jueves, 14 de enero de 2010

Bravo por la obstrucción climática de China

Bjorn Lomborg*

El Tiempo, Bogotá

Enero 14 de 2010

Desde que la cumbre del clima fracasó en Copenhague, muchos políticos y expertos han señalado con el dedo a los dirigentes de China por bloquear un tratado mundial vinculante sobre la mitigación del carbono, pero la resistencia del gobierno de China era a un tiempo comprensible e inevitable. En lugar de dar muestras de indignación, los encargados de la adopción de decisiones harían bien en aprovecharlo como una advertencia: ha llegado el momento de pensar en una política climática más inteligente.

China no está dispuesta a hacer nada que pueda detener el crecimiento económico que ha permitido a millones de chinos salir de la pobreza. Se ve ese desarrollo en el mercado interior siempre en expansión de China.

En los seis próximos meses, una cuarta parte de los consumidores jóvenes chinos se propone comprar un coche nuevo -la causa principal de contaminación del aire urbano-, nada menos que un asombroso 65 por ciento más que el año pasado. Una encuesta de China Youth Daily reveló que ocho de cada diez jóvenes chinos están enterados del cambio climático, pero solo están dispuestos a apoyar políticas medioambientales si pueden seguir mejorando su nivel de vida... incluida la adquisición de nuevos coches.

El costo de unas reducciones drásticas del carbono a corto plazo es demasiado elevado. Los resultados de todos los modelos económicos más importantes revelan que la tan comentada meta del mantenimiento de los aumentos de la temperatura por debajo de dos grados centígrados requeriría un impuesto mundial de 71 euros por tonelada para empezar (o unos 0,12 euros por litro de gasolina), que habría aumentado a 2.800 euros por tonelada (o 6,62 euros por litro de gasolina) al final del siglo. En total, el costo real para la economía ascendería a la tremenda cifra de 28 billones de euros al año. Según la mayoría de los cálculos principales, resulta 50 veces más caro que el daño climático que habría de prevenir.

Intentar reducir las emisiones de carbono drásticamente y a corto plazo sería particularmente perjudicial, porque no sería posible que la industria y los consumidores sustituyeran los combustibles fósiles que queman carbono por una energía verde y barata. Sencillamente, las energías renovables distan mucho de poder sustituirlos.

Tengamos en cuenta que el 97 por ciento de la energía de China procede de los combustibles fósiles y de quemar desechos y biomasa. Las fuentes renovables, como la eólica y la solar, atienden tan solo el 0,2 por ciento de las necesidades energéticas de China, según las cifras más recientes de la Asociación Internacional de la Energía (AIE). La AIE calcula que, a su ritmo actual, China obtendrá tan solo el 1,2 por ciento de su energía de fuentes renovables hacia 2030.

Como si estas razones no fueran suficientes para explicar la oposición del gobierno chino ante un costoso tratado global de carbono, modelos de impacto económico demuestran que, al menos por el resto de este siglo, China se beneficiará del calentamiento global. Temperaturas más altas favorecerán la producción agrícola y mejorará la salud de los habitantes.

En resumen, China protege con ahínco el crecimiento económico, pues está transformando la vida de sus ciudadanos, en lugar de gastar una fortuna en un problema que tal vez lo afecte en el siglo XXII. Es inútil tratar de obligarlo a cambiar de postura. La verdad inconveniente es que la respuesta al calentamiento global que los líderes del mundo han buscado por casi 20 años no va a llegar.

Es hora de reconocer que es poco práctico hacer que países en desarrollo incrementen los costos de combustibles fósiles. En cambio, debemos hacer un mayor esfuerzo por producir energía verde más barata y con mayor cobertura.

En lugar de buscar romper la "resistencia sistemática" de los países en desarrollo con maniobras políticas, los líderes de los países en desarrollo deben cambiar de prioridades y enfocarse en una estrategia distinta, que sea más realista y efectiva.

* Director del Centro de Consenso de Copenhague. Project Syndicate, 2010

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