Carlos Gervasoni *
El Tiempo, Bogotá
Octubre 25 de 2009
BUENOS AIRES. Chile ha sido la historia de éxito de América Latina desde los años 80, como consecuencia de un rápido crecimiento económico, una integración exitosa a la economía mundial, instituciones democráticas sólidas, una efectiva burocracia estatal y bajos niveles de corrupción. En todas estas áreas, en términos generales, el país supera claramente al promedio de la región.
No es de sorprender que los chilenos hayan mantenido a la gobernante coalición demócrata cristiana-socialista (la Concertación) en el poder durante cuatro mandatos consecutivos desde 1990, cuando se restableció la democracia después de 17 años del represivo régimen militar del general Augusto Pinochet. El 13 de diciembre, sin embargo, es probable que los votantes en las elecciones presidenciales de Chile "hagan transpirar" al candidato presidencial oficialista.
La Concertación lleva como candidato al demócrata cristiano Eduardo Frei, hijo de un ex presidente, y él mismo presidente desde 1994 hasta 2000. Su principal contendiente es Sebastián Piñera, magnate, ex senador y candidato presidencial en el 2006, representante de las principales fuerzas de la oposición: la moderadamente conservadora Renovación Nacional (RN), de Piñera, y la Unión Demócrata Independiente (UDI), más de derecha.
Hasta aquí, nada nuevo: RN y la UDI -que difieren principalmente en su actitud hacia el gobierno militar del cual surgieron (RN es la más autocrítica)- han sido los principales retadores en todas las elecciones previas.
Sin embargo, ahora se está produciendo un cambio importante, representado por la figura de un candidato independiente de 36 años sin respaldo de un partido tradicional. Marco Enríquez-Ominami, con aproximadamente el 20 por ciento de apoyo según las últimas encuestas, está notablemente cerca de Frei (alrededor del 26 por ciento) y no tan lejos de Piñera (alrededor del 38 por ciento). El inesperado apoyo popular a este joven candidato está arraigado en la misma coalición gobernante: su padre adoptivo es un prominente senador socialista (su padre biológico, un líder de la izquierda revolucionaria de los años 70, fue asesinado por la policía política de Pinochet).
El propio Marco fue electo diputado socialista, pero abandonó el partido cuando este le negó la posibilidad de disputar la candidatura con Frei en una elección interna. Con esta mezcla única de tradición y renovación, y una frescura de la que carecen ambos candidatos principales, Enríquez-Ominami ha llegado más lejos de lo que predecía la mayoría de los observadores.
El liderazgo de Piñera y el surgimiento de Enríquez-Ominami probablemente sean expresiones del mismo fenómeno: la fatiga con y dentro de la Concertación. A pesar de sus muchos logros desde 1990, y la alta popularidad de la actual primera mandataria (la socialista Michelle Bachelet, primera presidenta mujer de Chile), el tiempo está pasando factura.
En los últimos años, varios grupos se han desprendido de los partidos gobernantes tradicionales. Muchos votantes están siguiendo sus pasos, atraídos principalmente por Enríquez-Ominami. Las deslucidas cifras de Frei en los sondeos reflejan sus propias debilidades (es notoriamente poco carismático y fue el menos popular de los cuatro presidentes de la Concertación), así como el inevitable estrés que dos décadas de gobierno ininterrumpido han generado en la coalición gobernante.
Como están las cosas hoy, la derecha probablemente gane la primera vuelta, pero con menos del 50 por ciento. Incluso una victoria cómoda de Piñera podría revertirse en la segunda vuelta el 17 de enero, ya que Frei y Enríquez-Ominami esencialmente se dividen el voto de la centroizquierda.
Enríquez-Ominami tiene la popularidad y el ímpetu para desplazar a Frei de la segunda vuelta, pero le puede resultar más difícil derrotar a Piñera. Los dos escenarios más probables, entonces, son la continuidad del gobierno o el cambio predecible (hace años se espera que la derecha llegue a la presidencia). Pero no debería descartarse un tercer escenario -un cambio menos predecible tras una victoria de Enríquez-Ominami-, en parte porque la publicidad de campaña recién aparecerá en los medios a partir del 13 de noviembre.
En cuanto a las principales políticas públicas de Chile, sin embargo, es muy probable que prevalezca la continuidad, aun si gana Enríquez-Ominami. La coalición de centroizquierda que derrotó a Pinochet (en un plebiscito en 1988, y a su candidato presidencial en las elecciones de 1989) ha tenido la inteligencia de mantener, y en algunos casos profundizar, las sólidas políticas de libre mercado heredadas del gobierno militar.
Chile ostenta una administración fiscal y monetaria ortodoxa, una economía muy abierta y un sector privado dinámico. También fue el primer país del mundo en adoptar un sistema de pensiones totalmente privado, una experiencia liderada por uno de los tecnócratas de Pinochet (que curiosamente era el hermano de Piñera, José) y que ha sido esencialmente mantenido desde entonces.
Estas políticas son populares entre los votantes, y están respaldadas por actores poderosos (por ejemplo, el fuerte sector empresario exportador) y por acuerdos comerciales con casi todas las principales economías y bloques regionales del mundo. A diferencia de muchos países latinoamericanos, en los que a las reformas liberales de los 90 fueron seguidas por reacciones populistas, la principal oposición en Chile es una coalición aún más pro mercado.
Más allá de la economía, existen, por supuesto, muchas áreas de desacuerdo. La Concertación ha lidiado prudentemente con los legados políticos de la dictadura, desmontando gradualmente las instituciones creadas por Pinochet para protegerse a sí mismo, a las fuerzas armadas y a la derecha, y haciendo progresos en el juzgamiento de los violadores de los derechos humanos.
Pero muchos no están contentos: la extrema izquierda -no muy fuerte en estos días, pero con una importante tradición política- quiere un mayor y más rápido progreso en los juicios, mientras que la derecha recalcitrante insiste en tratar a Pinochet (que murió en el 2006) como un héroe nacional. Las cuestiones morales, étnicas y ambientales siguen similares líneas ideológicas. Y, sin embargo, el espectro del debate político es mucho más estrecho, y el tono más amigable, que en el caso de los vecinos más polarizados de Chile, como Argentina, Bolivia y Venezuela.
En cualquiera de los escenarios más factibles, la continuidad o el cambio prudente, o incluso si gana el candidato independiente, Chile muy probablemente seguirá siendo un faro de estabilidad democrática, dinamismo económico y compromiso internacional en una región demasiado frecuentemente caracterizada por turbulencias políticas y económicas.
* Carlos Gervasoni es profesor de ciencia política en la Universidad Torcuato Di Tella en Buenos Aires (Argentina). © Project Syndicate 1995-2009
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