lunes, 1 de marzo de 2010

¿Y ahora qué?

Alfredo Rangel

Revista Semana, Bogotá

Febrero 27 de 2010


La caída del referendo nos ha dejado frustrados a por lo menos la mitad de los colombianos que queríamos participar en una decisión colectiva de tanta trascendencia para el país, y a los que veíamos conveniente y necesaria la continuación del liderazgo del presidente Uribe. La Corte Constitucional no ha sido consecuente con el principio de la democracia participativa que iluminó la Constitución de 1991 y que, paradójicamente, permitió el surgimiento de dicha corporación. La Corte ha impedido que el pueblo se exprese directamente y sin intermediarios en un tema trascendental para su futuro.

Sin embargo, la decisión de la Corte Constitucional demuestra una vez más la vigorosa vigencia de la separación de poderes en nuestro país, y, además, significa un mentís a los más furibundos opositores del gobierno, quienes durante tanto tiempo cuestionaron la independencia de esa alta corporación suponiendo de antemano y gratuitamente que su decisión iba a ser favorable al referendo y, por ende, al gobierno. Qué no dijeron. Que Colombia era una tiranía, que no había democracia, que la Corte era de bolsillo del gobierno. Los que se jactaban de más creativos dijeron que aquí se había invertido el principio según el cual en una democracia las reglas son ciertas y los resultados inciertos: según ellos, aquí las reglas eran manipulables e inciertas con el fin de hacer posible el resultado cierto de la reelección de Uribe, propósito para el cual incluso la Corte Constitucional estaba comprada por el gobierno. Ojalá ellos tuvieran la honradez intelectual de reconocer públicamente su error.

La decisión de la Corte es inobjetable y hay que acatarla, aunque no nos guste ni estemos de acuerdo con ella. Los argumentos jurídicos en contra de su postura son tan válidos como los que con su acostumbrado rigor esgrimió la Corte para tumbar el referendo. Es el momento para ratificarnos en nuestra tesis: la decisión en uno u otro sentido era una decisión política, y no por esto menos válida. El derecho constitucional no es una ciencia exacta, el sentido de las normas lo determina quien las aplica y la Ley es lo que dicen los jueces que es. Punto. En algunos casos hay derecho a la apelación, al pataleo, pero las decisiones de la Corte Constitucional son inapelables y a ellas nos sometemos. Punto.

Ahora bien, con esta decisión se abre una gran incertidumbre electoral sin antecedentes en el país. Cualquier cosa puede pasar. Como lo han indicado las más recientes encuestas, son tres los candidatos con opciones reales para reemplazar a Uribe: Juan Manuel Santos, Noemí Sanín y Sergio Fajardo. Pero algo parece más cierto: sin Uribe en el ruedo la disputa será mayor, pero la participación electoral será menor y la abstención podría ser enorme. Y algo adicional: como en el partidor los competidores están tan parejos, nadie ganará en la primera vuelta y, en la segunda, el ganador le sacaría muy poca ventaja a su competidor. Los dos hechos juntos, poca votación y escasa diferencia entre los contendores finales, nos podrían poner frente a un gobierno con un mandato muy débil, algo que sería muy preocupante de cara a la enorme tarea que en todos los campos tiene por delante el próximo mandatario. El contraste con el fuerte mandato que obtuvo Uribe en sus dos elecciones será evidente desde el principio, y las comparaciones serán pan de cada día.

A cuentas de hoy, la elección presidencial se definirá mediante el juego de alianzas que ocurrirá en la segunda vuelta. Guiño presidencial como tal no habrá, o servirá de muy poco. Aún así, Santos es hoy un seguro actor de esa segunda ronda. La gran incógnita es si su competidor será Noemí o Fajardo. Pero más aún: el interrogante clave es a quién apoyará Fajardo si Noemí pasa a la segunda ronda, y viceversa, a quién apoyará Noemí si gana Fajardo. De la solución a este interrogante podrá depender el resultado final, puesto que desde ya se puede suponer que Vargas Lleras apoyará a Santos y que Petro y Pardo apoyarían a su adversario. Así las cosas, ¿qué pasaría si Noemí y Fajardo acuerdan previamente que el que gane apoya al otro? Sin duda, las cosas para Santos podrían resultar entonces muy difíciles.

Por primera vez en nuestra historia electoral este juego de alianzas será definitivo. Está para alquilar balcón. El asunto es si lo que parece tan interesante para analistas y opinadores tendrá el interés suficiente para mover a los electores a las urnas. Amanecerá y veremos.

No hay comentarios: