jueves, 18 de marzo de 2010

Un reajuste en el Cáucaso

Vartan Oskanian*

El Tiempo, Bogotá

Marzo 18 de 2010


EREVÁN - ¿Acaso las actuales dificultades entre el primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, y las poderosas fuerzas armadas complicarán y retrasarán las iniciativas más audaces que ha tomado el país en años -las medidas para abordar las tensiones que ha habido desde hace décadas con los armenios y los kurdos-?

Es esencial reestructurar el papel de las fuerzas armadas de Turquía, pero si ese país no puede continuar las aperturas con los armenios y los kurdos, empeorarán sin duda la situación interna del país, sus relaciones con esos dos pueblos y las tensiones en el Cáucaso. Entre los distintos puntos de conflicto de la región, incluyendo el de Osetia del Sur y Abjazia, entre Georgia y Rusia, la tensión entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno-Karabaj representa uno de los mayores desafíos.

En lo que se refiere a Georgia y Rusia, el tamaño, peso y poder desproporcionados de uno de los bandos es suficiente para impedir que se vuelva a utilizar la violencia. Además, no hay enredos por alianzas que compliquen la cuestión. Georgia no es miembro de la Otán y es claro que Estados Unidos no emprenderá una guerra contra Rusia a causa de Georgia.

El conflicto entre Armenia y Azerbaiyán es más precario. Ya no es un tira y afloja entre dos pequeñas repúblicas postsoviéticas, sino que es parte de un triángulo entre Armenia, Turquía y Azerbaiyán. Este triángulo es la consecuencia directa del proceso de normalización entre Armenia y Turquía, que comenzó cuando los presidentes de los dos países se encontraron en un juego de fútbol.

Ahora el proceso gira sobre los protocolos para establecer relaciones diplomáticas que han firmado ambos gobiernos, pero que ninguno de los parlamentos ha ratificado. El final del proceso depende directa e indirectamente de la forma en que los armenios y los azerbaiyanos trabajen para resolver el conflicto de Nagorno-Karabaj.

Si no se desenreda con cuidado, esta complicada disputa entre tres encierra muchos peligros. Turquía, que durante casi dos décadas ha proclamado su apoyo a Azerbaiyán, ha condicionado públicamente el acercamiento a Armenia a las concesiones que esta otorgue a Azerbaiyán.

Así pues, Turquía, que es miembro de la Otán, ahora es parte en este conflicto, y podría verse involucrada en cualquier acción militar entre armenios y azerbaiyanos -lo que posiblemente desencadenaría la participación de Rusia mediante sus compromisos bilaterales con Armenia o mediante la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), del que Rusia y Armenia son miembros-.

Cualquier conflicto en Azerbaiyán también tendría consecuencias serias para Europa, debido a las preocupaciones de seguridad energética. Igualmente, Irán resultaría afectado, puesto que es un país fronterizo con intereses en la región.

Los armenios y los azerbaiyanos no han tenido enfrentamientos militares desde hace más de 15 años. No obstante, eso se debe a que ha habido la percepción de un equilibrio de poder y la esperanza de que las negociaciones prosperen.

Actualmente ambos factores han cambiado. Se ha modificado la percepción de la paridad militar. Puesto que Azerbaiyán ha hecho gastos extravagantes en armamento en los años recientes, es posible que esté convencido de que tiene la ventaja. Al mismo tiempo, se han reducido las esperanzas sobre las negociaciones, que parecen estar estancadas porque se han vinculado con el proceso entre Armenia y Turquía, que también parece estar detenido.

Los protocolos diplomáticos cuya ratificación está pendiente en los parlamentos de ambos países han sido víctimas de errores de cálculo de los dos lados. Los armenios llegaron a pensar que Turquía encontraría la forma de conciliar los intereses de Azerbaiyán con la apertura turca hacia Armenia, y que abriría la frontera independientemente de los avances que se lograran para resolver la cuestión de Nagorno-Karabaj. El problema es que Turquía cerró la frontera en un principio, precisamente a causa de Nagorno-Karabaj, y no por un problema bilateral.

Los turcos creyeron que, al firmar los protocolos con Armenia y dar indicios claros de que estaban dispuestos a abrir la frontera, podrían manipular o presionar a los armenios para que resolvieran el problema de Nagorno-Karabaj más rápido o para que cedieran los territorios que rodean a esa región. Pero eso siempre ha sido improbable si no hay un arreglo global que aborde el principal temor de los armenios -la seguridad- y cumpla su exigencia política básica, a saber, una definición del estatus de Nagorno-Karabaj.

Ambos bandos parecen estar un tanto sorprendidos por las expectativas del otro. En efecto, existe el temor creciente de que un arreglo de la disputa por Nagorno-Karabaj sea ahora más remoto porque el apoyo público de Turquía ha elevado las expectativas de Azerbaiyán, mientras que algunos armenios temen que sus vecinos se han coludido para imponerles un acuerdo insostenible.

Este es el momento de la verdad para Turquía. El proceso diplomático entre Armenia y Turquía se ha estancado y los esfuerzos del gobierno turco para reconciliarse con la amplia minoría kurda del país no han prosperado. Así como una pérdida de confianza entre kurdos y turcos al este del país sacudiría la frágil estabilidad de que han disfrutado recientemente, una pérdida de las esperanzas de solucionar la disputa por Nagorno-Karabaj podría poner fin a la tambaleante calma militar entre armenios y azerbaiyanos.

Pero la situación no es irreparable. Los pleitos interminables entre funcionarios turcos y armenios a través de los medios no ayudan. Ya es tiempo de que los líderes de ambos países hablen en privado y directamente, tomando en cuenta la inestabilidad que podría derivarse de cualquier fracaso en completar la apertura diplomática que ambos lados iniciaron.

Así pues, al mismo tiempo que Turquía trata de encarar las consecuencias de su historia en casa y de redefinir el papel del ejército en la sociedad, debe hacer un reajuste en su atormentada relación con Armenia. La reciente resolución aprobada por el Comité de Relaciones Exteriores del Congreso de Estados Unidos, que hizo un llamado al presidente Obama para que se asegurara de que la política exterior de su país reflejara un "entendimiento y sensibilidad apropiados" en lo que se refiere al genocidio armenio, debe ser una llamada de atención para los gobiernos de Turquía y de Armenia en el sentido de que los armenios no cuestionarán la veracidad histórica del genocidio. Después de todo, si Francia y Alemania pueden afrontar su historia atormentada, Turquía debería poder hacerlo también.

Los dos bandos deben dar un paso atrás y observar la situación de modo desapasionado, reconocer las deficiencias de los protocolos, abordar los requisitos mínimos del otro y tomar en cuenta que un solo documento no sanará todas las heridas ni eliminará todos los temores.

La comunidad internacional debe apoyar este esfuerzo. El problema no debe descontarse como un simple arreglo de viejas rencillas. Lo que está en juego es el futuro de una región crítica para la paz en Eurasia.

*Fue ministro de relaciones exteriores de Armenia de 1998 a 2008. Copyright: Project Syndicate, 2010.

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