lunes, 30 de marzo de 2009

¿A quién mira Funes?

Por Miguel M. Benito

El Heraldo, Barranquilla

Marzo 30 de 2009

Cada vez que hay una elección presidencial en América Latina se precipitan las opiniones, sobre todo buscando los referentes. De manera asombrosa porque prescinden de la experiencia. 

Las pasadas elecciones en El Salvador han servido para que asistamos de nuevo a todo tipo de manifestaciones sobre el tipo de político que es el electo presidente, Mauricio Funes —¿es como Lula o Bachelet o como Chávez o Morales?—, y sobre la ideología de su partido, Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) —que mantiene estrechos vínculos con el PSUV, y cuya cúpula dirigente se adscribe a la izquierda radical a la venezolana—. 

Lo curioso es que el mismo tipo de comentarios sobre moderación de un presidente electo se realizaron en su día sobre Rafael Correa, Daniel Ortega —que ante su segunda etapa en el poder se decía que había aprendido de los errores anteriores— e incluso del mismo Chávez —un candidato que parecía haber rectificado su descubierto fervor democrático tras su golpe de Estado de 1992 y que ofrecía un discurso de regeneración e inclusión social frente a un Estado agotado por la corrupción—. 

Todos los miembros de esta nueva izquierda latinoamericana, menos quizás Morales, cuyo discurso etnicista y modo de acceso al poder hacían intuir el tipo de fractura social que su gobierno ha traído a Bolivia, fueron recibidos como esperanzas de renovación democrática y respeto por las instituciones democráticas.

En muchos casos no hubo que esperar ni cien días para detectar el error de juicio, porque una vez en el poder la moderación de los candidatos desapareció y surgieron el autoritarismo y las actitudes despóticas de los presidentes. Malos modos y fuerza. Presión sobre los opositores, uso y abuso de todos los recursos del Estado puestos al servicio del presidente y no del país. Proyectos políticos quiméricos y creadores de miseria y polarización social. 

Los analistas precipitaron sus opiniones, quizás, por el desconocimiento de una emergente generación de líderes latinoamericanos que, con plataformas electorales nuevas, venían a sustituir a otros que llevaban décadas en el ejercicio de la política dentro de los partidos políticos tradicionales. Pero ya hemos asistido demasiadas veces a este mismo espectáculo de irrupción de un candidato “nuevo”, ajeno a la actividad política, que se presenta como el azote de partitocracias agotadas.

En cierto sentido se repite ahora lo que pasó hace en Cuba cuando unos barbudos bajaron de Sierra Maestra, negando ser comunistas (y los preclaros analistas de entonces les creyeron, sin comprender que los hechos hablan más que las palabras), pero que una vez instalados en La Habana con el control de la totalidad de los mecanismos del poder estatal reconocieron su condición. Hasta en estos pequeños detalles se revela que Castro es el modelo reconocido de los líderes de esta nueva izquierda continental.

Evidentemente la prensa necesita análisis prontos ante cada acontecimiento electoral, así que propongo una serie de criterios para adelantar una opinión sobre los candidatos de la izquierda continental. 

Un modo, normalmente infalible para reconocer a qué estilo de gobernante corresponde cada candidato en Latinoamérica, es cómo es recibido por Chávez en caso de victoria. Si el presidente venezolano manifiesta extrema alegría y hace declaraciones satisfechas, denota que se trata de “uno de los suyos”.

Por el contrario si los comentarios son fríos o incluso contrariados quiere decir que el triunfador no goza de sus afectos. Buena muestra fue el desliz de Chávez tras la victoria de Fernando Lugo en Paraguay, cuando dijo que un sacerdote era lo que le faltaba a su grupo de aliados, en el que ya había dos guerrilleros —Castro y Ortega—, un economista –Correa-, un indígena -Morales-, una mujer/ sindicalista —Fernández de Kirchner— y un militar –él mismo-.

Las ausencias en esta corte de la izquierda continental eran tan notorias —Bachelet, Lula, Vázquez— que al día siguiente el mismo Chávez tuvo que reformular sus declaraciones previas. Pues en el caso de Funes, Chávez ha celebrado satisfecho su elección: ¿al bolivarianismo se ha sumado un periodista?

Otro factor indicativo de dónde se situarán los recién llegados en el espectro político continental es seguir el dinero de la campaña. Si PDVSA o las embajadas venezolanas andan por medio, no hay más que decir –recordemos el llamado caso del maletín que salpicó el financiamiento de la campaña electoral de Cristina Fernández-.

Con los criterios anteriormente apuntados podemos empezar a identificar a Funes en el panorama político continental, pero es recomendable la prudencia a la hora de analizar al nuevo presidente de El Salvador. Dejemos pasar los famosos cien días y entonces tendremos una foto más nítida de quién es y dónde busca su inspiración si en Santiago de Chile o en Caracas.

 

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