miércoles, 17 de marzo de 2010

Israel desafía a Obama

Editorial

El Tiempo, Bogotá

Marzo 17 de 2010

En 1975 ocurrió una de las confrontaciones más delicadas entre Israel y Washington. El entonces secretario de Estado, Henry Kissinger, exigió al primer ministro israelí, Yitzhak Rabin, que se retirara parcialmente de la península egipcia del Sinaí. Este último se negó, y el presidente estadounidense Gerald Ford anunció una revisión de su política sobre Oriente Medio. Washington congeló los suministros de armas a Tel Aviv durante seis meses y se aproximó a los rivales de su viejo aliado. Dos años después, Jimmy Carter firmaba los acuerdos de Camp David con el presidente egipcio Anwar el-Sadat. Rabin recordaba esa época como "uno de los peores períodos de las relaciones entre nuestros dos países".

Para entender el crítico nivel que hoy vuelven a tener esas relaciones, es preciso rememorar el enfrentamiento de 1975 y subrayar que la situación actual es comparable a la de entonces. Es decir, que se trata de la más grave tensión surgida entre Washington y Tel Aviv en los últimos 35 años.

El detonante del distanciamiento ha sido el insultante recibimiento que dispensaron las autoridades israelíes la semana pasada a Joseph Biden, vicepresidente de Estados Unidos, en su primer viaje oficial a Jerusalén. Biden llegó cantando himnos a la amistad con el pueblo judío y su gobierno: "No es preciso ser judío para ser sionista".

Pero la respuesta de los anfitriones no fue la que se esperaba. La víspera de su arribo, el gobierno ultraconservador de Benjamín Netanyahu tuvo el mal gusto de permitir una nueva colonia en Cisjordania. Y, ya con el ilustre huésped a bordo, el Ministerio del Interior anunció que construiría 1.600 viviendas en la zona este de Jerusalén, donde cada metro cuadrado es capaz de originar una guerra religiosa y política. Más que un desatino, era un desafío, aunque Netanyahu pretendiera luego decir que se trataba de un simple anuncio hecho en mal momento. Estados Unidos había pedido que se congelaran los proyectos de edificación en Jerusalén, y Biden dio toda la trascendencia a la ofensa. En vez de acudir a los remilgos del lenguaje diplomático, emitió un enfático comunicado donde señaló: "Condeno la decisión del gobierno israelí". No había eufemismos ni atenuantes.

Las provocaciones no se quedaron ahí: a piedra, los palestinos recibieron ayer la licitación de otra urbanización de 309 casas israelíes en esa área de la ciudad santa, que estos anhelan erigir como la capital de su futuro Estado, y Tel Aviv declaró dos lugares ubicados en la Franja Occidental ocupada como sitios de patrimonio israelí. La estrategia es clara: sacar el asunto de la división de Jerusalén de la negociación con la Autoridad Palestina y, dado que es punto de honor para estos, boicotear los diálogos de paz.

El guante lanzado produjo consecuencias inmediatas. El viaje de Biden se convirtió en una visita tensa y fría. Sobre las conversaciones que se anunciaban con los palestinos se proyectó una sombra de desconfianza, y la estrategia general para contener a Irán y sus apetitos atómicos sufrió un tropiezo inesperado. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, apoyó la declaración de Biden y este fue un poco más allá: "Debemos construir una atmósfera que favorezca las negociaciones, no que las complique". El Vicepresidente se reunió el miércoles con el presidente palestino Mahmud Abbas, pero el daño ya estaba hecho y ahora canceló su viaje George Mitchell, enviado especial estadounidense para las conversaciones.

El viernes, Clinton discutió durante 43 minutos por teléfono con Netanyahu y le comunicó que la decisión enviaba "una señal hondamente negativa" sobre sus relaciones. El problema es que Netanyahu es un líder agresivo, a quien apoyan grupos religiosos ultraortodoxos. Por eso, el lunes pasado reiteró en la Knesset (Parlamento) que seguirá construyendo edificios en Jerusalén, no importa lo que opine Washington.

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