jueves, 11 de marzo de 2010

Actitud desconcertante

Editorial

El Tiempo, Bogotá

Marzo 11 de 2010


Francamente desconcertados se encuentran los funcionarios del gobierno colombiano por las noticias provenientes de Washington, según las cuales la administración de Barack Obama presentaría una nueva lista de requisitos a Bogotá antes de remitir para su ratificación al Congreso norteamericano el Tratado de Libre Comercio, firmado entre ambas capitales y cuyas negociaciones terminaron hace más de cuatro años. Con razón, el ministro de Comercio, Luis Guillermo Plata, sostuvo hace un par de días que "es hora de sincerarnos y decir si vamos para adelante o no".

Y no estaría de más que así fuera. La razón es que la Casa Blanca ha enviado señales contradictorias que han hecho más difícil el panorama. De un lado, el propio Obama sostuvo a finales de enero, en su discurso sobre el estado de la Unión, que apoyaba los TLC suscritos por su antecesor y que los tres pendientes -con Panamá, Corea del Sur y Colombia- serían enviados al Capitolio para su consideración. Del otro, el representante comercial de los Estados Unidos, Ron Kirk, reiteró esa voluntad pero habló hace pocos días de una serie de ajustes nuevos, que nadie sabe en qué consisten.

Ese pronunciamiento cayó como un baldado de agua fría en un país que, así haya sido descrito como el aliado más importante de Washington en la región, en estos asuntos recibe un trato de tercera. A pesar de decenas de misiones de parlamentarios y empresarios en uno y otro sentido, de haber acordado unas modificaciones del texto original del TLC, que ya fueron aprobadas por el Congreso colombiano; de avanzar en la promoción de los derechos humanos y de haber introducido cambios en la legislación interna en temas relacionados con el derecho de huelga y la protección de los líderes sindicales, nada parece ser suficiente.

Por tal motivo, sería mejor que el gobierno estadounidense dijera que no tiene el apoyo para impulsar la iniciativa, o que no quiere gastarse su capital político en este tema, en lugar de estar jugando al "sí, pero no". De lo contrario, corre el riesgo de un enfriamiento en las relaciones con un país tan cercano, pues comienza a ser evidente cierto cansancio después de haber hecho todas las tareas exigidas.

Quienes saben de este tema consideran que el problema radica en que la administración Obama le ha apostado todo a la aprobación de la reforma de la salud, la cual se encuentra en manos del Senado. Una votación favorable de la propuesta requiere el apoyo de todos los demócratas y de algún republicano, lo cual no es fácil en medio de la polarización y menos a escasos meses de las elecciones legislativas de noviembre. Ante la necesidad de mantener unida a su bancada, es poco probable que la Casa Blanca decida impulsar el TLC, pues, aunque este tendría votos en ambas colectividades, podría antagonizar con los sindicatos, que se oponen a tales pactos.

Por esa razón, el futuro del acuerdo comercial es poco auspicioso, por lo menos a corto plazo. Más allá de las promesas del presidente de Estados Unidos, la verdad es que este tiene una gran debilidad política, que lo conduce a no tomar riesgos, a pesar de que insiste en que el Tratado le trae beneficios a su sector productivo. Debido a ello, el trabajo sucio les queda a funcionarios grises como Kirk, que tienen que dejar en claro, con excusas veladas, que lo prometido no se puede cumplir.

Ante tal situación, Colombia no debería llamarse a engaños y hacer sentir su molestia, pues el TLC no es un favor unilateral, sino un mecanismo que les dejará ganancias a ambos firmantes. Aunque ya será el próximo inquilino de la Casa de Nariño el que decida si endurece el tono hacia el coloso del norte, va siendo hora de aprender la lección de mantener la boca cerrada y ensayar estrategias diferentes hacia una nación que trata con tanta displicencia a sus amigos.

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