sábado, 6 de marzo de 2010

El liderazgo de Álvaro Uribe

Carlos Martínez Simahan

El Nuevo Siglo, Bogotá

Marzo 6 de 2010


Resulta muy difícil ser líder en tiempos de paz, escribía Adair según cita que aparece en “Los Secretos del Liderazgo”. Andrew Roberts hace allí una reflexión inteligente sobre los grandes dirigentes, centrado en la biografía comparada de Hitler y Churchill. “Napoleón, necesitó el terror, César la Guerra de las Galias y Churchill a los nazis para alcanzar las cotas de grandeza que cada uno de ellos consiguió...”, es una de sus sorprendentes afirmaciones.


Álvaro Uribe llegó al poder porque entendió el clamor de la ciudadanía que le exigía al Estado seguridad para sus vidas y sus bienes. Así lo anunció y lo cumplió. Cuando en la madrugada del 8 de agosto/02 se dirige a Valledupar a dar la primera orden de combate, empezó a meterse en el alma angustiada de los colombianos. No se puede olvidar que eran los tiempos del miedo. La violencia subversiva amenazaba en todos los caminos. Su audacia criminal se había demostrado con los atentados en la posesión del Presidente.


Uribe aceptó el reto que las Farc le habían declarado a Colombia. Conocedor de las estrategias de los liderazgos, fue construyendo el mito central de su gobierno: Podemos derrotar a las Farc. Y derrotarlas con el pueblo como actor principal, lo que explica la red de informantes, los soldados campesinos, los soldados profesionales. A ello le agregó hábilmente el lenguaje coloquial: la patria, la tierrita, la platica, muchachos, etc. La nación en marcha salió a conquistar la seguridad y, con ella, el crecimiento económico, el progreso, el empleo. Se había recobrado la esperanza.


Asimismo, comenzaron los Consejos Comunales a la manera ateniense de la democracia directa. Fueron oportunos en un escenario en el cual los partidos habían renunciado a la intermediación frente al Estado. A su vez, la mayoría de las ONG empezaban a mostrar sus verdaderas intenciones de peones de estribo de la subversión y las Juntas de Acción Comunal y las Juntas de Vecinos se vinieron a menos por el temor a las reuniones que estaban prohibidas por los actores violentos, dueños del poder local.
Era el diálogo permanente del Presidente de la República con los ciudadanos. Escuchándolos, se iba conociendo y penetrando en el sentir del país. En donde los pesimistas veían populismo, lo que había era el compromiso gubernamental de cumplir lo que allí se decidiera. Los Consejos Comunales tienen gerencia en las oficinas de la Presidencia, desde donde se conmina a las agencias gubernamentales a realizar las obras y tareas que se definían cada sábado. Por eso, el presidente Uribe pudo y puede volver, una y otra vez, a las poblaciones a dar cuenta de lo que se ha logrado.


Ciertamente, todos los elementos del liderazgo que señala Andrew Roberts, están presentes en el gobierno de Uribe: mito nacional, lenguaje apropiado, oratoria directa. Y convicción, pues a decir de Reagan: “Tener y mantener una visión, esa es la verdadera esencia de un liderazgo exitoso”. Por cierto, la capacidad de la palabra elocuente para llegar al “alma de las masas” no ha sido jamás sustituida.


Es innegable que tuvimos la fortuna de contar con un gran Presidente en el momento que más se necesitaba. Colombia es distinta a la que recibió Uribe, hay ahora mucho futuro por conquistar y fortalezas para encarar la multiplicidad e intensidad de nuestros problemas. Podemos darle el adiós agradecido, llenos de optimismo.

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