domingo, 7 de marzo de 2010

Un abono a la esperanza de las Farc

Oscar Tulio Lizcano

El Colombiano, Medellín

Marzo 7 de 2010

Después de que la Corte Constitucional dictara el fallo que le cerró las puertas a una segunda reelección de Álvaro Uribe como presidente de Colombia, me trasladé nuevamente a la selva y recordé mi secuestro.


Imaginé el grito henchido de los guerrilleros; los supuse saltando de alegría, celebrando con las comidas que no tienen por cuenta de la presión militar; haciendo tiros al aire, aún temiendo ser asaltados por las brigadas del Ejército que les siguen el rastro.


El rostro del Presidente tras la determinación de la Corte ha de haber contrastado con la sonrisa de triunfo que, muy seguramente, se plantó en alias Alfonso Cano, pese a sentir el resoplido de las Fuerzas Militares tras él.


Sin duda, "no más Uribe" es un abono a la esperanza de las Farc de que el próximo presidente sea un interlocutor abierto al diálogo y no sea proclive a las pretensiones de este grupo para con ello fortalecerse nuevamente.

En otro tiempo, mientras estuve secuestrado, fui testigo del manejo territorial que atesoró el grupo guerrillero durante el proceso de negociación del Caguán. En aquel momento de supuesta esperanza de paz para el país, mi hijo Mauricio emprendió una cruzada para lograr mi liberación.


Hasta la zona de distensión Mauricio viajó en varias oportunidades. Alguna vez lo hizo acompañado de Claudia Rugeles, esposa de Alan Jara, cuando llegaron al lugar de la cita encontraron a guerrilleros, embajadores y altos funcionarios del gobierno disfrutando de una fiesta y, a juzgar por la cantidad de botellas de whisky vacías, en pocas condiciones para una conversación sobre mi libertad.


Mauricio, quien tenía en ese momento 23 años, se reunió con algunos miembros del secretariado, entre ellos los alias Iván Ríos y Simón Trinidad. Ríos propició una cita con el Mono Jojoy y éste, sin rubor alguno, dijo que para liberarme, Mauricio debía hacer inteligencia y darles información que les facilitara el secuestro del entonces Senador Germán Vargas Lleras, y si lo lograban, dirían que mi liberación se debía a mi estado de salud para no levantar sospechas.


Ante tan absurda propuesta, decidió no visitar nunca más la zona de distensión.


Traigo a la memoria esta historia, porque aquel día en que el presidente de la Corte Constitucional anunció el no a la reelección, un frío recorrió mi cuerpo. Y recordé a Pueblo Rico, en Risaralda, por donde pasé mientras estaba secuestrado y existía aún la zona de distensión. Aquella región era, como muchas en el país, un pequeño Caguán: las Farc y el Eln andaban como dueños por su casa; los pobladores se habían acostumbrado a ellos y los buses tocaban las cornetas como quien saluda a un buen amigo.


Esos malos recuerdos no pueden volverse de nuevo realidades. Tampoco comparto el pensamiento de un candidato senador Vargas Lleras, pues, creo como los griegos, "que no hay cosa más peligrosa que una idea cuando es la única que se tiene", y la única no es la guerra. Yo doy fe de esa transición de la cruenta guerra a la tranquilidad que hoy vive buena parte del territorio colombiano.


Yo viví en carne propia -mientras estaba secuestrado- la persecución del Ejército a la guerrilla y sé que lo que se ha logrado por la seguridad democrática es invaluable.

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