domingo, 15 de marzo de 2009

Cómo recuperarse

Por Joseph E. Stiglitz

El Espectador, Bogotá

Marzo 15 de 2009

Algunos pensaban que la elección de Barack Obama revertiría las cosas para Estados Unidos.

Como no fue así, incluso después de la sanción de un gigantesco paquete de estímulo, la presentación de un nuevo programa para hacer frente al subyacente problema inmobiliario y varios planes para estabilizar el sistema financiero, algunos ya empiezan a culpar a Obama y a su equipo.

Obama, sin embargo, heredó una economía en caída libre, y difícilmente hubiera podido revertir las cosas en el corto tiempo que ha transcurrido desde que asumió la presidencia. El presidente Bush parecía un ciervo encandilado por los faros —paralizado, incapaz de hacer prácticamente nada— durante los meses anteriores a abandonar el cargo. Es un alivio que Estados Unidos finalmente tenga un presidente que puede actuar, y lo que ha estado haciendo marcará una gran diferencia.

 

Infortunadamente, lo que está haciendo no es suficiente. El paquete de estímulo parece grande —más del 2% del PIB por año—, pero una tercera parte está destinada a recortes impositivos. Y, en un momento en que los norteamericanos enfrentan un excedente de deuda, un desempleo que crece rápidamente (y el peor sistema de compensación por desempleo entre los principales países industriales) y una caída de los precios de los activos, probablemente ahorren gran parte del recorte impositivo.

 

Casi la mitad del estímulo no hace más que compensar el efecto contraccionario de la reducción de personal a nivel estatal. Los 50 estados de Estados Unidos deben mantener presupuestos equilibrados. Los déficits totales se calculaban en 150.000 millones de dólares hace unos meses; hoy la cifra debe ser mucho mayor —de hecho, sólo California enfrenta un déficit de 40.000 millones de dólares—.

 

Los ahorros de los hogares finalmente están empezando a aumentar, lo cual es bueno para la salud a largo plazo de las finanzas hogareñas, pero desastroso para el crecimiento económico. Mientras tanto, la inversión y las exportaciones también se están derrumbando. Los estabilizadores automáticos de Estados Unidos —la progresividad de nuestros sistemas tributarios, la fortaleza de nuestro sistema de asistencia pública— se han visto seriamente debilitados, pero ofrecerán cierto estímulo a medida que el déficit fiscal esperado trepe al 10% del PIB.

 

En resumen, el estímulo fortalecerá la economía de Estados Unidos, pero probablemente no sea suficiente para restablecer un crecimiento robusto. Esas son malas noticias para el resto del mundo, también, ya que una recuperación global fuerte requiere de una economía norteamericana fuerte.

 

Las verdaderas deficiencias en el programa de recuperación de Obama, sin embargo, no residen en el paquete de estímulo, sino en sus esfuerzos por reanimar los mercados financieros. Las anomalías de Estados Unidos les ofrecen importantes lecciones a los países en todo el mundo, que enfrentan o enfrentarán mayores problemas con sus bancos:

 

– La demora en la reestructuración bancaria es costosa, tanto en términos de los eventuales costos del rescate, como del daño a la economía general en el ínterin.

 

– A los gobiernos no les gusta admitir los costos totales del problema, de modo que le dan al sistema bancario apenas lo suficiente para sobrevivir, pero no lo suficiente como para devolverle la salud.

 

– La confianza es importante, pero debe descansar en fundamentos sólidos. Las políticas no deben basarse en la ficción de que se otorgaron buenos créditos, y que la perspicacia empresaria de los líderes y reguladores del mercado financiero se validará una vez que se restablezca la confianza.

 

– Se puede esperar que los banqueros actúen en interés propio con base en incentivos. Los incentivos perversos alimentaron la excesiva toma de riesgos y los bancos que están al borde de la quiebra pero son demasiado grandes como para quebrar volverán a actuar de la misma manera. Sabiendo que el Gobierno recogerá los pedazos si fuera necesario, pospondrán la resolución de las hipotecas y pagarán miles de millones en bonos y dividendos.

 

– Socializar las pérdidas al mismo tiempo que se privatizan las ganancias es más preocupante que las consecuencias de la nacionalización de los bancos. Los contribuyentes norteamericanos están recibiendo un trato cada vez peor. En la primera ronda de las infusiones de efectivo obtuvieron alrededor de 0,67 de dólar en activos por cada dólar que entregaron (aunque los activos estaban casi con certeza sobrevaluados y su valor cayó rápidamente). Pero en las últimas infusiones de efectivo, se calcula que los norteamericanos están recibiendo 0,25 de dólar, o menos, por cada dólar. Los malos términos implican una gran deuda nacional en el futuro. Una razón por la que estamos recibiendo malos términos es que si obtuviéramos un valor justo por nuestro dinero, a esta altura seríamos el accionista dominante de por lo menos uno de los principales bancos.

 

– A no confundir salvar a banqueros y accionistas con salvar bancos. Estados Unidos podría haber salvado a sus bancos y dejar a los accionistas librados a su suerte, por mucho menos de lo que invirtió.

 

– El efecto derrame en la economía casi nunca funciona. Inyectar dinero en los bancos no ayudó a los propietarios de casas: los remates siguen aumentando. Dejar que AIG quebrara podría haber afectado a algunas instituciones sistémicamente importantes, pero hacer eso habría sido mejor que arriesgar más de 150.000 millones de dólares y esperar que parte de esa cifra recayera donde fuera importante.

 

– La falta de transparencia metió al sistema financiero norteamericano en este problema. La falta de transparencia no lo sacará de esta situación. La administración Obama está prometiendo asumir las pérdidas para persuadir a los fondos de cobertura y a otros inversores privados de comprar activos intangibles de los bancos. Pero esto no establecerá “precios de mercado”, como sostiene la administración. Si el Gobierno asume las pérdidas, estos son precios distorsionados. Las pérdidas bancarias ya ocurrieron y sus ganancias ahora deben producirse a expensas de los contribuyentes. Incorporar a los fondos de cobertura como terceras partes, no hará más que aumentar el costo.

 

– Mejor proyectar hacia adelante que mirar hacia atrás, concentrándose en reducir el riesgo de los nuevos créditos y asegurando que los fondos creen nueva capacidad de préstamo. El pasado, pisado. Como punto de referencia, los 700.000 millones de dólares otorgados a un nuevo banco, apalancados 10 a 1, podrían haber financiado 7 billones de dólares en nuevos préstamos.

 

La era de pensar que se puede crear algo de la nada debería terminar. Las respuestas miopes de los políticos —que esperan arreglárselas con un acuerdo que es demasiado pequeño como para complacer a los contribuyentes y lo suficientemente grande como para complacer a los bancos— sólo prolongarán el problema. Se está vislumbrando un callejón sin salida. Se necesitará más dinero, pero los norteamericanos no están de ánimo para ofrecerlo —ciertamente, no en los términos que se han visto hasta ahora—. El pozo de dinero tal vez se esté secando y con él, también, el optimismo y la esperanza legendarios de Estados Unidos.

 

*Premio Nobel de Economía en 2001.Traducción de Claudia Martínez.

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