domingo, 7 de marzo de 2010

Cambiar la estrategia

Alfonso Monsalve Solórzano

El Mundo, Medellín

Marzo 7 de 2010


El panorama político comienza a despejarse, pero paradójicamente, también a complicarse.

A despejarse, porque el presidente Uribe ya no será candidato, lo cual pone el tapete el mapa de tendencias en torno a su gobierno: una claramente a favor y otra altamente crítica, con algunas posturas numéricamente poco significativas, eclécticas.

Pero también se complica, Hay que consolidar su legado, en especial, el más fundamental de todos, la seguridad democrática, como lo he defendido aquí en múltiples ocasiones. El panorama electoral sin Uribe muestra a la cabeza de las tendencias de opinión, a sectores y candidatos de la coalición uribista, en caso de que unas y otras se sumaran. Pero ésta es un archipiélago en el que hay tendencias, especialmente en el Partido Conservador. De persistir esa división, es altamente probable que haya una segunda vuelta, en la que el ajedrez político tendrá que recomponerse. Allí, el uribismo del Partido de la U y el Partido Conservador, podrán reagruparse, en torno a un candidato, posiblemente el doctor Juan Manuel Santos, pero ello todavía no aseguraría el triunfo.

No obstante, hay sectores, a mi parecer, fundamentalistas (lo digo muy respetuosamente) en el núcleo uribista, que dicen que toda alianza debe ser sólo con quienes se mantuvieron en la coalición hasta el fin. Ahora bien, la conformación del conjunto de fuerzas políticas que asegure la continuidad de las tesis uribistas no es un asunto de estados de ánimo, ni de exclusiones. Por el contrario, es un asunto de estrategia, visión de la realidad y de inclusión. En ese escenario (la segunda vuelta) la gente que piensa que la seguridad democrática es un asunto de estado primordial para la supervivencia, debería converger.

Hay que abrir allí el abanico de las alianzas y no se debe quemar las naves desde ahora, poniendo a posibles asociados a la causa de la seguridad democrática contra la pared, usando lenguajes y ejecutando acciones sectarias que puedan radicalizarlos. Y no me refiero sólo a quienes en algún tramo acompañaron al presidente Uribe dentro de la coalición, que serían en esa nueva realidad, casi que aliados ‘naturales’. Hay sectores del Partido Liberal que no estarían por un salto al vacío hacia la izquierda radical.

Unos y otros podrían ser fuerzas esenciales a la hora de garantizar la continuidad de la política de seguridad democrática. Los fundamentalistas uribistas deben entender que aun entre el grupo que ha sido leal al presidente habrá continuidad, pero también estilos, y sobre todo algunas políticas, distintas. No se les puede pedir que sean una copia exacta, un clon del presidente, entre otras cosas, porque el mismo Uribe, si hubiese tenido la posibilidad de llagara a su tercer mandato, hubiese tenido que modificar algunas de sus políticas, es decir, ni él hubiese sido idéntico a si mismo.

Superar el fundamentalismo y abrir el pensamiento a las exigencias de la realidad, es vital en este momento de la política de quienes lideran la coalición uribista. Si se actúa de modo diferente, quienes así lo hicieren podrían llevarnos a todos a quedarnos sin el pan y sin el pedazo, porque la oposición hace sus cálculos y en ellos intentan ganar a su favor fuerzas que no tendría por qué sumarse a sus filas.

A Uribe le quedan 149 días de gobierno y se concentrará en asegurar sus políticas esenciales, la seguridad democrática, la cohesión social y la confianza inversionista y, dentro de ellas, realizará algunas acciones concretas que redondeen su gobierno al alza en la opinión y defendiendo y explicando sus políticas. Trabajará incansable hasta el último segundo de su mandato. Saldrá por la puerta grande, convertido en el mejor presidente de los últimos sesenta años y uno de los mejores, si no el mejor, de la historia republicana de Colombia. Lo que diga y haga será definitivo para este corto período electoral. Es un hombre de amplias miras y de carácter pragmático, que sabrá poner su inteligencia por encima de las lesiones morales y anímicas que le haya causado el ejercicio de la política, para asegurar que su legado no se destruya.

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