colombianos empleados de cualquier cosa, de pronto de panaderos y novelistas al mismo tiempo, y que no gozábamos de la mejor fama, justo es decirlo. Desde los tiempos del dictador Juan Vicente Gómez, quien construyó las modernas carreteras de Venezuela con la mano de obra regalada de los presos políticos, la mayoría de ellos intelectuales y estudiantes, el petróleo parecía ser el ‘Ábrete Sésamo’ de la modernidad venezolana. Pero también desde los tiempos de Gómez —de quien se contaba que, cuando los negociadores gringos le dijeron que iban “fifty-fifty” en el negocio del ‘oro negro’, había contestado con indígena desconfianza: “No, señor, así no. Un barril se va y un barril se queda, ¡carajo!”—, ya desde esos tiempos la cueva de Alí Babá estaba llena de ladrones, locales y extranjeros, de modo que el tesoro jamás se compartió con el pueblo. Una caricatura de El Nacional de Caracas lo expresó maravillosamente: “Ya el petróleo es nuestro, pero ¿y nosotros de quién somos?”.

Las injusticias sociales, como cualquier otro tipo de injusticia, generan odios y violencia, y siempre estallan, o al menos se manifiestan, en formas violentas: es la lección de la historia. Esa Caracas llena de contrastes, de cuya próspera abundancia era ejemplo un talentoso personaje de la televisión como Reny Otolina, esa Caracas de Piero en las modernísimas autopistas como El Pulpo y La Araña, al mejor estilo del ‘American way of life’, contrastaba con los miles y miles de chocitas de los cerros, iluminadas acaso con velas, como un pesebre, con los desmanes de la seguridad política, y la misma PTJ, contra el pueblo que osara manifestar algún tipo de inconformismo social. Y en ese ambiente de contrastante claroscuro, de dramatismo barroco, latinoamericano hasta los tuétanos, de venas abiertas, de vergonzosas injusticias sociales que arrastraban su joroba secular por los caminos de la historia, surgió, medró y se desarrolló, como un organismo bacteriano que prospera en un cuerpo infectado, un personaje como Hugo Chávez.

Y, claro, aprovechó los odios y los resentimientos para prosperar con un discurso falaz y demagógico, que le robaba cosas a Marx, a Fidel, a Bolívar o al presupuesto nacional, según la ocasión y la conveniencia. Aquí también conocemos ese tipo de personajes. Pero no hizo, no ha hecho absolutamente nada por enmendar las injusticias, lo que ha hecho es agravarlas más, lo que ha hecho es seguir la tradición de los tiranuelos latinoamericanos, entre otras cosas porque carece de la idoneidad para comprender de qué trata la plusvalía o la acumulación primitiva de capital, ¡por Dios!, son temas que le deben resultar tan ajenos como las naves extraterrestres. Y ahí está la enfermedad, el cáncer, monstruoso, violento, inhumano, criminal en una sociedad de criminales, expresándose con treinta muertos cada fin de semana en las calles de esa ciudad de la que Piero cantó: “Tómate otro trago, hermano, que esta noche yo te pago, que esta noche yo te brindo, en Caracas, por estos venezolanos”. Caracas se abrió las venas, está herida de muerte.

No hay comentarios: