lunes, 8 de marzo de 2010

Luces y sombras

Eduardo Pizarro Leongómez

El Tiempo, Bogotá

Marzo 8 de 2010


¿Cómo sería hoy Colombia si las Farc y el Eln hubieran escuchado el clamor nacional de paz en 1990?

Hace 20 años se firmó el acuerdo de paz entre el M-19 y el gobierno de Virgilio Barco. Se trata, sin duda, de un hecho histórico con muchos logros y enormes frustraciones.

Yo lo viví intensamente. A pesar de ser un crítico abierto de la lucha armada, el M-19 me invitó en varias ocasiones a discutir su proyecto de paz. El primer encuentro fue en la casa de seguridad que le había asignado el gobierno de Cuba al M-19 en La Habana y la continuamos en la casa de seguridad que disponían en Managua, concedida por el gobierno sandinista. Meses después, tuve la ocasión de reunirme de nuevo con sus máximos dirigentes en un hotel en la Ciudad de México.

En medio de los intensos debates obtuve una satisfacción personal: una de mis tesis, la necesidad de alcanzar un "pacto político por la democracia", fue acogida en uno de los últimos congresos del M-19.

La decisión de firmar un acuerdo de paz no era fácil, pues en esos momentos todos los grupos guerrilleros se habían unificado en torno a la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar y una decisión unilateral podía ser percibida como una traición a la revolución. Por ello, Carlos, mi hermano, se dirigió al principal campamento de las Farc en La Uribe (Meta) y durante un largo mes trató de convencer a Jacobo Arenas y a 'Manuel Marulanda' de las bondades de un pacto de paz. No encontró ninguna receptividad.

Es más. En las semanas que antecedieron al acuerdo de paz tuve la ocasión de escuchar una conversación entre mi hermano y Jacobo Arenas -en el campamento de paz localizado en Santo Domingo (Cauca)-, abiertamente hostil. ¿Por qué, sin embargo, firmó el M-19 el acuerdo de paz? Si me atengo a mis largas conversaciones con Carlos, podría resumir en cuatro sus argumentos centrales: en primer término, una clara conciencia de la inutilidad de la lucha armada como un recurso para acceder al poder. La guerrilla estaba condenada a convertirse, como en efecto ocurrió, en una insurgencia crónica. En segundo término, el rechazo de los colombianos a la violencia y el deseo de paz que conducirían inexorablemente a la guerrilla a la marginalidad (como, sin duda, ocurrió). En tercer término, a los riesgos inevitables de una degradación de la guerrilla por las modalidades de financiación del conflicto que exigiría una escalada militar. En efecto, el narcotráfico y el secuestro terminarían degradando moralmente a las Farc y al Eln. Y, finalmente, las lecciones del desastre que significó la criminal toma del Palacio de Justicia.

El acuerdo de paz tuvo importantes repercusiones, tanto a nivel interno como internacional. Poco después de la desmovilización del M-19, siguieron el mismo camino el Epl, el Quintín Lame, el Prt y la Crs. Pero, además, como han reconocido los dirigentes guerrilleros de El Salvador y Guatemala, el ejemplo del grupo colombiano incidió hondamente en los dos procesos de paz exitosos de Centroamérica (1992 y 1996).

Por otra parte, el acuerdo de paz generó un clima nacional de reconciliación que habría de incidir en la aprobación de la Asamblea Constituyente y la Constitución de 1991. Es más. En la Constituyente hubo un hecho excepcional: una dirección colegiada que reunió a Antonio Navarro con Álvaro Gómez Hurtado (recientemente secuestrado por el propio M-19) y Horacio Serpa Uribe. Los representantes de los dos partidos tradicionales con una fuerza emergente, como un signo de los nuevos tiempos.

Pero la euforia de esos acuerdos de paz tuvo también su lado oscuro. Ante todo, la inasistencia de las Farc y el Eln a esa fiesta democrática que significó la aprobación de la Constitución de 1991 y, por tanto, la persistencia de la violencia -cada día más degradada-, gracias al nacimiento de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), hija natural de los excesos de la guerrilla.

¿Cómo sería hoy Colombia si las Farc y el Eln hubieran escuchado el clamor nacional de paz en 1990? ¿Cuánto dolor y sangre nos hubiéramos evitado?

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