domingo, 7 de marzo de 2010

La caída del narcotráfico

Alfredo Rangel

Revista Semana, Bogotá

Marzo 7 de 2010


Obnubilados como andamos entre los escándalos y la incertidumbre electoral, las buenas noticias han dejado de ser noticia. En su último informe dado a conocer hace pocas semanas la Junta Internacional para la Fiscalización de Estupefacientes de la ONU (Jife) ha señalado que Colombia está logrando importantes avances en la lucha contra el narcotráfico, y otro informe del Departamento de Estado de Estados Unidos lo confirma. Pero semejante noticia ha permanecido oculta entre las brumas del desconcierto nacional.

Su trascendencia es enorme: podría significar que nuestro país ha empezado a ganar una batalla que hasta ayer no más se daba por perdida y que, de mantenerse la tendencia en los próximos años, podríamos empezar a pensar en una reducción muy sustancial del flagelo en comparación con lo que ha sido en las tres últimas décadas. En efecto, la Jife dice que en el año 2008 la producción colombiana de cocaína disminuyó 170 toneladas, es decir, se redujo en 28 por ciento con respecto al año anterior, mientras los cultivos de coca bajaron a 81.000 hectáreas, con lo que cayeron en 18 por ciento. La participación de Colombia en la oferta mundial de cocaína, que hasta hace poco era del 96 por ciento, ahora es del 51 por ciento, la más baja en los últimos 10 años.

Este informe coincide a grandes rasgos con otro reciente del Departamento de Estado de Estados Unidos, que señala que en 2008 cayó por segundo año consecutivo la producción de cocaína en Colombia, siendo la más baja de los últimos 20 años: 295 toneladas en 2008, frente a 485 en 2007, y muy lejos de las 695 toneladas producidas en el año 2000. Es una caída histórica: Colombia produce ahora menos de la mitad de cocaína que hace 10 años. Por su parte, la DEA lo confirma: debido a la caída en la oferta, en las calles norteamericanas ha subido el precio del gramo de cocaína de 77 dólares a 176 dólares, y su pureza ha bajado del 67 por ciento al 49 por ciento.

La Jife adjudica gran parte de este éxito a la erradicación manual de cultivos ilícitos en zonas de alto rendimiento, que aumentó un 44 por ciento entre 2007 y 2008, pero que se multiplicó por 54 veces en los últimos ocho años. A este avance incontrastable yo le añado la incrementada eficacia de las autoridades colombianas, en particular de la Policía bajo la dirección del general Óscar Naranjo, en la persecución y el desmantelamiento de las bandas mafiosas. En efecto, cada vez es menor el tiempo que transcurre entre el ascenso de un nuevo jefe de una banda y su captura o baja por las autoridades: pasamos de 10 años o más para eliminar a Pablo Escobar o al 'Mejicano', a menos de dos años para hacer lo propio con cualquier jefe de un baby cartel. No en vano las extradiciones anuales se han quintuplicado y son más de mil en los últimos siete años. Adicionalmente, se ha incrementado como nunca la destrucción anual de laboratorios y el decomiso de droga elaborada: la primera en 2,6 veces y el segundo en 3,5 veces. A esto hay que agregar el debilitamiento o desaparición de muchos frentes guerrilleros, paramilitares y de bandas emergentes dedicados al narcotráfico.

Todo lo anterior demuestra que las condiciones para que el narcotráfico opere en Colombia son cada vez más riesgosas y difíciles. Y esto, obviamente, está ocasionando una reducción muy significativa del volumen del negocio. Es un efecto inevitable: cuando las condiciones son adversas, el negocio, sea legal o ilegal, se marchita o se va para otra parte. Es lo que está sucediendo con la producción de cocaína en Colombia: el negocio se está trasladando para fuera de nuestro país. Lo certifica la Jife: entre 2000 y 2008 las siembras de coca se duplicaron en Bolivia y este país pasó a participar en el 13 por ciento de la oferta global de cocaína, mientras en Perú las siembras aumentaron en 45 por ciento y ahora participa en un 36 por ciento de la oferta mundial de dicha droga. Adicionalmente, los laboratorios colombianos de procesamiento de droga se están trasladando en número creciente hacia Venezuela y algunos países de Centroamérica, donde también han empezado a aparecer cultivos de coca. Hacia allá también se están yendo los mafiosos colombianos en busca de refugio seguro y para lavar sus capitales.

Finalmente, si a todo lo anterior le agregamos que las poderosas mafias mexicanas les están arrebatando las ganancias a las pequeñas mafias colombianas, a las que les imponen condiciones de transacción cada vez más leoninas, razón por la cual éstas ganan cada vez menos en el negocio, tendremos entonces un panorama completo: menos cocaína producida, más riesgos de operación y menos ganancias por kilo. Esto significa, en relación con el pasado, menos volumen de ganancias para las mafias. O sea, menos narcotráfico en Colombia. Aunque no parezca.

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